- Terminamos el año con una convocatoria electoral que anticipa un empeoramiento del singular e infausto trinomio español: Irresponsabilidad-Incompetencia-Irrelevancia
El filósofo y profesor emérito de la Universidad Roma Tre, Giacomo Marramao, lo ha resumido con sintética lucidez: el eje Soberanía-Estado-Pueblo está siendo sustituido por el trinomio perverso Soberanismo (territorio)-Populismo-Redes Sociales. Marramao se refiere a los problemas que arrastra el conjunto de democracias europeas, pero de lo que probablemente no tiene conciencia exacta el profesor es de hasta qué punto España es la mejor prueba de lo certero de su sinopsis.
A las pulsiones identitarias, el reverdecimiento del cantonalismo, el desisitimiento del Estado en ámbitos sensibles de lo público y la consolidación de la simpleza como doble herramienta de convicción y de eficaz invectiva, hay que añadir, para completar el cuadro de la ordinaria anomalía española, el apuntalamiento de la deslealtad y el engaño sistemático como utensilios convencionales de la acción política.
El problema sería grave pero parcialmente soluble si esta vitriólica combinación de lastimosas singularidades no hubiera contagiado a los partidos que hasta ahora hemos identificado como pilares del edificio constitucional. Lamentablemente, en estos últimos años los ciudadanos hemos sido también víctimas de un virus tan letal o más que el del covid: el virus de la degradación de la política, la práctica extenuante y preferente de la táctica de laminación del adversario para retener o apoderarse del poder. Sin importar las consecuencias ni el impacto en la estabilidad y en el crédito-país.
El cuadro de la ordinaria anomalía española se ha visto apuntalado con la normalización de la deslealtad y el engaño como utensilios cotidianos de la acción política
En estos años, Pedro Sánchez ha exhibido, sin aparente perturbación, el escaso valor que concede a la palabra dada, su total compenetración con el modelo en el que prima la mercadotecnia frente a la gestión eficaz, y su absoluta concordancia con la despótica técnica que pulveriza cualquier asomo de contestación interna. Y lo peor: ha convalidado desde su privilegiada posición las infinitas tragaderas de una nueva escuela de políticos capaz de traicionar principios, estatutos y el mínimo sentido de la vergüenza para garantizarse el control del Boletín Oficial de Estado, amparándose en el supuesto bien superior del diálogo y la concordia. Con Sánchez hemos visto cómo se dislocaba el nomenclátor de la buena democracia para vestir de reconciliación los pactos con un independentismo que no quiere reconciliarse y los herederos de una ETA que sigue sin pedir perdón.
Y qué decir de la alternativa, si es que hay algo en el panorama político merecedor de tal nombre. No pasa semana sin que añadamos al pasivo del primer partido de la oposición ocurrencia nueva, inexplicable maniobra o decisión irresponsable, la última de las cuales es esa imprudencia manifiesta que le han obligado a perpetrar al presidente de Castilla y León, consistente en adelantar las elecciones autonómicas en medio de la sexta ola de la pandemia. Como a Pablo Casado le salga mal la jugada, tras esa guerra estúpida que Génova le ha declarado a Isabel Díaz Ayuso, ni la cabeza de Teodoro García Egea le salvará del cadalso. Y en ningún lado está escrito que le vaya a salir bien.
Porque ni Castilla y León es Madrid, ni Mañueco es Ayuso. ¿Habrá salido bien si al final Muñeco, digo Mañueco, no tiene más remedio que copiar a la presidenta madrileña, pactar con Vox, obligar al PP a guardar en un cajón su centrismo poético y de este modo darle hecha a Sánchez la campaña en Andalucía y en el conjunto de España? Y si esta vez el PSOE, además de volver a ganar, consigue armar una mayoría, ¿cómo van a justificar don Pablo y don Teodoro el batacazo en vísperas de las elecciones andaluzas y con las generales ya en el horizonte?
El anticipo en Castilla y León es también estúpido e irresponsable porque el fracaso de la maniobra dejaría muy tocado a Casado y descabezaría la alternancia
Un riesgo absurdo y una irresponsabilidad manifiesta. No solo por la pandemia, sino también porque el fracaso casi equivaldría a descabezar la alternancia (¿Abascal o Yolanda Díaz son la alternancia?) sin apenas tiempo para la reacción. Una jugada infantil e insensata si lo que con ella se pretende es expulsar de la cancha al único partido con opciones de jugar la carta de bisagra nacional y moderada. Si quedara un gramo de sentido común en las direcciones de PSOE y PP, una de las prioridades de ambos partidos debiera consistir en rescatar a Ciudadanos para poder sacar algún día a nacionalistas radicales y populistas de izquierda y derecha de la ecuación de la gobernabilidad.
En Casado recae en exclusiva una doble responsabilidad: la disolución, por razones tácticas, de las Cortes de Castilla y León, y en paralelo la de haber forzado el anticipo del torbellino electoral que solo terminará el día elegido por Sánchez para celebrar las generales. En los últimos 10 años hemos sido convocados en 25 ocasiones a las urnas, un disparate que prueba como ningún otro las luces cortas con las que se ha manejado nuestra clase política y explica muchas de nuestras deficiencias. Y en 2022 y 2023 seremos llamados a las urnas en al menos otras cuatro ocasiones.
Con la gestión de la pandemia sumida en algo muy parecido al caos, las costuras de la sanidad a punto de estallar, la economía fuera de control, buena parte de las administraciones públicas en estado de hibernación -o de escandalosa inoperancia- y las instituciones con el depósito de legitimidad en la reserva, la batalla electoral que arrancará después de la débil tregua navideña, y en la que podemos quedar atrapados los dos próximos años, augura un tiempo aún más bronco, oscuro, en el que de nuevo se postergue la gestión de los problemas reales para dejar paso a esa confrontación pueril, dañina y exasperante que alimenta el singular trinomio del infausto enredo español. La triple “I”: Irresponsabilidad-Incompetencia-Irrelevancia.
La postdata: feliz Navidad, a pesar de todo
Último artículo del año. Otro año decepcionante. Al menos en lo esencial. Este país parece de acero, sin embargo día tras día comprobamos que no lo es. Benedetti escribió que “un pesimista es un optimista bien informado” (Rincón de Haikus, 1999). No hay que bajar los brazos, pero la solución no es mirar para otro lado, caer en la trampa de aceptar que el futuro depende exclusivamente de quiénes ocupen el poder. Eso pudo ser así en el pasado. Ya no. Un país es un proyecto colectivo. Y ese es precisamente el problema de España: siempre hay alguien que impide ese proyecto colectivo. A pesar de todo, ahí seguimos, resistiendo. Servidor, optimista antropológico, hace suya la frase apócrifa de Bismarck (1815-1898): “La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo». Feliz Navidad.