Cristian Campos-ElEspañol
  • Lo que está diciendo Europa es que Ucrania debe ganar la guerra, pero que Putin no puede perderla. Y mucho menos perderla gracias al armamento europeo.

Los europeos, vieja civilización milenaria, no somos buenos detectando los cambios de época. También solemos tener dificultades para comprender que la II Guerra Mundial y la posterior creación de la UE fueron el principio de una excepcional época de paz y prosperidad en Europa, pero también nuestro canto del cisne geopolítico.

Que el cristianismo es sólo un eco del pasado sin la resiliencia de la fibra moral del judaísmo, que por algo le dobla la edad, ni la violencia expansionista juvenil del islamismo.

O que el centro del mundo tiene hoy un pie en el Pacífico y el otro en la Península Arábiga, no en el Mediterráneo, ni en la cuenca del Ruhr, ni en Bruselas.

También tenemos una fuerte tendencia a rechazar las pruebas de ese cambio de era que aparecen una y otra vez frente a nuestros ojos y a interpretarlas como errores de la realidad o como astracanadas del líder coyuntural de turno.

En este caso, Donald Trump.

Errores de la realidad que en nuestra cabeza acabarán «pasando» en algún momento del futuro para que todos podamos volver a la vieja realidad geopolítica posterior a la II Guerra Mundial, lo más parecido que hay en nuestra memoria al paraíso de la Europa unida. Esa dolce vita letárgica de impuestos confiscatorios y burocracia omnipresente que no genera futuro, pero sí alecciona al mundo, desde el pedestal de la superioridad moral del deeply concernedsobre cómo deberían hacer ellos las cosas.

Un solo ejemplo.

Llevamos los europeos varios días lamentándonos por motivos razonables, pero incompatibles entre sí, sobre la traición americana en Ucrania.

Los europeos somos capaces de defender al mismo tiempo que esta es una guerra americana que defiende intereses americanos (esto es falso y lo dice la izquierda), pero a la que el gobierno americano no debe renunciar porque eso supondría dejar Ucrania y el Este de Europa a los pies de los caballos de los cosacos (esto es cierto y lo dicen los atlantistas).

También somos capaces de defender al mismo tiempo la tesis de que Vladímir Putin es el Hitler del siglo XXI (correcto) y la de que Europa no puede implicarse en la guerra más allá de determinado límite (falso) porque Putin tiene armas nucleares (excusa).

Lo que está diciendo Europa es que Ucrania debe ganar la guerra, pero que Putin no puede perderla de forma humillante. Mucho menos perderla gracias a una implicación de las cancillerías europeas que pueda ser percibida como excesiva por Putin.

Ese filo de la navaja es muy, muy estrecho, y caminar sobre él ha superado con mucho la destreza política y estratégica de los actuales líderes europeos.

Este diario ha defendido en sus editoriales y en artículos de colaboradores como Bernard-Henri Lévy que las guerras se ganan en el campo de batalla, pero sobre todo queriendo ganarlas. Tomándoselas en serio. Yo estoy de acuerdo con ello. ¿Ha puesto armas y dinero la UE? Sí. ¿Ha sido eso suficiente? No. ¿Podría haber puesto más? Sí.

La opción correcta era armar más y mejor a los ucranianos. O la amenaza rusa era existencial, y entonces esta debería haber sido nuestra absoluta prioridad durante los últimos años, o no lo era.

Yo creo que lo era. Pero, ¿lo creía Bruselas?

Quizá lo que ocurre es que no hemos querido ni podido hacerlo. Por miedo a Putin, que es el Hitler ruso, pero al que no nos conviene derrotar mal, sino derrotarle bien. Es decir, sin que él se entere. Por eso le seguimos comprando gas. Para que pierda ganando, o para que gane perdiendo.

Somos capaces de defender al mismo tiempo la idea de que esta es una guerra capital para Europa (correcto) y la de que la responsabilidad principal es de Estados Unidos (no: es nuestra), en tanto que garante de la seguridad internacional y líder de la OTAN.

La misma OTAN que sólo Polonia y las repúblicas bálticas parecen tomarse en serio mientras países como España no llegan siquiera al mínimo de ese 2% del presupuesto al que nos comprometimos en 2014 tan rápido como lo olvidamos durante los siguientes diez años.

En nuestra cabeza, Estados Unidos tiene el deber de asumir la defensa europea porque eso es lo que lleva haciendo desde la II Guerra Mundial.

