José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Si se repiten elecciones serían las cuartas en cuatro años (2015-2019) y, de los 48 meses transcurridos, el Gobierno habría estado en funciones 19. Y, además, no resolverían el bloqueo
En la segunda acepción del diccionario el colapso se define como la «destrucción o ruina de un sistema, una institución o una estructura». España se enfrenta, justamente, a un colapso de su sistema constitucional si se produce una de estas dos situaciones: 1) repetición de elecciones; 2) un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos. De lo que se deduce —descontados ya todos los reproches, merecidos e inmerecidos, al secretario general de los socialistas— que la salida menos traumática para la actual coyuntura sería una abstención de la oposición (PP y Ciudadanos) que permita el gobierno en solitario de Pedro Sánchez.
Veamos las dos hipótesis esbozadas. Si se repiten elecciones generales en noviembre próximo, serían las cuartas en menos de cuatro años. Se convocaron las ordinarias de fin de legislatura en diciembre de 2015; se repitieron en junio de 2016; se volvieron a adelantar al pasado 28 de abril y antes de terminar este año podría producirse otra convocatoria. En los cuarenta y ocho meses que mediarían entre finales de 2015 y finales de este año, los gobiernos de Rajoy, primero, y de Sánchez, después, habrían estado en funciones (esto es: paralizados) diecinueve, casi la mitad del tiempo transcurrido. Habría que advertir que con un Ejecutivo en funciones no se pueden aprobar proyectos de ley, tramitar Presupuestos Generales del Estado ni efectuar nombramientos.
De repetirse elecciones en el mes de noviembre, sería también un Gobierno en funciones el que tendría que manejar las consecuencias de la sentencia del Supremo en el caso de los doce líderes del proceso soberanista que han sido juzgados en su Sala Segunda, una resolución previsiblemente condenatoria —y severa— que se dictará con casi seguridad entre finales de septiembre y principios de octubre. Ese Gobierno tampoco tendría facultades para cumplir con los requerimientos presupuestarios, financieros y legislativos a que España está obligada por sus compromisos con la Unión Europea y el conjunto de reformas de distinta naturaleza —alguna de ellas verdaderamente urgente— se aplazaría. Debería afrontar, además, la salida del Reino Unido de la UE el 31 de octubre.
Finalmente, la repetición electoral, de producirse, no aportaría cambios tan sustanciales que permitiesen una reformulación de la situación actual. Aunque mejorasen sus resultados tanto el PSOE como el PP y disminuyesen los efectivos parlamentarios de Cs, UP y Vox —manteniéndose, probablemente, el número de escaños nacionalistas e independentistas— el Congreso ofrecería un «bibloquismo» similar al actual y entraríamos así, no ya en un colapso del sistema, sino directamente en una fase agónica.
El Sánchez de 2019 es el Rajoy de 2016; sin olvidar que el presidente en funciones fue el referente del «no es no» al líder popular
Un Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos ofrecería un panorama también inquietante. El presidente en funciones ha subrayado —con razón— que ambos partidos pueden entenderse en aspectos programáticos de naturaleza social, pero que, al tiempo, mantienen discrepancias profundas en las denominadas políticas de Estado, entre ellas la que concierne a Cataluña, a las relaciones exteriores y, en parte, a las económico-financieras. Efectivamente, y según palabras del propio Sánchez, las contradicciones internas de un Ejecutivo de coalición paralizarían el Consejo de Ministros y conducirían en pocos meses a una crisis de consecuencias desafortunadas. Si Iglesias se ofrece a acatar disciplinadamente los criterios del «jefe» Sánchez sobre esos temas sensibles es porque no los comparte. Resultaría temeraria su presencia en el Consejo de Ministros.
El Sánchez de 2019 es el Rajoy de 2016, salvando las distancias y sin olvidar —ironías de la historia— que el presidente en funciones fue el referente del «no es no» al líder popular. Ahora se encuentra en una parecida tesitura a la del gallego que se resolvió —y este es un hito reciente de la historia democrática de España— porque el PSOE, a un coste altísimo (el de su propia integridad), optó por abstenerse y permitir que el presidente popular lo fuera del Gobierno. A pesar de Sánchez. Y a pesar de Sánchez también ahora el PP y Ciudadanos —para sostener la reputación del sistema constitucional y la dignidad de la clase política— tendrían que reeditar el esfuerzo socialista de junio de 2016 y abstenerse para que el Gobierno de España no dependa de los votos del populismo de izquierdas ni de los independentistas o para evitar otras elecciones.
Esta grave cuestión debe encararse desde el recto entendimiento del patriotismo que no solo apela —ni principalmente— a la emoción sino a la razón. En una democracia el patriotismo es también un ejercicio de responsabilidad, cuando, la alternativa consiste en la ruina del sistema que alentará a los que pretenden su deterioro para su más fácil destrucción. Como ha escrito Manuel Cruz, filósofo y ahora presidente del Senado, «una democracia meramente política desemboca de manera inexorable en una descarnada lucha por el poder —que termina convertido de esta forma en un fin en sí mismo—. La democracia es mucho más que un orden institucional concreto: es, por decirlo con mejores palabras, un proyecto de autogobierno y autoformación social. Una forma de vida, a fin de cuentas» (página 63 de ‘Las malas pasadas del pasado’. Editorial Anagrama).