Joseba Arregi-El Correo
En Euskadi no hay extremismo, todo es centro puro; aunque exista Bildu, con el que se puede pactar, no como con Vox o el PP, y no haya ni rastro de memoria crítica del terror de ETA
Ya que lo primero que ve un turista al llegar a la sala de maletas en el aeropuerto de Loiu es un panel que dice ‘Bienvenidos a la nación gastronómica Euskadi’, no habrá problema en titular este artículo como una receta de cocina o parte de una carta de restaurante. Al igual que existe ‘merluza a la vasca’ puede existir ‘normalidad a la vasca’; una normalidad que se diferencia de la aragonesa, de la catalana, de la andaluza o gallega, o de la española en general, que es lo que importa.
Lo que en España ha sido un respiro de tranquilidad al constatar que los electores, aunque no se sepa cómo, han conseguido con sus votos individuales y secretos consolidar la moderación, en Euskadi ha sido alabado como normalidad. En Euskadi reina la normalidad. No hay nada raro. No hay extremos. Todo es centro puro. Pura normalidad. En Euskadi no existen los sobresaltos. Los vascos votan nacionalismo moderado, centrado, pragmático, gestor, socialdemócrata, conservador cuando hace falta, liberal, centrista, pactista, conseguidor en Madrid, garante del diferencial de bienestar con respecto a la media española. Inmune al contagio por el terror de ETA, responsable del bonito Bilbao, de la belleza de San Sebastián, de la buena gastronomía, de la verde Vitoria y casi de la paz universal si existiera. Al menos existe en este pequeño rincón de la vieja Europa algo así como el resto de Israel, semilla de la futura paz universal: eso predica el exlehendakari Ibarretxe por todo el mundo, una Euskadi en busca de la autodeterminación como ejemplo de un país sostenible política y económicamente.
Lo curioso es que la normalidad a la vasca puede convivir con una sociedad de la que ha surgido un movimiento terrorista como ETA que ha estado matando durante más de 55 años para limpiar el País Vasco de todo obstáculo a su idea de una sociedad homogénea en el sentimiento de pertenencia patriótico y nacionalista radical. Lo curioso es que en la normalidad vasca parece no existir ni rastro de memoria crítica de lo que ha supuesto la historia de terror de ETA. Lo curioso es que esa normalidad ha contenido sin problemas la capacidad de no ver lo que estaba haciendo ETA, de explicarlo, entenderlo y justificarlo. Lo curioso es que el mismo que justificó su plan de autodeterminación -Ibarretxe- como necesario para acabar con ETA pasó, ante las críticas que provocó en quienes no comulgaban con ruedas de molino, al argumento de que era necesario hacer política como si ETA no existiera. Lo curioso es que a esta afirmación del exlehendakari ha seguido la convicción generalizada en Euskadi de que ETA no ha existido, y si ha existido es algo muy lejano con lo que nadie ha tenido nada que ver. Incluso ni sus en su día compañeros necesarios y hoy herederos imprescindibles.
Lo importante de la normalidad a la vasca es que aquí, en esta tierra sagrada y que no puede ser profanada, se ha impedido la entrada a las derechas españolas, algo perfectamente compatible con la existencia de un partido político, Bildu, que existe porque ahora se puede seguir buscando lo que ETA pretendía gracias a que la «lucha armada» propició la situación. Parte de la normalidad a la vasca es que representantes de ese partido puedan decir que políticos de partidos españoles vienen a algún pueblo de esta tierra a provocar.
La normalidad a la vasca significa vivir bien; sobre todo, mejor que otros. Ser los primeros en todo lo que se pueda cuantificar, medir y comparar. Estar más satisfechos -padres y madres- con la educación que reciben sus hijos con un diferencial apreciable a lo que afirman madres y padres del resto de España, y eso que en la enseñanza concertada se han perdido decenas y decenas de horas de enseñanza gracias a la huelga impulsada, sobre todo, por un sindicato que forma parte precisamente de la normalidad a la vasca: ELA, azote de empresarios, administraciones y partidos políticos, y como el principal es el que es, azote también del PNV. Es la normalidad a la vasca.
Un elemento nuclear de la normalidad a la vasca es la capacidad de olvido. ETA es ya una historia prácticamente olvidada, cerrada, un libro que ni siquiera se terminó de abrir para intentar su lectura crítica. Pero en el olvido han quedado también el plan de Ibarretxe, el pacto de Estella-Lizarra firmado entre todos los nacionalistas, incluida ETA, para excluir del futuro político de Euskadi a los no nacionalistas. El olvido que pertenece a la normalidad a la vasca conduce a que no se ha exigido al PNV, firmante de aquel acuerdo, una reflexión crítica que condujera a prometer a la sociedad vasca «nunca más».
Y del olvido de la historia de terror de ETA puede surgir el permiso dado a sí mismo de los grupos parlamentarios de PNV y Bildu para pactar el nuevo estatus confederal con España, réplica de la expulsión de los no nacionalistas del futuro político de la sociedad vasca al igual que lo hacía el plan Ibarretxe y el pacto de Estella: lo que no se entierra bien tras una reflexión crítica que desemboca en la promesa de no volver a las andadas reaparece con plena normalidad incumpliendo la exigencia legal de dotar de significado político a la memoria debida a las víctimas asesinadas -y al resto de víctimas mortales en intención-: en cada una de esas víctimas está escrita a sangre y fuego, literalmente, la prohibición de que el futuro de Euskadi se proyecte de forma igual o muy parecida a la que sirvió a ETA para justificar sus crímenes. Lo que sucede es que en la normalidad a la vasca el extremismo es Vox, y el PP y Ciudadanos, pero de ninguna forma Bildu, con el que se puede pactar el futuro político de la sociedad vasca.
Que en Bilbao haya más perros que niños, normal; que no aportemos nada al fondo de nivelación para ser solidarios con el resto de españoles, normal; que, como acaba de decir un empresario conocido vasco, suframos el problema del envejecimiento demográfico y además el envejecimiento mental, lo más normal del mundo. La normalidad a la vasca como medida de nuestra excelencia en todo. Aunque Urkullu, mediador en la cuestión catalana, tenga que prorrogar los Presupuestos.