Lo dicho podría resultar hasta simpático si no viniera avalado por un inconfundible tufo a dedazo de dictador bananero. Estos días ha desfilado por las redes sociales un meme con el siguiente texto: “Año 1993, el PSOE se inventa un nuevo impuesto a las hipotecas; año 2015, Podemos e Izquierda Unida votan subir ese impuesto un 50% en Aragón; año 2018, Podemos apadrina una manifestación contra ese impuesto injusto y el PSOE dice que nunca más lo volverán a pagar los ciudadanos”. Imposible definir de forma más acertada la hipocresía de la izquierda española. Ocurre que este episodio, que durante una semana ha convulsionado al país, rebasa con mucho los límites de una discusión técnico-jurídica sobre las características de un impuesto, incluso sobre su justificación en términos morales y políticos, para inscribirse de lleno en el marco argumental de la gran crisis política española y en el propio futuro de España como nación.
En primer lugar, porque lo ocurrido con el TS ha venido a poner en evidencia la aguda crisis por la que atraviesa una Justicia politizada hasta la náusea. Son las consecuencias de una politización que se inició hace ya muchos años, con el primer Felipe González -había que oponer una “justicia popular” a la justicia franquista-, y que con Zapatero se agravó hasta convertirse en cáncer. El cáncer de la Justicia populista. ¿Qué ocurre? Que en el Supremo pasta una ganadería de jueces que pretende hacer política con la Ley. En el Supremo, en la Audiencia Nacional, en las Provinciales, en los TSJ de las CC.AA., y, si me apuran, en el Constitucional. Y los jueces, por muy excelentísimos que se pretendan, están para aplicar la Ley, no para modificarla, porque de legislar se encarga el Legislativo, un poder que los españoles eligen democráticamente cada cuatro años. Esa es la gravedad del esperpento ocurrido estos días en la dichosa Sala Tercera, donde unos señores magistrados, seis en concreto, decidieron cargarse la jurisprudencia del propio tribunal con una resolución sobre el “sujeto” del IAJD que decía lo contrario de lo que ellos mismos habían dicho once meses antes. Para hacer “justicia popular”. Para hacer demagogia contra la banca.
Y en segundo lugar, porque el lance permite a Sánchez saltar a escena de inmediato para indultar a esos jueces justicieros, jueces populistas, y cargarse al resolución del pleno de la Sala de lo Contencioso Administrativo, anunciando que los españoles no van a volver a pagar el impuesto hipotecario, a Dios pongo por testigo, nunca mais, como si los españoles fueran tontos de baba y no supieran lo que les espera cuando, en el ejercicio de su personal libertad, vayan a solicitar un crédito en una oficina bancaria para comprar un piso. Lo más grave, con todo: que Sánchez anuncia el derribo por Decreto de una Ley aprobada en el Parlamento. Es el apestoso tufo chavista que despide el entero episodio. Un ensayo general de cómo el poder Ejecutivo mancilla al poder Judicial. Fin de la separación de poderes. Sánchez y sus cuates se sitúan por encima del Judicial y anuncian, aviso a navegantes, que cuando llegue el momento serán capaces de revertir esa otra sentencia, de protagonizar ese otro golpe, en la cuantía necesaria, con la violencia precisa, consistente en indultar a los presos golpistas del nacionalismo xenófobo y supremacista catalán.
Sánchez, presidente; Iglesias, vicepresidente
Si me he atrevido a esto, me atreveré también a lo otro, viene a decirnos. Esa es la razón para agotar la legislatura, el motivo de su obsesión por durar en Moncloa. Estamos ante una coalición que opera en el marco conceptual del chavismo, un movimiento que, tras perder las elecciones de diciembre de 2015, creó una Asamblea Nacional paralela para reducir la genuina a papel mojado. Sánchez ha pretendido eliminar el Senado porque allí no tiene mayoría y eso era un obstáculo para hacer aprobar sus PGE. Ahora le enmienda la plana al Supremo. Lo ocurrido estos días con la Sala Tercera es el molde del que Sánchez y su socio proyectan servirse para abordar nuevas aventuras en la epopeya de ir destruyendo la separación de poderes imprescindible para el cambio de modelo de sociedad que persiguen. De hecho, Sánchez ha revitalizado la mortecina figura de un Iglesias de capa caída, porque lo suyo ya no es competir con Podemos. Estamos ante un juego de suma cero, donde a Sánchez le da lo mismo que el PSOE gane votos a costa de Podemos o viceversa, porque lo importante es que la suma de PSOE y Podemos le garantice la mayoría. Con él como presidente y con Iglesias de vicepresidente. Más o menos lo de ahora mismo.
Un viaje no exento de riesgos, con el aliento de Iglesias constante en el cogote de Sánchez. Sostiene el marqués de Villatinaja que el atentado cometido por el presidente “no es suficiente”, de modo que ha decidido sacar las masas a la calle para protestar contra el Supremo, acabar con el escaso crédito del Supremo, que el señor marqués no se va a dejar robar el queso de esta revolución por un don nadie al que quiere echar un pulso en la calle y en las instituciones. Todo lo ocurrido esta semana ha sido malo para la democracia española, para la separación de poderes, para el imperio de la Ley. La más grave, la más reveladora, es la sentencia de la Audiencia de Barcelona conocida el jueves, según la cual Policía y Guardia Civil tendrían que haberse abstenido de utilizar la fuerza para impedir el referéndum del 1 de octubre, puesto que “no tenía consecuencia jurídica alguna”. ¿Un referéndum ilegal sin consecuencias jurídicas? Estamos ante el descaro de un reconocido juez independentista, José María Assalit Vives, haciendo política independentista desde la judicatura. El cáncer y sus metástasis, o el problema generado por la falta de respeto a un Estado que ha dejado de respetarse a sí mismo, contra el que ya se atreve cualquier canalla.
Un poder Ejecutivo que no tiene empacho en situarse por encima de la Ley y que tampoco lo tiene para fabricarse un supuesto atentado frustrado contra su titular, aureolar a Sánchez, por parte de un tipo de extrema derecha de 63 años sobre el que el gerente del Club de Tir del Vallès, Manuel Moreno, ha dicho en Els Matins, el informativo diario de TV3, que “es un mediocre tirador en la modalidad de aire comprimido y es imposible que sea un francotirador”. Un montaje típicamente venezolano, un tráiler de la película de miedo que se nos viene encima y que obliga a los partidos constitucionalistas a dejar a un lado asuntos menores, refriegas de patio de colegio, para taponar la senda que conduce a la experiencia venezolana, esa donde la gente hace tres comidas al día en versión Errejón, de la mano de un tipo que está “madurando” a pasos acelerados, dispuesto si le dejamos a convertir nuestras vidas en una pesadilla. Más que un Kérenski incapaz de contener la revolución bolchevique, un Maduro vocacional que aspira a encabezar el cambio revolucionario de régimen.