ABC 06/12/16
EDURNE URIARTE
· Es cuestión de tiempo que los ataques a nuestra identidad nacional tengan importantes efectos políticos
CUANDO leí hace once años el libro de Samuel P. Huntington ¿Quiénes somos? Los desafíos la identidad nacional estadounidense, pensé que exageraba en su preocupación por la crisis de tal identidad nacional de Estados Unidos. A pesar de mi enorme admiración por él, de que se trataba del politólogo visionario que predijo la amenaza del fundamentalismo islámico muchos años antes del 11-S (El choque de civilizaciones) y a pesar de la brillantez de la obra, pensaba que la unidad e integración de esa sociedad multiétnica y multicultural permanecía fortísima. Además, había estudiado precisamente el americanismo en mi beca en Estados Unidos con la Fundación Eisenhower en 2001, y, quizá bajo la influencia de la comparación con España, «diagnostiqué» una excelente salud a su identidad nacional.
Pero he aquí que, como siempre, el gran Huntington se había adelantado a todos y, tras el triunfo de Trump, los analistas americanos subrayan la reacción de los estadounidenses más identificados con la cultura angloprotestante fundadora de EE.UU. que ven cuestionada su identidad. En 1998, relata Huntington en su libro publicado en 2004, durante un partido de fútbol entre México y Estados Unidos, los 91.255 asistentes se vieron inmersos en un mar de banderas mexicanas, se pitó el himno estadounidense y los jugadores de EE.UU. recibieron todo tipo de insultos… y el partido no se jugaba en México, sino en Los Ángeles. Décadas antes, los inmigrantes lloraban al ver la Estatua de la Libertad, se identificaban con el nuevo país y se hacían grandes patriotas.
Pocos vieron en Estados Unidos la importancia de esta evolución. Pocos parecen ver en España la trascendencia de la fortaleza de nuestra identidad nacional y las amenazas que se ciernen sobre ella. A pesar del sinnúmero de incidentes como el relatado por Huntington, a pesar de las ilegalidades nacionalistas persistentes, a pesar de tantos y tantos Truebas que se irían con el bando enemigo. Una mezcla de ceguera y miedo explica que nuestras élites políticas e intelectuales se dispongan ahora a hacer una reforma de la Constitución no precisamente para fortalecer esa identidad nacional, sino ¿para debilitarla? Ese es el problema que cuestiona una reforma forzada más por los partidos nacionalistas y por los partidos de izquierdas deseosos de responder a las exigencias de los anteriores que por las preocupaciones de la mayoría de españoles.
¿Reforma de la Constitución? Sí, es posible, pero para fortalecer la unidad y la identidad nacionales, no para todo lo contrario. Y no nos engañemos, el resto de contenidos de la reforma es puro relleno. Por enésima vez, la élite política se mueve bajo el impulso de las exigencias disgregadoras de los partidos nacionalistas con aparente inconsciencia sobre los efectos de una reforma de ese tipo en los sentimientos de identidad nacional de la gran mayoría de españoles. Es la primera y principal razón por la que el PP y C’s deberían explicar mucho mejor qué pretenden.
Hay una segunda razón, además, que afecta directamente a ambos partidos, sobre todo al PP. Y es que una estrategia equivocada en ese asunto puede dar lugar al nacimiento y crecimiento en España de un partido de probable tinte populista y a la derecha del PP que asuma la defensa de la unidad nacional. De hecho, ese es el único flanco por el que el PP puede verse amenazado y debilitado en el futuro. Es cuestión de tiempo, no demasiado tiempo, que los ataques a nuestra identidad nacional tengan importantes efectos políticos. Como en otros países. A no ser que reaccionen a tiempo nuestros líderes políticos.