Juan Carlos Girauta-ABC
- El denuedo de nuestros hermanos sectarios les ha dado el control de la Academia, del ecosistema mediático y del conocimiento convencional
La gente de progreso siente como suya la gran derrota occidental, y eso es bueno porque nos une de forma inesperada. Por fin los europeos tenemos algo que lamentar juntos, cuando parecía que una brecha invisible atravesaba las aulas, los parlamentos y hasta los dormitorios haciéndonos irreconciliables. Con la adrenalina disparada por la guerra virtual que venimos librando, es natural que no se haya reparado en este reencuentro en lo común: Jerusalén, Atenas, Roma. Sí, hay caínes y abeles, pero eso solo prueba nuestra hermandad. Además, los caínes están muy sensibles, cual adolescentes empeñados en una provocación que ya no les funciona.
Hasta el ateo europeo es un profundo creyente. El Dios que niega no es cualquier dios, sino Aquel en el que cree su madre. ¿Qué sentido tendrían sin una hambrienta fe sus gritos desgarrados, su dolor pintado de sarcasmo, su barrera de dogmas? Desde ‘El Gran Inquisidor’, el poema que Iván lee a su hermano Aliosha en ‘Los hermanos Karamazov’, sabemos que a Cristo solo lo niega Europa seriamente desde el amor a su figura. Y por supuesto, desde la cosmovisión cristiana. Pero ya sea en la cima literaria, ya sea en el cruce chabacano, la mantenida lucha contra cualesquiera valores fundacionales no hace sino avalarlos como lo que hay. Solo se puede actuar contra lo que hay, otra cosa es locura.
El denuedo de nuestros hermanos sectarios les ha dado el control de la Academia, del ecosistema mediático, de la escuela y del conocimiento convencional. Todo gracias a una implacable y disciplinada apropiación del lenguaje. Nosotros no valdríamos. Hay que estar hecho de cierta pasta para introducir nuevos códigos manifiestamente artificiales en tu salón sin partirte el pecho. La primera vez que un padre de familia planchabragas llama a sus hijos y a los de sus amigos a la mesa del domingo con un «¡Niñes, a comer!» sin que los circunstantes adultos alteren la expresión; la primera vez que permiten que la palabra bomba, tan pringosa, tan marciana, tan ortopédica, ruede libre por el césped mientras descorchan el vino blanco, se acredita una admirable disposición al sacrificio de la que nosotros, coñones, carecemos.
Sirva lo anterior de reconocimiento a nuestros hermanos sectarios. Además, sabemos que hacen lo que hacen por razones que, si se vieran en la tesitura de explicarlas, remitirían a valores que son los nuestros. No tenemos otros. Los contravalores quedan para las performances y el rap, el teatro y los monólogos. Ahí se llama puta a quien ya sabes, se fantasea con el asesinato del adversario político, se humilla a las víctimas del terrorismo o se bromea con el Holocausto. Es zona franca y todo vale. Aunque solo para nuestros hermanitos. A nosotros no nos dejan ni fotografiarnos tranquilos con unas amigas en biquini. Son las reglas del juego. Entrelazados seguiremos por siempre, y más hoy en el desconcierto.