IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
- Las empresas no recuperarán a sus empleados por más ayudas que obtengan si, previamente, no crece la demanda
Con esto de ‘nuestro pequeño drama’ y cargado de ironía, me refiero a la desagradable situación económica que atravesamos y que nos obliga a gastar unos dineros que no tenemos y que, en consecuencia debemos pedir, a otros. Esta semana hemos tenido un buen ejemplo de todo ello con ocasión de la renovación del sistema de los ERTE. Como bien sabe, aunque su existencia legal es bastante antigua, los ERTE se han puesto de moda por su eficacia para contener la masiva destrucción de empleo que han impuesto las restricciones a la movilidad decretadas para dificultar la extensión de la pandemia. Una gran parte de las empresas y mucho autónomos se vieron de pronto obligados a sortear una situación insólita de descenso abrupto e inesperado de sus ventas. No había trabajo y no se podían sostener las plantillas. Enviar al paro a todas las personas cuyo desempeño se convirtió de repente en innecesario hubiese causado un daño social irreparable.
Por eso se habilitaron los ERTE que se convirtieron en una estación de tránsito a la espera de la recuperación de la demanda y, por ende, de la necesidad de su trabajo. Lo malo es que lo que confiábamos iba a ser un periodo de tiempo corto -hablábamos de unos pocos meses-, se convirtió después, al desesperante ritmo de la extensión de la enfermedad, en quince meses y aún no termina… El error de cálculo en la duración del problema y el miedo al alcance de su coste hizo que se fueran estableciendo por periodos de tiempo de unos pocos meses que ha sido necesario prorrogar una vez tras otra. La necesidad era tan evidente y el mecanismo tan eficaz que, por primera vez y con escasas fricciones, se alcanzaron los acuerdos necesarios entre los empresarios y los sindicatos, con la meritoria participación de la, primero ministra de trabajo y después vicepresidenta tercera Yolanda Díaz.
El año pasado los ERTE costaron 20.000 millones y con la nueva ampliación sube hasta los 21.000
Pero el paso del tiempo trajo una recuperación parcial de la actividad y una vuela de algunos beneficiarios a sus antiguos puestos. Por su parte, el costo del sistema fue acumulando cantidades que necesitaban la unidad de las decenas de miles de millones para ser contados. Los acogidos a los ERTE no contaban como parados, cobraban unas cantidades y pagaban unas cotizaciones que de algún lado tenían que salir y todo el mundo miraba, cómo no, a los ya suficientemente dañados presupuestos de la Seguridad Social.
Todo eso explica que la parte austera del Gobierno (en el supuesto extravagante de que tal cosa existiera) haya querido limitar esta vez el coste para el Estado y aumentar el esfuerzo de las empresas. El ministro Escrivá ha cometido un error grave al considerar que son las ayudas que concede las que mueven las decisiones empresariales de retorno de sus empleados. Pues no. Las empresas no recuperarán a sus empleados por más ayudas que obtengan si, previamente, no hay una recuperación suficiente de la demanda que reciben de sus clientes. Por eso, los sindicatos han cerrado filas junto a los empresarios y han recibido el apoyo de la vicepresidenta tercera. Para que el desaire no causara gangrena, el ministro Escrivá ha obtenido el premio menor de que su plan se aplique después del verano.
¡Está todo bien? Si, claro. Sobretodo si no tenemos en cuenta que solucionar esta necesidad no es gratis, ni mucho menos. Tiene un coste terrible. Un coste que soportan los presupuestos, cuyas quejas no se escuchan y cuyos problemas de desajuste a nadie preocupan. En 2020 costaron 20.000 millones de euros y con la ampliación de esta semana, el cargo de 2021 sube ya hasta los 21.000 millones. No hablamos de bagatelas y llegará un día en el que debamos preocuparnos -alguien, del perverso gremio de los acreedores, nos obligará a ello-, y entonces será el crujir y el rechinar de dientes. Cualquier plan de consolidación fiscal que se haga, por liviano y generoso que sea, nos obligará a recortar los gastos de manera socialmente incómoda y a aumentar los ingresos de forma económicamente perjudicial. Eso lo podemos dar por seguro. Pero no se preocupe, hoy sábado no va a pasar nada y mañana domingo tampoco. Así que aproveche el fin de semana, que ya llega el verano.