Javier Zarzalejos-El Correo
- El mediocre rendimiento educativo vasco emergía cuando faltaba mucho para la incorporación significativa de alumnos inmigrantes
Una de las carencias más llamativas de nuestro debate público -suponiendo que eso exista hoy- es precisamente la ausencia de debate público sobre la educación, el análisis del rendimiento de los modelos pedagógicos, y de la capacidad del sistema educativo para formar, enseñar y constituir ese insustituible referente de socialización de nuestros niños y jóvenes que es la escuela. Por esta razón se agradecen iniciativas como la que este periódico ha tenido al reunir en una valiosa conversación a personas integrantes del sistema educativo para hablar con conocimiento directo y desde perspectivas distintas de lo que nos interesa. En esa conversación (EL CORREO, 7 de septiembre) se hablaba con claridad y preocupación de uno de los llamados «elefantes en la habitación», a saber, «el fracaso lingüístico del sistema educativo vasco» víctima y responsable a la vez de la paradoja de que «cuanto más euskera se promueve, menos se utiliza». Los interlocutores alertaban de que «la escuela vasca no da una solución al alumnado extranjero», recordando casos de alumnos latinoamericanos que han salido adelante «gracias a que se les daba material en español».
Dos docentes y un experto académico se referían a los nuevos desafíos que se tienen que afrontar en el sistema educativo y en el aula y de la dificultad creciente para desempeñar el núcleo de su función. Y en ese diálogo se ofrecía también una contraposición de visiones especialmente interesante para definir lo que la escuela puede hacer y lo que la sociedad y las familias pueden pedirle. Una de las intervinientes, directora de un centro, afirmaba que «debemos educar en valores y fomentar la capacidad crítica, la empatía, el sentido de justicia y dignidad y la solidaridad», mientras que otro de los intervinientes precisaba que «las familias deben saber que el colegio llega a donde llega. Nosotros solo podemos ayudar al alumnado». Uno, que dista mucho de ser un experto en la materia, se pregunta por el lugar que se reserva a los contenidos en una escuela a la que se sobrecarga con la responsabilidad de llevar a los alumnos a una formación ética integral que tiene que asumir la sustitución de otros ámbitos, empezando por el familiar, donde se construyen las personalidades y se ofrece la experiencia práctica de los valores.
Muchas de estas preocupaciones han movido a una treintena de profesores vascos a reunirse en una plataforma, HezkuntzArtea, con la preocupación compartida por la deriva del sistema educativo, según informaba este periódico el pasado 30 de junio. Los docentes mencionaban como causas de esta deriva las modas pedagógicas, el aprendizaje basado en proyectos, la programación en base a retos, la marginación de los contenidos y la evaluación de competencias sobre los conocimientos, además de una carga burocrática desproporcionada. No estamos hablando de cuestiones menores cuando en la enseñanza parece cundir una frustración creciente. Como señalaba este grupo de profesores, «el alumno brillante siempre sale adelante», pero eso, además de sabido, no es en absoluto suficiente, sino que indica precisamente un fracaso del sistema educativo como nivelador de oportunidades, palanca de progreso personal y social y redistribuidor del conocimiento.
Las carencias de la educación en el País Vasco vienen de lejos y son más preocupantes cuando se ponen en el contexto de las demás comunidades autónomas españolas. A esta realidad se refería Ricardo Arana en esta tribuna (‘Ocultar el dato no resuelve el caso’, 13 de marzo) cuando describía el «problema estructural de la educación vasca». Recordaba Arana que ya la Evaluación de Diagnóstico publicada en 2015 advertía tanto de los mediocres resultados del sistema como de un cambio de tendencia que se ha confirmado desde entonces. Diez años después, el nuevo informe es un documento más que breve, -26 páginas comparado con las 240 del de 2015- y poco esperanzador. Los centros vascos están literalmente a la cola en competencia lectora y científica. No hay aquí un problema de recursos.
La población inmigrante no lo explica todo. Primero porque hay que tener cuidado con la búsqueda de un chivo expiatorio de estos males y, después, porque el mediocre rendimiento del sistema educativo vasco ya se estaba manifestando cuando faltaba mucho tiempo para que esa incorporación de alumnos procedentes de la inmigración resultara significativa. No, lo que ha ocurrido es que un sistema con mal rendimiento desde hace años, lo empeora aun más cuando se produce la incorporación de alumnado de entornos culturales distintos, de familias con recursos limitados, que entran en un modelo radical de inmersión lingüística que, sin género de dudas, está agudizando el problema hasta niveles críticos. La enseñanza para los alumnos o los alumnos para la enseñanza. Habrá que decidir.