Después de casi 40 años de bipartidismo, en España, como en gran parte de Europa, se ha producido una fragmentación electoral provocada por la irrupción de los populismos de extrema derecha y de extrema izquierda.
NO CABE DUDA de que la vida es cambio y evolución, nada permanece. Esto también afecta a la vida política. En estos 41 años de vida democrática, 40 de vida constitucional, la vida política española se ha caracterizado por dos ciclos bastante claros, en cuanto al tipo de competencia electoral: centrípeta (hacia el centro)/centrífuga (hacia los extremos).
De un lado, tenemos el primer ciclo que va desde los inicios de la democracia –año 1977– hasta el decisivo y cambiante año de 2014. Este primer ciclo se caracteriza básicamente por la moderación política y por la competencia electoral centrípeta. Los 40 años de dictadura, incluso la propia Guerra Civil, tuvieron una muy importante influencia en el cuerpo electoral español, que siempre optó por la moderación entre los diferentes bloques ideológicos. En las elecciones de 15 de junio de 1977, tanto en el bloque ideológico de izquierdas como en el de derechas triunfaron de largo las opciones más moderadas. En la izquierda el PSOE no dio ni la más mínima opción al Partido Comunista, 118 diputados frente a 20. En la derecha o centro-derecha el resultado fue más abultado, la UCD de Suárez lograba 165 diputados frente a los 16 de Alianza Popular. En las elecciones de 1979, ya con la Constitución aprobada, el resultado fue similar: 121/23 en el bloque de izquierdas; 168/10 en el de derechas. En ese mismo año, el PSOE, después de dos convulsos congresos, acaba rechazando los postulados marxistas y asumiendo de la mano de Felipe González los postulados socialdemócratas. Moderación y competencia electoral hacia el centro. Tras el golpe de Estado del 23-F y el desmoronamiento de la UCD, en 1982 el PSOE logra un resultado que ningún partido en democracia ha vuelto a igualar: 202 diputados. En cuanto a la derecha española, y tras el hundimiento de la UCD, el PP aglutina el voto de la derecha y del centro-derecha, pero solo cuando Aznar gira el partido hacia el centro-derecha, se logra la victoria en 1996, con mayoría absoluta en el año 2000. Nuevamente moderación y competencia electoral hacia el centro.
Se podría concluir que en este primer ciclo de 37 años de vida democrática y electoral, el cuerpo electoral y sus representantes políticos han optado por la moderación y la competencia centrípeta, hacia el centro, muy propia por lo demás de un sistema de partidos bipartidista, con protagonismo exclusivo en el Gobierno de España de PSOE y PP.
Sin embargo, todo comienza a cambiar en el año 2014, en las elecciones europeas, únicas con circunscripción única (toda España) y muy dadas a que el pueblo vote con más alegría y menos cálculo (Bruselas se sigue viendo demasiado lejos). Por primera vez en 37 años el binomio PSOE/PP no suma el habitual 80% de escaños, no pasan entre los dos del 50%. Aparece con más de un millón de votos una fuerza política desconocida hasta ahora: Podemos. Y Ciudadanos (nacido en el año 2006 en Cataluña) se transforma en partido de ámbito nacional. Es verdad que UPyD fue el primer partido que en el año 2008 abrió el camino frente al PSOE/PP y todos sus desmanes, especialmente en materia de corrupción. Pero este mérito nadie se lo reconocerá al partido magenta. En las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 se da la consolidación del final del bipartidismo. Podemos y las confluencias suman cerca de 5 millones de votos y Ciudadanos se va a más de tres millones y medio.
Entre diciembre de 2015 y las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, lo más destacado que ocurre en la vida política española, junto con las consecuencias sociales de la crisis económica y financiera iniciada en el año 2008 y la preocupación enorme de los españoles por la corrupción política, es el desafío del independentismo catalán, echándose al monte todos los partidos nacionalistas catalanes, por encima de leyes, jueces y Constitución. Mayor radicalismo, imposible.
En las elecciones andaluzas del 2 de diciembre se ha constatado la realidad del nacimiento de un segundo ciclo en la vida política y electoral española: la competencia centrípeta se ha diluido hacia una competencia centrífuga: hacia los extremos. Podemos ha evolucionado hacia un partido profundamente inmaduro. La reacción de Pablo Iglesias la noche electoral andaluza fue más propia de un alborotador callejero que de un representante democrático. Mala cosa. Frente a la extrema izquierda y el desafío independentista catalán, ha irrumpido con fuerza, por primera vez en nuestra actual democracia, la extrema derecha. Todo ello aderezado con demasiados años de irresponsabilidad institucional y corrupción de los dos grandes protagonistas de nuestra vida política en democracia: PP/PSOE.
Concluyo. El tradicional eje izquierda/derecha ya no vale como único análisis político. Ni siquiera el eje vieja política/nueva política. Se han incorporado a la realidad política española, ya lo estaba en media Europa, los populismos de izquierdas y de derechas o, mejor dicho, de extrema izquierda y de extrema derecha. En el muy decisivo año electoral de 2019, la batalla va a estar, tengo pocas dudas, entre los moderados y los radicales, entre la competencia hacia los extremos o la tendencia a la moderación. Podemos y Vox ya han mostrado su odio mutuo y radicalidad. El independentismo catalán veremos si algún día vuelve del monte, es muy probable que solo el propio pueblo catalán les obligue a ello, por cierto, ya lo está empezando a hacer.
EL FUTURO democrático y responsable de 46 millones de españoles está en las posiciones que adopten PSOE, PP y Ciudadanos. El momento es histórico. Esperemos, como decía Ortega, que sepan estar «a la altura de los tiempos». La miopía no ha dejado ver al PP y al PSOE que los tiempos han cambiado. Ambos tienen que elegir entre la radicalidad o la moderación, amén de mostrarse implacables frente a la corrupción. Nos jugamos la calidad de nuestra existencia democrática y una eficacia real frente a los graves problemas que tiene nuestra vida pública. PSOE y PP tienen mucho que reflexionar sobre su futuro y el futuro que quieren para el interés general de 46 millones de españoles. A ambos el pueblo andaluz les ha dado un toque de atención bastante importante. Por último, Ciudadanos tiene un papel verdaderamente histórico en este complicado entramado político. El viento les sopla a favor. Tiene que atraer al PP y al PSOE hacia la moderación. Lo mejor para la convivencia democrática en España no pasa por avivar los extremos, si no por evitarlos. Este pueblo tiene poca memoria histórica. La suma de corrupción, crisis económica y deriva nacionalista catalana nos obliga a sacar lo mejor de nosotros mismos, no lo peor.
David Ortega es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos.