EL CONFIDENCIAL 30/01/14
ANTONIO ESPAÑA
Probablemente se acuerden ustedes de cuando estudiaban matemáticas en EGB de dos conceptos que resultaban esenciales para operar con fracciones: se trata del máximo común divisor (m.c.d.) y el mínimo común múltiplo (m.c.m.). Si hacen memoria, el primero se obtenía descomponiendo cada uno de los números objeto de la operación en sus factores primos y tomando el producto de aquellos comunes, elevados a la mínima potencia. Pues bien, al considerar las opciones políticas a las que prestar nuestro voto en unas elecciones –por no decir cuando optamos por involucrarnos más activamente– realizamos un ejercicio similar, valorando los elementos concretos que hay en común entre sus proposiciones y nuestros valores, así como su grado de intensidad.
Piensen en los valores y principios, las visiones de la realidad, los intereses, los proyectos y los objetivos que declaran los dirigentes, militantes, simpatizantes y votantes de cualquier partido. Y traten ahora de individualizar cada uno de estos factores, tomando aquellos que se repiten en todas las personas de ese colectivo, considerando el menor grado de intensidad que tengan en común, y combínenlos. Si realizan este ejercicio mental, obtendrán el equivalente al máximo común divisor de su ideario, algo así como la porción mínima de ADN ideológico que sus integrantes comparten. Siendo esto así, la doctrina política de una formación tenderá necesariamente a ser más vaga y genérica cuanto más numeroso sea el subconjunto de la población que aspire a representar.
Y eso es precisamente lo que ocurre con los dos principales partidos de nuestro país. Desprovean el discurso de sus dirigentes de la retórica y dialéctica propia del teatro de la política española, y comprobarán que, en realidad, no existen tantas diferencias entre el PP y el PSOE. Si se fijan, apenas se limita a una docena los puntos programáticos o ideológicos que resultan verdaderamente discriminantes, es decir, aquellos en los que la posición de uno y otro partido resulta totalmente incompatible. Y en general, además, tienden a ser cuestiones de índole moral, ya que, en lo social y en lo económico, poco se aleja el partido de Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro de la socialdemocracia y el keynesianismo imperantes. Especialmente desde que han hecho al PP abandonar algunas de sus posiciones tradicionales –por ejemplo, en impuestos o lucha antiterrorista–.
Podría decirse, pues, que el ‘mercado’ electoral es sensible a lo que los economistas llaman economías de alcance –beneficios derivados de producir bienes complementarios–, característica que explica, en gran medida, que las dos primeras opciones conciten el apoyo del 70-80% de los votantes en las diferentes convocatorias electorales. De algún modo, esta es una de las principales causas de la tendencia hacia el bipartidismo de la mayoría de las democracias occidentales modernas, reforzada por las no menos evidentes economías de escala en lo que a comunicación, propaganda y atención de los medios se refiere para llegar al público masivo.