JAVIER RUPÉREZ, EL IMPARCIAL 25/01/13
· George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos de America, fue “inaugurado” en 1789, al amparo de los preceptos constitucionales aprobados en 1787 y entrados en vigor dos años mas tarde. Desde aquel momento, hace 224 años, han sido cincuenta y siete las veces en que los cuarenta y cuatro presidentes de los Estados Unidos —dieciséis de ellos reelegidos para el cargo- han jurado llevar a cabo sus obligaciones con la formalidad de la “inauguración”. Todas ellas se han producido bajo el cobertura ininterrumpida de una Constitución que ya cumple los 226 años, sin que muertes violentas —cuatro han sido los presidentes americanos asesinados durante su mandato- o muertes naturales en el mismo período —tres- hayan alterado la vigencia del texto constitucional. Tampoco la Constitución ha sufrido descalabros cuando el país se encontraba en guerra interior o exterior, alterado por graves ataques terroristas o sometido a presiones reivindicativas de tipo social, racial, politico o económico.
Constituye una admirable ejecutoria colectiva en el respeto continuamente renovado a las ideas y a los principios que forman la base de la democracia americana. El presidente Obama recordaba la razón de su éxito en este su reciente, y último, discurso inaugural:”Cada vez que nos reunimos para investir a un nuevo presidente, damos testimonio de la permanente fortaleza de nuestra Constitución. Reafirmamos la promesa de nuestra democracia. Recordamos que lo que mantiene unida a esta nación no son los colores de nuestra piel o los artículos de nuestra fe o los orígenes de nuestros nombres. Lo que nos hace excepcionales, lo que hace América, es nuestra fidelidad a una idea, articulada en una declaración realizada hace más de dos siglos:”Consideramos como evidentes estas verdades, que todos los hombres han sido creados iguales, que el Creador les ha dotado de ciertos derechos inalienables y que entre ellos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad””.
La pompa y la circunstancia que rodean la ocasión no son aditamentos superfluos. Por el contrario, pertenecen a la misma esencia del momento, que plasma de un lado la continuidad democrática y de otro permite a la ciudadanía manifestar su adhesión al sistema de gobierno que tan exitosamente ha garantizado la fortaleza, la influencia y la prosperidad del país. Y la libertad de sus súbditos. Pocos saben que la organización del imponente acto, en todas sus múltiples manifestaciones, corre a cargo de un comité bipartidista del Congreso de los Estados Unidos designado a tal efecto. Pero el ancho mundo puede observar la dignidad, la solemnidad, la prosopopeya y el carácter básicamente popular que reviste el acontecimiento. Los fríos habituales de Washington en el mes de Enero no son suficientes para impedir la concentración en el “Mall” de la capital federal de centenares de miles de personas que sienten ese día vibrar sus corazones al ritmo de las palabras del investido, al calor de las invocaciones religiosas que puntúan la ceremonia, al aire de las marchas militares que dan al acto la marcialidad de los tiempos romanos y bajo la emoción compartida al cantar a coro los versos del himno nacional. Que esta vez, para mayor relumbre, tuvo como excepcional intérprete a Beyoncé.
Y para que no falte de nada, las manifestaciones espontáneas de entusiasmo con que el presidente y su mujer son aclamados cuando deciden recorrer andando una parte del trecho que separa el Capitolio de la Casa Blanca; el desfile cívico militar que ocupa buena parte de la tarde del día inaugural; y la fiesta celebratoria de los bailes nocturnos. La realidad y el simbolismo del rito se unen para trasmitir lo evidente: mas allá de las querellas partidistas, mas acá de las preferencias ideológicas, por encima y por debajo de los problemas cotidianos, existe en los Estados Unidos una comunidad de gentes que masivamente identifican su presente y su futuro con la solidez del sistema constitucional que desde hace mas de dos siglos —¡y todavía seguimos hablando de una “joven democracia”!- ampara y promueve los derechos, las libertades, las ilusiones y las oportunidades de todos sus componentes. Qué envidia.
Muchos hubieran querido que en sus palabras el Presidente Barack H. Obama utilizara más la sana retórica y menos la ardorosa militancia política. Dirán otros tantos que el momento es más para la unión que para la disidencia, para proclamar lo que une y menos lo que separa. Y seguramente están en lo cierto, pero en este mundo apresurado de las urgencias inmediatas bueno es saber cuanto antes lo que pretende realizar en primer mandatario en sus próximos y últimos cuatro años de dirección política y gestión administrativa. Así nadie se llamará a engaño. Y nadie se lo tendrá demasiado en cuenta. Porque de lo que se trataba es de vibrar de nuevo al sabio ritmo cuatrienal de las inauguraciones presidenciales, consecuencia de la sana y nunca interrumpida costumbre nacional de elegir cada cuatro años a los máximos representantes. Y vibrar, vibraron. Y con ellos muchos millones de ciudadanos a lo largo y ancho del mundo que aspiran modestamente a repetir la hazaña. No cabe reprochárselo.
JAVIER RUPÉREZ, EL IMPARCIAL 25/01/13