ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 05/07/16
· El interesante caso del post Brexit. Lo habitual en las democracias es que los perdedores dimitan. A esa norma pareció acogerse Gran Bretaña cuando David Cameron anunció su final político y al laborista Jeremy Corbyn le anunciaron el suyo. La rareza, sin embargo, es que también los ganadores se van. Primero Boris Johnson y luego Nigel Farage, los dos máximos impulsores de la derrota de Europa entre los británicos. Cada una de esas retiradas tiene sus explicaciones aparentes, relacionadas con la situación de cada uno de estos hombres en sus propios partidos.
Pero hay una posibilidad de justicia no meramente poética que une los cuatro fracasos, y es que haya sido el precio a pagar por sus mentiras. Mintió Cameron, desde la raíz, al hacer creer a los ciudadanos que un referéndum sobre Europa era una ocasión para el progreso político de Gran Bretaña, cuando se trataba, solo, del suyo propio. Mintió Corbyn cuando una campaña al baño maría no logró desmentir la impronta de su euroescepticismo y el abandono general de la política de la razón por parte de la izquierda. Mintió Johnson, y lo primero a su propia inteligencia, cuando para que le votaran los tontos no tuvo mejor idea que hacerse pasar por ellos. Y mintió Farage cuando después de asaltar el cielo brexit tuvo que explicar a sus votantes que no había rastro de las cien mil vírgenes que les había prometido a cada uno de ellos.
En política es relativamente sencillo mentir. Más difícil es gestionar las mentiras. (Ni el caso de Tsipras disipa esta ley general: los griegos sabían, o al menos intuían, que su referéndum solo servía para salvar la honra). El Brexit se ha alcanzado a fuerza de mentiras y de la sola verdad mísera del racismo. Pero el Brexit es, también, una mentira en sí mismo: puede que Gran Bretaña abandone Europa, pero es imposible que Europa abandone Gran Bretaña. En un comentario reciente del Financial Times un lector aludía a la «democracia posfactual», es decir, a un mundo dominado por la mentira y el mito donde «los hechos serían tan inútiles», decía, «como las balas rebotando sobre los cuerpos de los alienígenas en una novela de Wells».
Democracia posfactual es una expresión feliz, especialmente didáctica para todos aquellos que amparados en el carácter normativo de la política niegan su imprescindible vinculación con la verdad. Los hechos, sin embargo, resisten y vuelven, aun como restos de naufragio. Y pasan cuentas. Democracia posfactual es un oxímoron. Un duelo a muerte. Van cuatro de momento.