Agustín Valladolid-Vozpópuli
  • Este martes, en vísperas del que puede ser uno de los peores inviernos de nuestras vidas, Sánchez decidió que la emergencia nacional no era la crisis de la energía, o el paro, o la inflación, sino el líder de la Oposición

El PSOE tiene un problema. Serio. Pedro Sánchez lo confirmó el martes en el Senado. Su descarnado ataque a Núñez Feijóo me recordó aquel “váyase señor González” de José María Aznar en marzo de 1993. Solo que Aznar no era presidente del Gobierno sino líder del Partido Popular. El martes, en vísperas del que puede ser uno de los peores inviernos de nuestras vidas, Sánchez decidió que la emergencia nacional no era la crisis de la energía, o el paro, o la inflación. La emergencia era Núñez Feijóo. Sánchez eligió un inaudito cambio de papeles y abdicó de su responsabilidad como presidente del Ejecutivo para ejercer casi en exclusiva como furibundo líder de la Oposición. Quizá porque ya es consciente de que su única oportunidad no es recuperar la credibilidad perdida, sino menoscabar, hasta situarla al nivel de la suya, la de Feijóo.

Intentar ridiculizar, desde una arrogancia sin suficiente respaldo intelectual, a un político que ha ganado cuatro elecciones por mayoría absoluta, es algo más que una osadía. Es una imprudencia que retrata al autor. Porque en una situación crítica para el país, lo que debiera preocupar al presidente del Gobierno es reunir el mayor número de apoyos posibles, y no debilitar al líder del principal partido de la Oposición. Es una imprudencia y una prueba más del escaso aprecio que profesa Sánchez por algunos de los principios básicos que rigen el funcionamiento de las democracias. En este caso por la alternancia en el poder. No es el único. La transparencia y la libertad de Prensa tampoco están entre sus favoritos.

Quizá el desproporcionado ataque al líder del PP se haya debido a que Sánchez es consciente de que su única oportunidad no es recuperar la credibilidad perdida, sino rebajar al nivel de la suya la de Feijóo

Los continuados ataques de Sánchez a los medios de comunicación que no le bailan el agua, son el espejo de su propia inseguridad, la reacción lógica al fracaso de esa tendenciosa política de comunicación que ha consistido en negar información pública a quien te critica y reservar para los medios afines las explicaciones sobre tu gestión. Estamos hablando de conductas inadmisibles en cualquiera de las viejas democracias europeas que Sánchez, en un ejercicio de cinismo improcedente, pretende aquí justificar alterando la carga de la prueba y abriendo irresponsablemente una causa general contra la Prensa. Que haya periodistas que escriben al dictado del Ibex (al igual que los hay que prácticamente copian los argumentarios de Moncloa) ni refleja la heterogénea realidad del sector, ni justifica la sistemática y siempre anónima agresión de todo un presidente a los medios críticos con su gestión.

Volviendo al NO debate del martes (las normas que regulan el reparto del tiempo en Congreso y Senado son una anomalía que afecta a la credibilidad del Parlamento y que urge cambiar), y a la afirmación con la que arranca este artículo, hubo otros momentos en la extensa intervención de presidente del Gobierno que retratan a éste e indirectamente son reflejo de la turbación que causan en el presidente, y en su equipo más cercano, los datos de las encuestas que manejan (mucho peores que las que se publican). El primero de ellos fue cuando, hablando aún de política energética, Feijóo contrapuso a las de Sánchez las opiniones de, afirmó, un verdadero socialdemócrata, el ex secretario general de la UGT, Cándido Méndez. La posterior reacción indignada de aquel, de Sánchez, (“No le  permito que diga que no soy socialdemócrata”, vino a decir) demostró que el gallego había dado en el clavo; que lo que los sondeos le están diciendo a Sánchez es que cada vez se le identifica más con posiciones radicales de izquierda; que su política de pactos está  alejando al PSOE de la centralidad; y que eso tiene consecuencias.

Los continuados ataques de Sánchez a los medios de comunicación que no le bailan el agua son el espejo de su propia inseguridad, la reacción lógica al fracaso de una tendenciosa política de comunicación

En su confrontación con Feijóo, y explicitando otra preocupación más, Sánchez hizo insistentemente referencia a la lealtad del PSOE con la Constitución y las instituciones, como si la reiteración del argumento sirviera para modificar la realidad y aliviar así el temor de los barones socialistas a que el siniestro electoral ocasionado por las alianzas con Podemos, Bildu y ERC se confirme en los comicios de mayo. En esa misma clave de utilizar argumentos a la medida de sus urgencias, hay que entender el razonamiento que utilizó para rechazar a la oferta de Feijóo de negociar en estas complejas circunstancias un pacto de Estado con amplio respaldo parlamentario: para Sánchez  es más democrático un gobierno Frankenstein, un gobierno de falsa coalición en el que solo manda él, que un gobierno de concentración nacional que le obligaría a compartir el poder.

El PSOE tiene un problema doble. Uno, ya lo apuntamos aquí, se llama Pedro Sánchez. Otro, quizá más grave, porque Sánchez se irá pero el dinosaurio seguirá allí, es la incapacidad de la nueva dirigencia socialista, convertida en un lastimoso coro de meros aplaudidores, para, más allá de explotar las debilidades de Feijóo (ya hablaremos de Feijóo en su momento) provocar un cambio de rumbo, recuperar la capacidad de autocrítica y regenerar los instrumentos de la olvidada democracia interna. No se vislumbran héroes capaces de tamaña hazaña.

La postdata: el otoño caliente de Yolanda, la tercera líder sindical

1.- “Un otoño caliente tras un verano para reflexionar: los sindicatos preparan movilizaciones para exigir subidas de sueldos”. (Titular de El País, 23 de agosto)

2.- “Díaz apoya el ‘otoño caliente’ de los sindicatos y pide a Garamendi ‘mirar más a su país’”. (El Plural, 25 de agosto)

3.- “Subamos el salario mínimo más que nunca, las pensiones más que nunca, todos los salarios y la tasa de paro subirá más que nunca. Nadie le ha explicado los errores de la crisis de los setenta. Ánimo, podemos”. (José Carlos Díez, economista, 25 de agosto)

4.- “Los Estados del bienestar de la Europa continental -lo que los franceses denominan État providence– siguieron un tercer modelo. En este caso el énfasis se puso en proteger al ciudadano empleado de los estragos de la economía de mercado. Hay que señalar que, en este caso, el término ‘empleado’ no se ha escogido a la ligera. En Francia, Italia y Alemania Occidental era el mantenimiento de los empleos y las rentas ante los reveses económicos lo que preocupaba al Estado del bienestar. A los estadounidenses, e incluso a los ingleses actuales, esto les debe parecer muy peculiar. ¿Por qué proteger a un hombre o una mujer de la pérdida de un empleo que ya no produce nada que la sociedad quiera? ¿No será mejor reconocer la ‘destrucción creativa’ del capitalismo y esperar a que surjan trabajos mejores? Pero, desde la perspectiva continental, las implicaciones políticas de echar a gran número de persona a la calle en épocas de depresión económica eran mucho más importantes que una hipotética pérdida de eficiencia por mantener empleos ‘innecesarios’. Como los gremios del siglo XVIII, los sindicatos franceses o alemanes aprendieron a proteger a los de ‘dentro’ –hombres y mujeres que ya tenían un trabajo fijo- de los de ‘fuera’: jóvenes no cualificados y otros en busca de empleo”.

(Tony Judt. “Algo va mal”. Editorial Taurus, 2010)