Manuel Marín-Vozpópuli

  • La única diferencia entre unos y otros es que Begoña Gómez, al pedir dinero, no incurría en la ordinariez de llamar chistorras a los billetes de 500

Estar en el lado correcto de la historia nunca debería basarse en una utilización corrosiva del poder en tu propio beneficio. El lado correcto de la historia no es justificar la corrupción institucional atribuyendo culpas por criterios ideológicos o inocencias por dependencia personal o familiar. El lado correcto de la historia es asumir los hechos conforme a criterios de legalidad, y si te han sorprendido con la mano en la caja, con los ‘enchufazos’ y ‘dedazos’ porque sí, o con la ética de lo público bajo los pantalones, a la altura del arco del triunfo, no estás en el lado correcto de la historia. Estás en el lado corrupto de la historia. En España, al menos todavía, se juzgan hechos, no convicciones de inocencia. Se juzgan pruebas, no distorsiones de la realidad ni medias verdades. Se juzgan evidencias, no excusas.

A La Moncloa le ha fallado todo en este ‘begoñazo’ de otoño caliente. Salió mal la operación de acoso y derribo al juez Juan Carlos Peinado. Salieron mal los argumentos de enemistad manifiesta, los amagos de recusación, la obsesión por apartarlo del Juzgado, la filtración de que su hija era cargo del PP, la querella a la desesperada, los pucheros ante la Audiencia Provincial de Madrid, las presiones ante el Tribunal Superior de Justicia… Después falló la puesta en marcha de una ley ‘ad hoc’ para encubrir la corrupción del sanchismo con la anulación forzosa de las acusaciones para que los casos fuesen automáticamente archivados. Falló la operación contra la ‘fachosfera’, las acusaciones de bulo y fango frente a la virginal inocencia de una mujer reprimida injustamente por un Estado rencoroso con reminiscencias franquistas.

Salió mal la inmolación del fiscal general, y ha fallado la defensa de Begoña Gómez en su pertinaz obsesión por no colaborar y aclarar todo aquello que sonaba, y suena, a delictivo. Si uno es inocente, por qué no explicarse… Era su derecho guardar silencio, ocultarse, no exponerse, no dar lugar a contradecirse, no delatarse por error. Ha fallado que, queriendo ser inocente, haya parecido siempre culpable. Y ha fallado esa inefable percepción de que el poder te hace inmune a todo para que sea impune todo lo que hagas. Porque siguen en la ceguera de que aquel que ocupa el poder tiene siempre todo a su favor.

¿Habrá jurado? ¿Habrá dos jurados? ¿Habrá delitos probados? ¿Habrá un veredicto desfavorable? ¿Habrá cárcel? Ni idea. El sistema que ideó el PSOE —el pueblo juzga al pueblo— decide. En realidad, la derivada de fondo más relevante no es en sí misma Begoña Gómez. Lo relevante es la capacidad del sanchismo para sostener lo insostenible sobre la base de una demoledora interpretación moral del ejercicio del poder, de la transparencia, la ejemplaridad y el desprecio al espacio público. La única diferencia entre unos y otros es que al menos Begoña Gómez, cuando pedía dinero para su cátedra, no incurría en la ordinariez de llamar chistorras a los billetes de 500 euros. Pero en el resto, todo se resume bajo una única idea: cumplir con esa ansia de tomar lo que no tienes sencillamente porque eres quien eres y lo quieres. Porque tú lo vales. Y lo tomas. A Peinado, el PSOE ha vuelto a hacerle lo mismo que ya hizo con Marino Barbero, Carlos Dívar, Mercedes Alaya, Manuel García Castellón, Eduardo Fungairiño… Esto ya lo hemos vivido.

Lo más indiferente es una eventual condena del fiscal general, de Begoña Gómez, de David Sánchez, de José Luis Ábalos, de Koldo García y sus ‘lechugas’, o de Santos Cerdán. El PSOE ya lo está amortizando. Lo determinante es que nuestra democracia ha cruzado sin ruborizarse la fina línea roja que separa la responsabilidad del poder, el respeto al contribuyente y la moral pública debida al ciudadano que te paga, de la indecencia, la soberbia y la mentira sistemática. Y todo, por perpetuar una degeneración del sistema, una desviación del poder y la figuración de una honestidad falsa y carente de escrúpulos que compromete la reputación de toda la nación. No solo de una familia, que ya se han caído las caretas.

Lo más grave, en definitiva, no es el morbo de banquillo en un juicio, o en dos, o en cien. Lo relevante es la única consecuencia intrínseca del ‘begoñazo’: la proliferación de conductas, afirmaciones, convencimientos y gestos que nunca antes se habían reproducido en democracia en boca de un presidente del Gobierno. Sólo Sánchez tiene el suficiente andamiaje de cemento armado para sostener sin tartamudear que se puede gobernar sin Parlamento, que puede gobernar sin presupuestos, que no convoca elecciones porque las perdería, y que hay que evitar la alternancia política para que la derecha no vuelva al poder.

El ‘begoñazo’ es lo de menos porque tampoco será la causa real de disolución del sanchismo. Han sabido convertir la corrupción en un victimario, en una causa injusta de persecución, en un motivo para aferrarse al poder aunque sea con un coste reputacional, personal y humano insoportable. Gobernar sin Parlamento, gobernar sin presupuestos e impedir la alternancia política. Ese es el objetivo real y declarado. Que Begoña Gómez o David Sánchez sean condenados… es hasta accesorio en el objetivo final. El fin último es otro. Ganando eso, ganan a la democracia. Y después, si eso, ya encontrarán el modo de blanquear los trapos sucios de la familia. Incluso, pediremos perdón al fiscal general. Nunca más una tarde a las cinco sin comer.

Como discurso de método, las excusas delirantes y contradictorias del sanchismo, el fanatismo militante y la coartada de la ultraderecha acusadora pueden valer a unos cuantos millones de ingenuos. En cambio, como ejercicio de realismo —la mujer honrada acosada, el músico honesto—, es una sandez. Hoy conocemos de Begoña Gómez o de David Sánchez episodios que no conocíamos en febrero de 2024. Pero no son sólo los hechos en sí. Es la reacción de Moncloa revolviéndose contra la lógica del bien común que tanto invoca. El bien común nunca puede ser amparar la corrupción, sea jurídica o sea ética. Si esto que hoy sabemos, sea delito o no, hubiese ocurrido con un Gobierno del PP, las cacerolas se habrían agotado en los centros comerciales. Nadie, absolutamente nadie del PSOE, pasaría un solo milímetro de su cuerpo por el aro de la tolerancia. Pero hay que proteger el fuerte. Por pudridero que sea.