La primera reunión del presidente electo de EEUU, Donald Trump, con un líder extranjero ha estado marcada por el caos. El visitante fue Shinzo Abe, el primer ministro de la tercera mayor economía del mundo, Japón, un país cuya defensa está garantizada por EEUU y que ha sido durísimamente criticado por Trump durante la campaña electoral. Abe viajó ayer a Nueva York, y se reunió con Trump a las cinco de la tarde, hora de Nueva York (once de la noche de la Península Ibérica), en el domicilio del presidente electo de la Quinta Avenida neoyorquina.
Ni el presidente electo ni ninguno de sus asesores habían solicitado información al Departamento de Estado, según informaba ayer el diario The Washington Post. En otras palabras: Trump se veía con Abe sin saber cuál es la situación exacta de las relaciones bilaterales, más allá de los briefings que recibe a diario del Gobierno de Estados Unidos en su calidad de presidente electo, en materia de seguridad nuclear, tensiones con China y Corea del Norte, y alianzas comerciales.
El encuentro también estuvo plagado de problemas logísticos. Según la agencia de noticias Reuters, hasta ayer por la mañana los asesores de Abe no supieron dónde y a qué hora iba a tener lugar la reunión, que, aunque era informal, tenía un enorme significado político.
La improvisación y falta de atención por los detalles es característica de Donald Trump. Su asesor fiscal ha declarado que nunca puso gran interés en sus impuestos (a pesar de lo cual no los publicó, como es tradicional hace cuatro décadas entre los candidatos a la Casa Blanca), y, su campaña fue caótica e improvisada, hasta el punto de que, en los días previos a las elecciones, sus mítines empezaban tres horas tarde.
Pero Trump es presidente electo (pese a que obtuvo 1,2 millones de votos menos que Hillary Clinton, y es probable que esa cifra aumente hasta los dos millones cuando concluya el recuento). Así que esa estrategia le funcionó. Ahora se trata de ver si la fórmula es aplicable a la diplomacia internacional.
La importancia de la relación bilateral entre Washington y Tokio es enorme. Y Japón cree que Trump la ha puesto en peligro a lo largo de 17 meses de campaña electoral. Así lo dejó claro Abe en declaraciones a la agencia de noticias nipona Kyodo cuando declaró que alianza entre ambos países «es la piedra angular de la diplomacia y la seguridad de Japón. Sólo cuando hay confianza una alianza está viva». En materia económica, Trump ha declarado que Estados Unidos no va a ratificar la Alianza Transpacífica (TPP, según sus siglas en inglés), un tratado de liberalización comercial entre 12 países, incluyendo a Japón, que era el eje en la política de Obama de contención de China.
En seguridad y defensa, la cuestión es mucho más seria. El 27 de marzo, Trump dijo que Japón «estaría mejor» si tuviera sus propias armas atómicas. Eso constituyó una ruptura la política de EEUU desde hace siete décadas, e hizo que gran parte de los expertos republicanos en política exterior se pusieran en contra de Trump, porque podría provocar una carrera de armamentos entre Japón, China, Corea del Norte y Corea del Sur como la que hay entre India y Pakistán, dos países que han estado en varias ocasiones al borde de la guerra atómica.
Trump también ha declarado que Japón debe pagar todo el coste de las 85 bases de EEUU en ese país, en las que hay 97.000 estadounidenses, y que dan empleo a 25.500 ciudadanos japoneses. En la actualidad, Washington aporta 5.000 millones de dólares (4.665 millones de euros) a ese capítulo, aproximadamente el 55% del coste total. En agosto, el presidente electo, en un mitin con su compañero de ticket, Mike Pence, declaró que si alguien ataca EEUU, ese país deberá defenderse «mientras los japoneses ven la tele en sus televisiones Sony».
Cuando el presidente Barack Obama viajó a Alemania el pasado abril para inaugurar la feria industrial de Hannover, abogó por una «Europa unida y democrática» capaz de afrontar «los desafíos del mundo global en materia económica, migratoria y de seguridad». Fue un discurso europeísta bajo los nubarrones del Brexit y una crisis de refugiados sin parangón desde la II Guerra Mundial. «Estados Unidos necesita una Europa fuerte», dijo.
Obama ha vuelto a tierras germanas para despedirse tras un mandato en la Casa Blanca de ocho años de Europa y de quien afirma ha sido su «socio internacional más estrecho», la canciller Angela Merkel, por quien dice que «votaría si fuera alemán y ella decidiera optar a la reelección». Pero el presidente saliente, a diferencia de su viaje anterior, trajo en la maleta un discurso europeísta más tibio y referencias a una desconexión con el Reino Unido «transparente y sin fricciones».
El alegato de Obama fue a favor del respeto a los principios democráticos, por una globalización con rostro humano, el libre comercio y la asociación transatlántica. Y para pedirle a los socios europeos que den tiempo a su sucesor a pasar del «modus electoral al modus de Gobierno» o, lo que es lo mismo aparcar la retórica populista para subirse a la realidad del Despacho Oval.
«Soy prudentemente optimista respecto a mi sucesor porque durante la transición al modo presidencial descubrirá que las demandas y responsabilidades del cargo por parte de los ciudadanos y del resto del mundo son extraordinarias y no se pueden tomar a la ligera», afirmó Obama junto a Merkel.
Añadió que si Trump no ejerce «con seriedad y concentración» el cargo para el que ha sido elegido tras una campaña «no convencional» le llegarán los problemas y «no permanecerá mucho tiempo en el puesto». Y es que Trump fue en ausencia el protagonista de la última gira por el Viejo Continente de Obama, el comensal no invitado al banquete de halagos que se lanzaron Obama y Merkel durante su encuentro de ayer en Berlín, y al que hoy se sumarán la primera ministra británica, Theresa May; el italiano, Matteo Renzi, el francés, François Hollande, y el español, Mariano Rajoy, con quien la canciller mantendrá tras esta minicumbre una reunión bilateral. Obama y Merkel, como harán hoy con los líderes convocados a una despedida que la canciller calificó de «triste» –aunque «somos políticos y el cambios es pilar de la democracia»– hablaron de los temas obligados: la lucha contra el terrorismo yihadista, Siria, Ucrania y la OTAN. Pero hubo novedades incluso en semántica.
Obama se refirió a Rusia como una «potencia mundial» y no como «poder regional», aunque mantuvo sus críticas al admirado por Trump Vladimir Putin e incluso abogó por mantener más allá de su legislatura las sanciones a Moscú mientras no cumpla los acuerdos de Minsk.
Merkel, por su parte, se comprometió ante lo que pareció ser el viaje de un presidente demócrata obligado a hacer de telonero de un populista electo, a incrementar la aportación de Alemania a la OTAN, pues su Gobierno, dijo la canciller, ha «entendido» los mensajes de Washington (o del nuevo presidente electo) en esa dirección y empezado a reaccionar».
Además de palabras, la ya nostálgica sintonía entre Merkel y Obama quedó sobre papel. En un artículo conjunto en Wirtschaftswoche ambos defendieron la lucha contra el cambio climático y el acuerdo de libre comercio entre EEUU y la UE (TIPP), acuerdo que a Obama le hubiera gustado firmar y cuyo futuro es con el proteccionista Trump más incierto que nunca.