DAVID GISTAU-EL MUNDO
EL EJEMPLO de lo que Pedro Sánchez trataba de evitar cuando condujo al fracaso su propia investidura es el experimento de Madrid. Un gobierno agónico desde su formación, lleno de antagonismos internos y de aspiraciones contradictorias, cuya presidenta no nombró ni puede esperar lealtad de la mitad de su gabinete. Y en el que uno de los partidos coaligados aspira al mismo tiempo a sacar tajada del poder y a desgastar al socio/adversario como si aún ocupara la garita de la oposición para seguir destruyéndolo, esta vez desde dentro.
Los seguidores del canal de National Geographic, que tantas emociones hemos pasado con las migraciones de los ñus, podríamos explicarnos esto diciendo que una relación que debía ser simbiótica derivó enseguida a otra parasitaria. No ayuda el eterno retorno de la corrupción que sugiere que este PP, que intenta con denuedo abrir una distancia generacional con los innumerables «casos aislados» de apandadores, tiene el futuro construido sobre el cementerio indio de Spielberg. La barba que le brotó a Casado para no tener un aspecto tan intercambiable con el de Rivera parece de pronto que se la tuvo que dejar porque los espectros de la corrupción le hacían un poltergeist en el baño cada vez que intentaba arrimar a la mejilla la cuchilla de la maquinilla desechable.
Dada la precariedad de Casado, que necesitaba como fuera presentar un trofeo de caza en Madrid del que dependía en parte su propia continuidad, el PP tuvo que agarrarse a este gobierno volátil e imposible de ahormar. En una situación parecida, pero con el partido más apaciguado y, al fin y al cabo, con Moncloa ya ocupada mediante la moción, Sánchez prefirió dejar pasar una oportunidad que lo habría abocado a convivir con extraños hostiles como hace Ayuso. Todo esto se puede comprender. Como también es posible entender todos los paripés que hay que hacer para llenar de contenido estos días absurdos que se extenderán hasta el 23 de septiembre. Los van a tener a ustedes pendientes de una negociación que no existe: mejor pásense al National Geographic, que los ñus viven en serio. En esta situación, sólo una cosa cabe pedir para no seguir infligiendo al país daño institucional: sáltense las consultas del Rey, no lo sometan al ridículo otra vez, pues bastante tiene el hombre con haber roto la neutralidad para hacer una apuesta personal contra la repetición de las elecciones.