Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli

Las instituciones hacen que el sistema genere sus propios anticuerpos. Por eso siempre encontraremos a Iglesias y a Podemos atacándolas

El Gobierno de Sánchez e Iglesias -más bien del primero que del segundo, aunque también viceversa que dijo el poeta- se ha hecho viejo en muy pocos meses. No se observa alrededor, en lo que llaman países de nuestro entorno, un fenómeno parecido. Bien es cierto que el nuestro es el Gobierno europeo más alejado del centro político al tener una de sus patas instaladas en la parte extrema de la izquierda, bordeando el sistema. Dice Félix de Azúa que “Podemos es peronismo”, en estado puro y que ya se sabe que era ‘fascismo’ a la argentina.

En el Gobierno de España hay desde socialdemócratas como la vicepresidenta Calviño y los ministros Escrivá, Robles y Planas hasta activistas del chavismo y defensores del castrismo, es decir de una dictadura comunista, como es el caso de Garzón y por supuesto del vicepresidente Iglesias. Si el Gobierno ha envejecido tan deprisa es por el fuerte ritmo de pedalada que ha impuesto el líder de Podemos, quien vio en la declaración del estado de alarma una oportunidad inesperada.

Las crisis, y lo explica el propio Iglesias, son momentos únicos en los que, desde la posición de lo que él denomina la izquierda, se debe aprovechar para colonizar el poder

En aquel Consejo de Ministros del sábado 14 de marzo, Iglesias se encontró de bruces con una realidad antes solo soñada al calor de los seminarios revolucionarios de la Facultad de Políticas. Ahora le hemos escuchado un mensaje cristalino: “Nos estamos jugando la democracia”. Las crisis, y lo explica el propio Iglesias, son momentos únicos en los que, desde la posición de lo que él denomina la izquierda, se debe aprovechar para colonizar el poder. El Estado esta siendo sometido a un test de estrés. No solo por la crisis general en la que estamos, y seguiremos durante años, sino por la manera de interpretar el poder que tienen algunos de los elegidos para la tarea.

“Nos estamos jugando la democracia”. La frase resuena dentro del Parlamento como el golpe de un martillo es un espacio hueco. El vicepresidente segundo del Gobierno se refiere a la democracia como si fuera cosa suya. La separación de poderes del sistema liberal choca con su ideología que tiene como objetivo que todas las instituciones estén al servicio del único poder; la patria es la gente. Las instituciones del Estado tienen vida propia en un sistema como el nuestro. Esa es en realidad la democracia que está en juego, no la que imaginaba Iglesias y ahora le recuerda a Venezuela.

Quiebra del Estado

El vicepresidente segundo ya no se refiere al régimen del 78 como tal. No le hace falta. Desde su puesto de mando ve las posibilidades de desmontarlo pieza a pieza. Y en eso está contra los jueces para empezar. Nos espera una campaña feroz contra el Poder Judicial en España. Además del imprescindible e higiénico control judicial de determinados hechos ocurridos en esta epidemia, Iglesias en primera persona tiene el riesgo de acabar en el Tribunal Supremoacusado de dos delitos en el caso del teléfono robado a su ex asesora. Solía decir un ministro de Justicia que “este es un poder que recae individualmente en cada juzgado”. Y eso es lo que Iglesias y compañía no soportan. Entre medias se ha cruzado la Guardia Civil y cuando se acerque el rescate, camuflado en ayudas y préstamos, serán los economistas del Banco de España, que alerten del peligro de quiebra del Estado si no se hacen las necesarias reformas duras y difíciles, los enemigos de la gente y de la democracia según Iglesias. La Unión Europea recela de Iglesias a quien ven como un enemigo del euro, una institución en la que España tiene cedida parte de su soberanía. Si por Iglesias fuera no estaríamos ni un minuto más.

La injerencia en la investigación judicial al Gobierno sobre la manifestación del 8M en Madrid es un incendio provocado que hace que el olor a quemado se extienda y empiece además a llenarlo todo de humo. Nunca el juez Grande Marlaska hubiera tolerado que un ministro del Interior le ordenara a un subordinado cometer un delito de revelación de secretos tras recibir sus instrucciones en el juzgado. Lo de menos, como en cualquier investigación, es un informe que lejos de ser probatorio es recopilatorio de indicios de un posible delito. Ya dirá la jueza para qué le sirve, si una parte, el todo o nada.

El árbol no tapa el bosque. Lo relevante es que por ley, la policía judicial solo actúa a las órdenes de un juez, no de sus superiores jerárquicos. Las instituciones hacen que el sistema genere sus propios anticuerpos. Por eso siempre encontraremos a Iglesias y a Podemos atacándolas. La noticia es que Marlaska ha llegado con los refuerzos. La crisis del coronavirus trae una recesión económica y un drama social pero también mucha tensión política para quienes ven en ella una oportunidad única. Con Iglesias de por medio, nada es casualidad. Ni siquiera el respaldo que tiene por parte del presidente del Gobierno. Tampoco el segundo plano, o mejor dicho el ostracismo, al que se ha sometido a la Corona, pilar de la democracia liberal del 78, desde que se decretó el estado de alarma.