Rebeca Argudo-ABC
Será el poder político de turno quien decida quién es periodista
Vito Quiles y Bertrand Ndongo pueden resultar irritantes. Como aquel Follonero devenido atildado periodista, los primeros ‘Caiga quien caiga’, la reportera del programa de Cintora o el tal Willy Veleta, a sueldo del canal de YouTube de un exvicepresidente cuarto o quinto que ahora es tabernero. Todos tienen en común que solo son incisivos e impertinentes con aquellos que no piensan como ellos, mientras que mutan en dóciles cachorrillos con micrófono ante los que sí. Por eso resultan insufribles advenedizos para unos y admirables profesionales para otros. Pero su actitud y sus formas, su evidente militancia, son especulares: son el mismo activismo en nombre de diferente ideología, impermeables a hechos y datos cuando conviene, convencidos todos de estar haciendo lo que otros no hacen y deberían. Son la consecuencia, ni más ni menos, que del interés de los que monetizan el mezclar y confundir espectáculo con información y crispación con rigor. Ante esto, el PSOE ha aprovechado para impulsar una reforma del Reglamento del Congreso que permitirá expulsar a seudoperiodistas ultras y así evitar que se comporten de manera desagradable e inapropiada. Es decir, será el poder político de turno, desde ahora y con base en su íntima y especial sensibilidad (o sea, su ideología), quien decida quién es periodista, quién un ultra agitador, qué es desagradable e inapropiado y quién puede y quién no informar. Algunos periodistas han celebrado tal gesta, la entrega voluntaria del control al gobernante, convencidos de que aliviar su particular incomodo laboral es un avance para las libertades de todos. El escritor Daniel Gascón escribía al respecto una lúcida columna llamando la atención sobre lo obvio: que no debe ser el poder quien fiscalice a la prensa sino al revés. Una compañera escribía en el mismo periódico otro artículo defendiendo la medida. Hasta aquí, normal y deseable: no hay método más efectivo para el avance del conocimiento que el libre intercambio de ideas. Pero ahora es cuando viene lo bueno, cuando periodistas del mismo medio señalaban a Gascón por dar una opinión con la que discrepan, lectores pedían airados su cabeza porque tamaña osadía se les indigesta (prefieren no ver cuestionados sus axiomas con el primer café), la columna de otra compañera era rechazada por el medio porque (presupongo pero acierto) defendía la libertad de expresión de Gascón, más lectores pedían el despido de ambos entre denuestos e improperios… Y los que creemos en la libertad de prensa y consideramos que la libertad de expresión se defiende, primero y con más ahínco, para el que nos incomoda, nos irrita, nos cuestiona o nos enoja, porque es ahí (en el fastidio y el desagrado, en el disenso) donde de verdad es eficaz, asistimos estupefactos al triste espectáculo de ver cómo se sigue confundiendo defender la libertad de expresión para todos con hacerlo solo para unos pocos, defender el derecho de alguien a expresar ideas con defender esas ideas mismas, y, más grave, el peligro real que supone la entrega del control de la información a quien más interés puede tener en silenciarla. Por eso defender a Vito Quiles hoy es defendernos a todos mañana.