Miquel Escudero | Catalunya Press

 

La realidad siempre es interpretada y calificada con palabras. El repertorio de nuestro vocabulario y el uso que hagamos de él nos permite esperar lo mejor que esté a nuestro alcance para modificar una realidad. En política, los avances sociales exigen progresos en el modo de pensar, sentir y expresarse. Importa tener conciencia de lo que hacemos y de lo que ocurre a nuestro alrededor: “No sabemos lo que nos pasa –escribió Ortega- y eso es lo que nos pasa, que no sabemos lo que nos pasa”. Eso significa no enterarse de nada y vivir en la inopia (literalmente, vivir en la pobreza).

¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? ¿Cómo interpretamos lo que se dice de nosotros? ¿Tenemos convicciones y hasta qué punto las podemos modular? Cuando una fuerza política representativa sufre el trauma que ha recibido Ciutadans, verse cómo se está hace inevitable la nostalgia, tanto por lo que se fue como por lo que se quiso ser. Para tratar este desajuste hay que reconocer primero la realidad y partir de la certeza de que no fue un sueño. Nostalgia es una palabra compuesta por otras dos de origen griego que significan: regreso y dolor. Supone la pena por el recuerdo de un bien perdido y malogrado.

Es inevitable, pues, que quienes apoyaron con ganas a Cs padezcan nostalgia por su pérdida y se sientan desmoralizados. Ahora bien, ¿es posible recuperar la ilusión por el proyecto? ¿Habrá voluntad y fuerzas para ello? A la desilusión sufrida le corresponde una nueva salida hacia una ilusión compartida, que es una cualidad necesaria para vivir con plenitud y sin amargura. Hay que ser conscientes de que siempre nos quedarán la palabra y el afán por buscar lo mejor.

Ilusión es un término singularmente español en su acepción positiva, como bien explicó Julián Marías en su Breve tratado de la ilusión. Se trata de una innovación romántica establecida en el siglo XIX. Espronceda fue el descubridor del nuevo sentido de esta voz: escribía, por ejemplo, “Hojas del árbol caídas/ juguetes del viento son:/ las ilusiones perdidas/¡ay! son hojas desprendidas/ del árbol del corazón”. Desde entonces, podemos ‘tener ilusión’ (por algo o por alguien) y ‘vivir ilusionadamente’. Estar lleno de ilusión no es lo mismo que ser un iluso o hacerse ilusiones (algo que implica un cúmulo de errores inapropiadamente optimistas).

A Ciudadanos no le queda otra que afrontar una nueva fase de su corta existencia (apenas 18 años de edad) y reiniciarse. Hay que encontrar un hueco donde desarrollarse. En tanto que movimiento político y cultural, haría una impagable labor ahondando en el concepto integrador y liberador de ‘ciudadanía’, clave del liberalismo igualitario y social que personaliza sin distinción, clave de la fórmula ‘libres e iguales’. Alentando, asimismo, la ilusión por saber y combatir el continuo bombardeo de significantes vacíos en que consiste la vida política española. Una fraseología que distorsiona el significado de las palabras, de tal modo que hace imposible el debate democrático.

Decía Pasolini que es mejor ser enemigos del pueblo que enemigos de la realidad. Enemigos del pueblo es una sentencia demagógica, sectaria e interesada. Enemigos de la realidad, en cambio, implica no reconocer lo que se ve y negarlo por interés. El director de cine era un eurocomunista italiano que, responsable de su función de desnudar mentiras, escribió ‘Il fascismo degli antifascisti’. Pocos como él tenían la autoridad moral de criticar radicalmente la burda retórica y ridiculización de los fascistas, a los que se hacía culpables de todo. Hace medio siglo afirmó que buena parte de lo que se venía llamando antifascismo “o es ingenuo y estúpido o es presuntuoso y con mala fe”, porque da la batalla a un fenómeno muerto y enterrado. Era una postura cómoda y absolutamente inofensiva, porque “si la palabra fascismo significa la prepotencia del poder, la sociedad de consumo ha realizado el fascismo”. El fascismo de los antifascistas.

Otra idea fuerza que se repite sin cesar es la oposición entre derecha e izquierda, cuando se habla de la toma del poder y de ganancias concretas económicas y de posición social. Ortega pulverizó la distinción, al decir que cualquiera de esas dos etiquetas es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; una exigencia para sí y para los demás de incorporarse al coro de los grillos y ahorrarse pensar. Con significados vagos o inexistentes, se habla de neoliberalismo como expresión de un darwinismo social totalmente inaceptable (y contradictorio con el liberalismo social). Pero no se habla, en cambio, de neofascismo, de neocomunismo, ni mucho menos de neosocialismo. Por sistema, se prostituye el término ‘libertad de expresión’, enarbolado sólo si no te afecta a ti, como es el caso del ministro Urtasún. Otro ejemplo disparatado se tiene en el término ‘región’, que se presenta aquí falaz y ridículamente como peyorativo.