Noche electoral en el balcón de Génova. Todos vestían de blanco. Ella iba de rojo. En la calle, la muchachada coreaba «Ayuso, Ayuso…». No había motivos para festejar. Cuca y Bendodo amagaban saltitos de ardilla adolescente. La velada más triste del PP fue, para algunos, la antesala de la desesperación. ¿Cuatro años más con el narciso desalmado en Moncloa? No gracias.
Ven en la lideresa madrileña la única solución al maleficio, una derrota tras otra en las generales ante un tipejo infumable, un chuleta de billares a quien la derecha incapaz ha convertido en caudillo invicto
Los analistas escrutan la alternativa postelectoral: O Puigdemont o bloqueo Muchos desesperados responderán, como Krahe, «dejadme, hay, que yo prefiera la hoguera». O Portugal, tan cerca. Todo el mundo se quiere exiliar a Portugal, donde hay un gobierno de izquierdas sin infiltrados chavistas ni socios nacionalistas. «Lo vendemos todo y nos vamos», se escucha en el salseo estival de las terrazas madrileñas. «Con Ayuso no habría pasado», se masculla en amplios círculos del PP, entre la desmoralización por las urnas y la desesperación ante lo que viene. Ven en la lideresa vestida de rojo la única solución al maleficio, una derrota tras otra en las generales ante un tipejo infumable, un chuleta de billares a quien la derecha incapaz ha convertido en caudillo invicto.
Mal no lo hizo Feijóo. Se impuso a Sánchez en escaños y en votos. Sus ocho millones de papeletas han sido el resultado más alto del PP en desde la mayoría absoluta de Rajoy en 2011. Con ocho escaños menos de sus 163 llegó Aznar a la Moncloa en 1996. Y con 25 menos, Rajoy repitió en 2016. Todos tocaron sillón de Moncloa menos él. «Expectativas demasiado altas», argumentan los fieles del aparato para justificar el trastazo. Otras voces, las menos, escarban en la inquina y chapotean en el reproche. «No podrá seguir, quedó muy tocado»
Todo lo que hasta hace tres días era acierto, ahora es error. Todo cuanto se apuntaba en el haber del gran candidato, ahora es queja. En definitiva, lo de siempre donde la exgaviota: «Hay que volver al centro que es donde se ganan las elecciones»
Los listillos de la zona predican ahora grandes lecciones de estrategia y señalan sin pestañeo alguno de los errores cometidos. Nadie había contemplado este escenario, se bajaron los brazos la última semana, se sucumbió a la hipnosis de los favorables sondeos, se despreció al rival, veníamos de la euforia de las autonómicas, demasiada obsesión con Vox, el numerón descontrolado de la Guardiola, el ridículo verano azul de Semper, el plantón en el segundo debate… Todo lo que hasta hace tres días era acierto, ahora es error. Todo cuanto se apuntaba en el haber del gran candidato, ahora es censura. En definitiva, lo de siempre en el partido de la exgaviota: «Hay que volver al centro que es donde se ganan las elecciones».
Ruido de barones no hay, ni insidias intestinas más allá de las razonables ante este topetazo. Isabel Díaz Ayuso salió pronta a despejar infundios: «No está en juego el liderazgo de Feijóo», proclamó en la Junta Directiva. Juanma Moreno, otro alfil con posibilidades, se ha situado en la misma línea.
Ridículo sería que empezaran ya los navajazos cuando ni siquiera se conoce si habrá que volver a votar en Nochebuena. Con Sánchez todo es posible. Salvo que pierda unas elecciones mientras haya dos partidos de derecha, descoordinados y las golpadas, disputándose un triunfo que jamás lograrán. Lo ha resumido con tino Victor Almirón en Abc: En las últimas cinco elecciones parlamentarias la derecha ha reunido más de diez millones de votos y 176 escaños. Sin embargo no le alcanzó para gobernar.
La fórmula mágica de la lideresa
Es ahí cuando emerge la figura de la lideresa madrileña, capaz de conseguir el suficiente respaldo en el caladero de Vox para redondear un resultado que despeje el sendero hacia el gobierno. Ayuso conoce bien el partido de Abascal, lo ha conllevado y soportado con habilidad infinita y lo ha vencido en las urnas. De ahí que el eco de su nombre resuene ya como en los mentideros de la derecha. Una especie de letanía, casi una advocación. Como si no hubiera otra alternativa. Quizás nadie se ha puesto a buscarla, a dejar en paz la garrota e intentar un cruce de palabras con el vecino en lugar de mandobles. ¿Escuchó alguien a Sánchez despotricar contra la insufrible Irene Montero? ¿Arremetió en alguna oportunidad la vehemente Pilar Alegría contra Otegi o Rufián?
Se antoja imprescindible un cambio de actitud en las filas de la derecha si pretende volver alguna vez a la Moncloa. Hace falta algo más que corear el nombre de Isabel de Castilla con fanatismo de posesos. Sería de estúpidos pensar ahora en un relevo en la cúpula del partido. Hace tan sólo un año que proclamaron al actual. La otra posibilidad, naturalmente, sería la de Portugal, tan cerca, tan triste y tan adecuada en una situación de siniestro total.