ABC-LUIS VENTOSO
Si hubiese elecciones, PP y Cs deberían entenderse
RIVERA, orador de enorme elocuencia, ideas razonables y agradable porte, no se distingue sin embargo por su enjundia intelectual y es hombre de magras lecturas. Tal vez por eso, cuando apareció construyó su discurso sobre el supuesto de que la dialéctica izquierdaderecha era más antigua que el gramófono y estaba superada. Pero el gran Albert no dio una en su diagnóstico. El debate político español está hoy marcado –como siempre– por el antagonismo entre zurdos y diestros, aunque ahora se hagan llamar progresistas y liberales. La polarización en dos grandes bloques ideológicos es tan aguda como no se veía desde los convulsos días de la República. Aunque esta vez la sangre no llegará al río, pues como señaló Marx con agudeza, la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. ¿Cuáles son las diferencias esenciales entre los dos bloques? La primera radica en la unidad de España. El progresismo –PSOE y Podemos– se muestra laxo en la defensa de la nación y está dispuesto a pactar incluso con quienes tienen como programa destruir el país (véase la felonía socialista en Navarra). El segundo punto de divergencia es la economía: el bloque zurdo es intervencionista, partidario de castigar fiscalmente a empresas, bancos y profesionales cualificados y propugna aumentar los subsidios aun a costa de un endeudamiento insostenible. Por último, el progresismo desatiende a las clases medias, porque prefiere hacer hincapié en los derechos de diversas minorías. Además auspicia políticas de ingeniería social contra los valores católicos tradicionales.
Los dos bloques están empatados: once millones de votos cada uno en los últimos comicios, con levísima ventaja del arco progresista, que disfruta del enorme poder de las televisiones y el CIS. Sin embargo, a la hora de traducir el empate técnico derecha-izquierda a escaños y siglas, el PSOE tiene prima, por una razón aritmética obvia: el voto zurdo está dividido en dos (socialistas y comunistas), mientras que las opciones liberal-conservadoras se encuentran fragmentadas en tres: PP, Cs y Vox.
Me apostaría una mariscada a que PSOE y Podemos se entenderán «en el último minuto», como dice Ábalos, y gobernarán juntos. Pero si al final volvemos a votar en noviembre, es evidente que el liberalismo solo podrá derrotar a Sánchez si reagrupa sus fuerzas. La gran alianza constitucionalista, la coalición PP-Cs, «acabará ocurriendo», pronostica Álvarez de Toledo, que puede resultar altiva, pero es siempre inteligente. Tiene razón. O eso, u ocho años de Sánchez (a no ser que llegue otra crisis y los españoles vuelvan a llamar al PP para que apague el incendio). ¿Tendrá Rivera altura de miras para alcanzar ese acuerdo, o primará su ego? Cs tuvo su razón de ser cuando el PP estaba embadurnado por la mugre de la corrupción y con un discurso fofo frente al separatismo. Pero ha renovado su cúpula y reforzado su mensaje unionista, así que es ya hora de intentar el entendimiento del centroderecha, porque un gobierno de Sánchez y Podemos puede dejar una España que, parafraseando a Guerra, «no la conocerá ni la madre que la parió».