FELIPE SAHAGÚN – EL MUNDO – 29/06/15
· Serán habituales los ataques contra objetivos ‘blandos’, difíciles de proteger.
Los atentados del viernes en Túnez, Kuwait y Francia (decenas de muertos y cientos de heridos) demuestran, si alguien tenía aún alguna duda, que la versión terrorista del yihadismo defendida por grupos como Daesh o Estado Islámico (IS, en sus siglas en inglés) es una amenaza cada día más global a la que sólo se puede responder eficazmente de forma conjunta, multidimensional y global.
Túnez y Francia llevan años sufriendo ataques similares. Kuwait, de mayoría suní, aliado de Estados Unidos y de Arabia Saudí, se había librado hasta ahora de la violencia sectaria que enfrenta a suníes y chiíes en Oriente Próximo. Todo indica que Daesh ha decidido acabar con su estabilidad excepcional.
Con estos atentados, el mapa de operaciones de Daesh, que –distanciándose de Al Qaeda central– empezó limitando su actividad al espacio iraquí y sirio, sigue extendiéndose. Si los autores de los últimos ataques son miembros directos o actúan por su cuenta, como lobos solitarios, inspirados por la propaganda, es secundario. En las horas siguientes a los ataques nadie sabe si han sido coordinados o inspirados por una misma mano o si se trata de acciones coincidentes en el tiempo por casualidad, pero en cuestión de horas Daesh ya se había responsabilizado de dos de ellos (los de Kuwait y Túnez).
«A la espera de nueva información sobre conexiones y coordinación entre los tres ataques, es evidente que la capacidad de Daesh para inspirar y radicalizar a seguidores es una amenaza global, y que ningún país está seguro», afirmó el congresista demócrata estadounidense Adam Schiff, miembro del comité de espionaje de la Cámara de Representantes.
Si a los ataques del viernes sumamos los últimos atentados suicidas en Somalia y dentro de Siria, Irak y Yemen, el rompecabezas se complica. Al Shabab, el grupo somalí autor de los atentados en su país, está mucho más cerca de Al Qaeda central que de Daesh. Lo que une a todos es su violencia extrema.
Al suicida de la mezquita chií de Kuwait (27 muertos y unos 200 heridos) Daesh lo identificó como Abu Suleiman al Muwahed. El parlamentario kuwaití Jalil al Salih, superviviente del ataque, lo describió como un joven normal, el mismo adjetivo utilizado por la esposa y los vecinos del asesino de Lyon, identificado por el ministro francés del Interior, Bernard Cazeneuve, como «un conductor y repartidor sin antecedentes penales».
¿Pudo influir el llamamiento del martes pasado de Daesh a sus seguidores para que conviertan el Ramadán, iniciado hace una semana, en «un mes de calamidades para los no creyentes»? Pudo, pero habrá que demostrarlo. Desde los primeros días de la guerra de Argelia, a comienzos de los 90, los extremistas han aprovechado el Ramadán para multiplicar sus ataques.
No es fácil demostrar las posibles conexiones entre atentados, aunque alguien se declare autor de ellos. Las motivaciones y circunstancias de cada atentado rara vez coinciden y los terroristas cambian de bando entre franquicias, según sople el viento.
El secretario de estado de Interior tunecino, Rafik Chelli, ha identificado al asesino del kalashnikov en el hotel Imperial Marhaba de Susa como «un joven estudiante no fichado por la policía». El presidente tunecino, Habib Essid, ha anunciado el cierre, en una semana, de 80 mezquitas y más soldados y policías en las calles, pero, como advierte la corresponsal de Al Yazira en Túnez, Nazanine Moshiri, «hay miles de hoteles y lugares turísticos, y muchos de ellos son blancos fáciles para quien esté dispuesto a morir matando». Por eficaces que sean esas medidas, los objetivos de los terroristas –la campaña turística de 2015 (el 15% del PIB del país) y la imagen de éxito de la transición- han sufrido un duro golpe, del que Túnez tardará en recuperarse. «Han causado serios daños a la reputación de Túnez como destino seguro de turistas y de inversiones, y como la única historia positiva de las primaveras árabes», reconoce Jonathan Hill, profesor del King’s College.
«No sabemos hasta qué punto estos ataques pueden haber sido coordinados, pero parece claro que los tres son obra de personas atraídas por la doctrina de grupos como Daesh», afirma Sajjan Gohel, director de seguridad internacional en la Fundación Asia-Pacífico. «En los tres casos eligieron como objetivos a los llamados infieles: occidentales y musulmanes chiíes».
La intensificación de las alertas, el aumento de la vigilancia, el cierre de mezquitas y de medios que atizan este terrorismo, y una mayor coordinación internacional son imprescindibles, pero, como advierte Gohel, tendremos que acostumbrarnos a vivir (y a morir) con ellos. Los días de grandes atentados de Al Qaeda terminaron, pero se multiplican los atentados de menor intensidad contra los llamados «objetivos blandos», mucho más difíciles de defender.
FELIPE SAHAGÚN – EL MUNDO – 29/06/15