No era previsible, como avanzaban las pronósticos demoscópicos, que el 14-F supusiese una alteración del mapa político que diese lugar a un cambio radical en la orientación que viene siguiendo el proceso político catalán estos últimos años. Los cambios producidos, sin duda importantes para las formaciones afectadas -descenso acusado de Cs y PP, irrupción de Vox- no tienen incidencia determinante en el curso del ‘procés’, el dato esencial de la situación política en Cataluña y que no ha experimentado cambios decisivos como consecuencia del 14-F. Lo mismo cabe decir en relación con formaciones menores como ECP y la CUP, cuyo ascenso (en escaños, no en votos) no altera el cuadro general.
Pero si es cierto que el 14-F no ha dado lugar a cambios decisivos en relación con el ‘procés’, no cabe extraer la conclusión de que las cosas sigan igual. No resulta intrascendente que JxC, que ha ocupado la jefatura del Govern, con personajes como Torra y Puigdemont, en la última legislatura (y en la anterior), tenga que ceder este puesto clave a sus socios, y rivales, de ERC; no tanto porque vaya a suponer un giro radical en el ‘procés’ como por la posibilidad de abrir nuevos escenarios en los que puedan ser posibles planteamientos distintos a los que se han venido dando en las últimas legislaturas.
Mayor relevancia tiene el éxito del PSC, que aunque tiene muy escasas posibilidades de traducir su triunfo en las urnas en la formación de un Govern bajo la jefatura de Illa (más aún teniendo en cuenta la posición manifestada por ERC… y también por ECP), sí introduce un factor nuevo que va a incidir de forma apreciable en el escenario político catalán.
Todo indica, a la vista de las posiciones que mantienen los principales actores del ‘procés’ tras el 14-F, que nos encaminamos hacia una prolongación del mismo esquema que ha venido funcionando en las últimas legislaturas. El nuevo Govern seguirá estando basado en los mismos componentes -ERC y JxC- que los anteriores, si bien ahora ambas formaciones permutarán su posición, sin que esto suponga ningún cambio esencial en la deriva soberanista. No hay que descartar que bien por las demandas que pueda plantear el ahora segundo socio, JxC, o por las exigencias que trate de imponer la CUP las cosas se compliquen y surjan obstáculos imprevistos en la formación del Govern.
Hay que tener presente, por otra parte, que las elecciones del 14-F se circunscriben al ámbito territorial catalán pero sus efectos inciden de forma decisiva en el proceso político español en su conjunto. No debe pasar desapercibido, a este respecto, que la estabilidad institucional, y de forma especial la continuidad del Gobierno de Pedro Sánchez, depende más que de los ruidos que retumben en el Congreso de la suerte que corra el Govern y de la actitud que mantengan las fuerzas que lo integran. Y, asimismo, que la viabilidad de la legislatura que ahora comienza, y del Govern que se forme, no va a ser ajena a lo que ocurra en la Carrera de San Jerónimo y en La Moncloa.
No puede decirse que la coyuntura sea sencilla. Lo decisivo, más que la aritmética electoral, es la gestión por parte de las formaciones políticas de los resultados que arrojan las urnas. En este sentido, no estaría de más que a la hora de marcar las orientaciones para la nueva legislatura no nos olvidemos de las cosas de comer, aunque solo sea porque hay que comer todos los días y en la situación actual, marcada por los efectos de la pandemia, este asunto debe tener prioridad sobre cualquier otro.
También convendría adoptar las medidas necesarias para que no se prolonguen el deterioro institucional y la esterilidad política que han marcado, al compás del ‘procés’, el desarrollo de las anteriores legislaturas. Y sobre todo, habría que tratar de evitar que se adopten decisiones que no solo no solucionen los problemas ya existentes, que no son pocos ni fáciles de resolver, sino que compliquen más los que ya tenemos y, además, contribuyan a crear otros nuevos.