Si no existiera Paxi López el PSOE debería inventar uno. Ayer trató de explicar la ruptura de su partido con Igualdad por la ley Sisí. Era una ruptura muy extraña, todo hay que decirlo; no es con Podemos, sino con el Ministerio, porque ven a la marquesa de Galapagar un poco cerril. López no se mostró dispuesto a negociar con nadie que no sean sus socios, pero se niega a hablar con el PP porque “el PP no quiere esta ley”.

Patxi se escapa al lugar común “es de bien nacidos ser agradecidos”, aunque el tópico ya fallaba en su primera expresión literaria. Era lo que Don Quijote decía a Ginés de Pasamonte, baranda de los galeotes, después de liberarlos y antes de que lo corrieran a cantazos, porque Patxi tenía mucho que agradecer al PP: los votos de sus 13 parlamentarios vascos hicieron de él un lehendakari en 2009 y seis años despué,s presidente del Congreso de los Diputados. Cada vez que ha podido, este Ginesillo ha abominado de su benefactor incluso mientras lo apoyaba.

Compareció Patxi con Andrea Fernández, secretaria de Igualdad del PSOE que se estrenó el año pasado al decir que “interrumpir el embarazo de manera segura, cercana y medicalizada protege la salud de la mujer y también redunda en la dignidad del no nacido”. Solo Txomin Ziluaga rozó esa perfección conceptual en 1982. Ella es mucho más mona que su portavoz, pero intelectualmente están a la par. No es que Patxi no quiera los votos del PP ahora que andan muy justitos, pero tendría que ser sin pedirlos y reservándose el derecho a insultarles en el ínterin. “Cuando abren la boca se les ven las caries del franquismo”, dijo su colega Pastor de los 13 peperos que apoyaban a López con sus votos.

Todo es un sí pero no, la política española es uno de los objetos imposibles de Jacques Carelman. Podemos anuncia una ruptura sin efectos prácticos, dónde iban a ir que más valgan. El PSOE tampoco los destituye, Sánchez no puede. El PP debería echar el resto en sacar al okupa de La Moncloa, Vox tendría que afanarse en lo mismo, en lugar de acreditar a Rocío Monasterio como implacable opositora a Ayuso o diseñar aventuras como la de Tamames.

Este es uno de los signos más claros de la decadencia sanchista: ni siquiera son capaces de aprovechar en su favor la decidida voluntad de equivocarse de los dos partidos de la derecha española, PP y Vox. Y cogerle la palabra a Feijóo. López confesaba que hablaría con todos menos con el PP, consideraba más afines a quienes llamaban a los socialistas ‘los gorrinos’ que a quienes lo convirtieron en algo parecido a un lehendakari. No hace todavía dos meses explicaba la esencia de la ley Sisí en términos tan zafios como los de las proponentes: Se trataba de  “pegar un toque de atención a los jueces para decir: oiga, no me vaya por ahí”. Él era un acérrimo abanderado de la ley cuando Pedro Sánchez la defendía en noviembre como “una ley de vanguardia que va a inspirar otras muchas leyes en el mundo”. No hizo caso de advertencias y dice ahora que “ha tenido efectos indeseados y los vamos a corregir”. Es mentira, no puede. Patxi, en cambio, no ha mentido. A él le basta con repetir en cada momento los embustes del patrón, no vaya a ser que éste recupere la memoria del agravio: “Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?” Ninguno de los dos lo sabía.