El Gobierno aprobó ayer el mecanismo de fijación de un tope del gas con el loable objetivo de abaratar el precio de la luz. El proceso ha sido difícil. Hubo que doblegar las resistencias europeas, siempre recelosas de cualquier medida nacional -en este caso de dos países, pues la excepción pedida era ibérica y no solo española- que rompiera la unidad de mercado en cualquier tipo de productos o servicios. Un objetivo que está grabado a fuego y con letras de oro en el frontispicio del edificio comunitario y que constituye el primer y más avanzado objetivo del proceso de integración europea. El proyecto se presentó como de máxima urgencia, dada la evolución desbocada de los precios, pero se ha retrasado semanas debido a una complejidad técnica que, al parecer, nadie había previsto.
Obviamente, el gas lo seguiremos comprando al precio del mercado, que sigue en las alturas, pero a la hora de fijar precios de generación estará topado en casi 50€. Como el sistema es marginalista -es decir, se remunera a todas las opciones de generación al precio de la más cara-, y como el gas ocupa el lugar más alto del podio desde hace tiempo, se conseguirá que todas las demás se remuneren a un precio menor. Pero la idea tiene sus inconvenientes. El primero es que se abarata el precio del mercado regulado, ese en el que, según algunos, se apilan los tontos y que es minoritario dentro del consumo global. El resto seguirá fijando precios bilaterales con los productores. El segundo es que se crea un agujero entre el precio al que se compra el gas y el tope fijado para la venta de electricidad. Un agujero que será necesario colmar, una tarea que, al parecer, se adjudica a los propios consumidores, con lo que no es fácil ver la ventaja del sistema aprobado ayer. Y una tercera es que los precios de la energía no paran de subir y convierten en estériles todos los intentos artificiales de control. De nada sirvió el alivio fiscal a la electricidad, de poco han servido los céntimos de ahorro a los carburantes y ahora veremos cómo evoluciona el gas, cuando la guerra se recrudece, los países compradores pretenden modificar con severidad el origen de los acopios y cuando Rusia usa la energía como un arma más, y de las más eficaces, en su guerra en Ucrania.
Pero todo estará bien si se reducen los precios de la electricidad. Bueno, pues veremos si lo consigue. A poder ser, antes de que se gangrene la herida abierta en la industria por el afilado cuchillo de los precios de la energía.