José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- El líder del PP ha dado un vuelco al partido y la Moncloa y Ferraz han ordenado fuego graneado sobre su persona para intentar sacarle de quicio
Orden general en el PSOE: «Romperle las piernas» a Núñez Feijóo. La peor noticia para Pedro Sánchez fue que Pablo Casado perdiera su pulso con Isabel Díaz Ayuso y que el resultado fuese el retorno del PP a un liderazgo sensato y experimentado. Porque el que fuera presidente de la Xunta de Galicia entre 2009 y 2022, con cuatro mayorías absolutas en otras tantas elecciones autonómicas, presenta dos cualificaciones, la de la sensatez y la de la experiencia.
El Gobierno y los partidos que lo integran estaban cómodos y confiados con el anterior Partido Popular. La organización conservadora se encontraba en un equilibrio inestable, con un liderazgo transaccional, con una dirección sin credenciales de gestión pública y con una estrategia confundida que se expresaba mediante un lenguaje desgarrado y faltón que abría espacios amplísimos al victimismo de Sánchez que, con la dialéctica de Casado y demás portavoces, frecuentemente excesiva, dejaba traslucir una pulsión de impotencia política.
El Gobierno y los partidos que lo integran estaban cómodos y confiados con el anterior PP
Feijóo es todo lo contrario a su predecesor. En su lenguaje, es contenido y elude el improperio, aplicando a su tono los decibelios adecuados. En su actitud, es propositivo porque añade siempre a la negativa una alternativa. Y en su liderazgo es estratégico porque sabe que el PP siempre ha sido una miscelánea de criterios, sean los de Ayuso —ultraliberales— o de los de Moreno —moderados— en función, muchas veces, de las sociedades a las que el partido representa territorialmente.
Carecer de escaño en el Congreso no le penaliza, sino que es para él una ventaja porque la percepción de los debates parlamentarios es negativa: se asocia a trifulca, descalificación y remoquetes discursivos. Es mejor estar fuera que dentro y, desde la presidencia del partido, urdir las estrategias parlamentarias que son esenciales en estos momentos en los que el Gobierno ha convertido la Cámara en un mercado persa.
La Moncloa ha disparado fuego graneado sobre el gallego porque su «efecto» se ha traducido positivamente en las encuestas a una velocidad de vértigo y, tras su llegada, el PP le ha quebrado al PSOE la columna vertebral, Andalucía, en la que los conservadores han ganado —histórica victoria— en junio pasado con una mayoría absoluta muy holgada, relegando, desde luego, a Vox, pero hundiendo a la izquierda en su conjunto.
El argumentario para combatir a Feijóo es vulgar (¿de la factoría de Francesc Vallés, secretario de Estado de comunicación, con la ayuda del número dos de Iván Redondo, rescatado después de su ostracismo, Francisco Salazar?). Se basa en tres reiteraciones inconsistentes: 1) Núñez Feijóo es lo mismo que Pablo Casado, 2) Carece de preparación para ser presidente del Gobierno y 3) No controla el partido.
Entre el gallego y el palentino, la similitud es la misma que la que hay entre un huevo y una castaña, por edad, por trayectoria y por experiencia. Es inverosímil negarle preparación a un presidente autonómico que lo ha sido durante trece años y, antes, gestor de empresas públicas. Y, por lo demás, el control de la organización se deduce de la votación que obtuvo para alcanzar la presidencia (98,35%) y su propia capacidad para asignar roles: Ayuso es una zapadora y Moreno es transversal —valgan solo dos ejemplos—, en tanto él se mantiene en el fiel de la balanza.
Es verdad que algunos problemas son difíciles de manejar, pero la torpeza del Gobierno atenúa el reproche: el PP debiera negociar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, pero no hacerlo adquiere cierta razonabilidad por las contrarreformas unilaterales y partidistas que han dejado en parálisis al órgano de gobierno de los jueces cuya nueva configuración es sugerida por Bruselas de manera diferente a la que establece la actual ley de 1985. Negarse a avenirse a las adhesiones que el Gobierno le reclama —por ejemplo, la convalidación a sus decretos-leyes, como el de ahorro energético, que sus socios parlamentarios convierten en victorias pírricas— es un síntoma de buen criterio ante un Ejecutivo que bracea desorientado, encarcelado definitivamente en una red de alianzas que ha absorbido su radio de acción y ya hundido en las encuestas.
Pero en donde más se confunde el Gobierno en su campaña de «busca y captura» de Núñez Feijóo es en dos aspectos cruciales. El primero: resulta muy obvio el toque de generala a sus ministros y cargos cuando hasta la indetectable ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant, nutre los efectivos que tras un micrófono arremeten contra el líder conservador. Son tantos los atacantes que encumbran la fortaleza del enemigo. El segundo error de cálculo socialista consiste en intentar que Núñez Feijóo entre en la «guerra cultural». No lo hace, elude las complejas argumentaciones ideológicas, enfatizando los aspectos prácticos de la gobernación que son el bienestar actual de los ciudadanos y la certidumbre sobre el futuro inmediato en un escenario económico-social seriamente deteriorado.
El acto de hoy en Galicia —inicio tradicional del curso político para el PP— es la verdadera meta de salida de Núñez Feijóo —sin olvidar la victoria andaluza el 19-J— en un inmediato y continuo proceso de acontecimientos importantes que se inician con la renovación, o no, del TC y del CGPJ, siguen con los Presupuestos y —si estos salen adelante— llega a las elecciones autonómicas y locales del mes de mayo. Y el PP y su líder, disponen de naipes ganadores. Esa ventaja en la partida solo la perderían por errores propios, pero no ya por eventuales aciertos del Gobierno y del PSOE: se encuentran en un estado próximo al desfondamiento. La aspiración de la Moncloa es sacar de quicio a Núñez Feijóo.
No parece que lo vaya a lograr. Sánchez lo sabe y se evade de su propio destino elevando su pabellón en el exterior en donde se le conoce poco y mal. «Para conocer a la gente hay que ir a su casa», según sentencia acertada de Goethe. Por eso el presidente se pasea tanto fuera de ella.