Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Vox prioriza consolidar su propia sigla sobre el objetivo común de ganar a Sánchez

La mayoría absoluta del PP en las elecciones de Galicia abre una nueva fase en la confrontación del centro-derecha con el bloque social-populista-nacionalista que encabeza Pedro Sánchez. El horizonte se le ha despejado a Alberto Núñez Feijóo en la misma medida que se oscurece para quien cada vez depende más del apoyo de los nacionalismos periféricos. La estabilidad de la legislatura está al albur de las necesidades tácticas de Puigdemont, cuya meta es que su partido recupere la presidencia de la Generalitat, amnistía mediante, para él y toda la constelación de condenados e imputados del ‘procés’. En Galicia un socialismo prácticamente testimonial deja paso, y la voz cantante, al BNG. Y en el País Vasco todo indica que los socialistas jugarán un papel subalterno del PNV o Bildu. Feijóo ha resuelto el papel del liderazgo en su partido y silenciado las voces que susurraban a Isabel Díaz Ayuso. El tsunami democrático de Galicia, que según Ferraz y La Moncloa no trasciende del ámbito puramente galaico, ha acreditado la capacidad del PP de concentrar el voto conservador y puesto en evidencia, negro sobre blanco, que el partido de Génova constituye, hoy por hoy, la única alternativa viable al poder de Pedro Sánchez.

El problema, sin embargo, para trasladar esta alternativa y la necesaria acumulación de fuerzas a las instituciones, a la calle, a las urnas y a la opinión pública lo representan Vox y Santiago Abascal. La resistencia de la organización derechista a sumar fuerzas con el PP para doblar el brazo del sanchismo se ha evidenciado en Galicia. Abascal, lejos de celebrar el éxito del centro-derecha frente al campo de la izquierda y el nacionalismo, se ha dedicado a arremeter contra el voto popular o lo que denomina «estafa política». Al ritmo en que Vox va perdiendo apoyos tanto en las elecciones autonómicas como en las generales y siendo extraparlamentario en Galicia, ha optado por acelerar su alejamiento del PP como partido nodriza. Muy al contrario, parece haber centrado sus energías en responsabilizar al partido de Feijóo de su propia erosión.

La contradicción es que esta tarea de confrontación debe compatibilizarla con la cohabitación en varios ejecutivos autonómicos y municipales donde gobiernan juntos. El caso de Baleares indica el alto riesgo de mantener de forma simultánea la coalición y la confrontación. El partido de Abascal parece haber optado por dar prioridad a la consolidación de su propia sigla sobre el objetivo común de ganar a Sánchez. La depuración de todos los cargos reticentes a esta ideologización intransigente y de los dirigentes partidarios de unir fuerzas con el PP indica el enroque de los de Abascal y el talón de Aquiles de la nueva etapa de la derecha.