En la cabeza de los europeos, de sus líderes y de sus ciudadanos, Europa es demasiado importante para caer.

En realidad, Europa fue la principal fuente de problemas del mundo civilizado durante el siglo XX. Nuestros fueron el nazismo y el comunismo, los dos mayores cánceres de la historia de la humanidad, y si Estados Unidos asumió nuestra defensa tras la II Guerra Mundial no fue por nuestro valor intrínseco civilizacional o por nuestra condición de faro ético de la humanidad, sino como zona de seguridad frente a la Unión Soviética.

Sin el enemigo comunista, el plan Marshall ni siquiera habría existido. Hoy, Europa tiene un superávit comercial respecto a Estados Unidos de aproximadamente 230.000 millones de euros.

Es decir: dependemos de ellos militar y económicamente.

Y por supuesto que Estados Unidos se ha beneficiado económicamente de esta relación, además de en términos de defensa y disuasión. Pero el beneficio era mútuo, y mucho más provechoso para nosotros que para ellos. Por eso el acuerdo ha funcionado bien y ha sido rentable para ambos bandos hasta que ha dejado de serlo.

Cuando se comprende eso, y se comprende además que el principal rival de Estados Unidos no es hoy la URSS, sino China; cuando se comprende que el principal valor estratégico de la UE es económico, pero no geopolítico; ¿dónde está la sorpresa del cambio de doctrina americana?

¿Acaso creemos que un presidente demócrata sensato y moderado y racional no habría acabado tomando esta misma decisión en un momento u otro? ¿Con China al otro lado del océano?

Pete Hegseth, el nuevo secretario de Defensa de Estados Unidos, lo dejó meridianamente claro este miércoles en Bruselas:

«Estoy aquí hoy para expresar de manera directa e inequívoca que existen duras realidades estratégicas que impiden a Estados Unidos ser el principal garante de la seguridad en Europa. La realidad impide que Estados Unidos sea el garante de la seguridad europea. Esperen una reducción de nuestras fuerzas en la región. Nos enfrentamos a un competidor de nivel similar al nuestro, la China comunista, con la capacidad y la intención de amenazar nuestra patria y nuestros intereses nacionales fundamentales en el Indo-Pacífico. Estados Unidos está dando prioridad a la disuasión de una guerra con China en el Pacífico, reconociendo la realidad de la escasez y haciendo concesiones en materia de recursos para garantizar que la disuasión no fracase. La disuasión no puede fracasar. Los aliados europeos deben tomar la iniciativa. Estados Unidos ya no tolerará una relación desequilibrada que fomente la dependencia. Por el contrario, nuestra relación priorizará el empoderamiento de Europa para que asuma la responsabilidad de su propia seguridad».

Observen cuántas veces repite Hegseth la palabra «realismo» en el discurso. El realismo es la nueva doctrina geopolítica americana. No el idealismo. El realismo.

Otra cosa es que no nos guste. El idealismo siempre nos ha sonado mejor a los europeos que el realismo. Por eso nos gusta tanto el socialismo: preferimos la mística del deber ser a la crudeza del ser. Algo legítimo, aunque conduzca a largo plazo a la decadencia.

Pero el mensaje de Hegseth es fácilmente comprensible. El rival hoy es China, no la Unión Soviética. En consecuencia, Europa ha perdido valor estratégico y la UE debe asumir su mayoría de edad y hacerse responsable de su defensa. O no hacerlo y asumir las consecuencias.

Por supuesto, el nuevo escenario geopolítico realista, donde la disuasión y la fuerza jugarán un papel mucho más predominante que el que han jugado durante los últimos años, no es el ideal para una civilización que ha hecho de la diplomacia, la negociación, lo declarativo y la burocracia el eje de su política exterior.

Pero sólo los locos siguen recto cuando el camino se tuerce.

O la UE en general y España en concreto despiertan, o en 2050 Ceuta y Melilla no serán ya nuestras, entre otras partes de la vieja Europa deseadas por naciones que, con mucho menos peso civilizacional, están entendiendo el siglo XXI mejor que nosotros. Y cuando digo «partes» no me refiero únicamente a «territorios». Hablo también de empresas.

Lo decía Nicolás de Pedro este miércoles, deduzco que tras escuchar las palabras de Pete Hegseth: «El bofetón de realidad que nos vamos a llevar en Europa va a ser tremendo y muy peligroso».

Y tiene razón. Pero yo añado que lo verdaderamente peligroso ha sido el bofetón de irrealidad en el que hemos dormitado durante los últimos cincuenta años.