Los votos a los sindicatos abertzales de enseñantes son poco más que un tercio del censo. ¿Es esta la mayoría que pretende erigirse con el santo y seña de la escuela vasca? La mayoría se abstiene de reducir los problemas educativos a la mera reyerta identitaria. Celaá se ha convertido para el nacionalismo en un objetivo a batir.
Obsceno, literalmente, significa lo que esta fuera de escena. Fuera de lugar. Lo obsceno, equivale en política a lo que está fuera del tiesto, es decir, consiste en confundir las churras con las merinas. Es lo que algunos políticos nacionalistas han hecho al analizar las elecciones sindicales del ámbito educativo en Euskadi, tratando de obtener réditos políticos. Algunos se han apresurado a hablar de la derrota de la ‘escuela de Celaá’, lo que no deja de ser una interesada obscenidad.
De los 23.003 profesores funcionarios de la enseñanza no universitaria 8.387 han votado a los distintos sindicatos nacionalistas y ello ha dado pie a las formaciones nacionalistas para proclamar la derrota del proyecto escolar liderado por Isabel Celaá. Ocurre sin embargo que la primera y más evidente de las lecturas pone de manifiesto, en primer lugar, la masiva abstención del profesorado del que tan solo el 51,8% ha acudido a las urnas. Es a los sindicatos a quienes en primer lugar debe preocupar la escasa participación y la denuncia que ello denota. Denuncia de la cuestionable representatividad y denuncia del desajuste entre la demanda sindical y la problemática profesional de los enseñantes.
Pese a lo que el nacionalismo pretenda deducir de estas elecciones sindicales, lo cierto es que tan solo algo más de un tercio del profesorado ha votado a las centrales sindicales abertzales. El resto o bien ha votado a las CC OO y a UGT o bien se ha abstenido. Es la gran masa de quienes se han abstenido quienes me interpelan de forma más directa. Al fin y al cabo el número de quienes han votado a las centrales abertzales no superan en mucho a los 8.000. Tampoco es que su número se haya incrementado de forma exponencial. Lo que más importa, no obstante, es el contenido del mensaje emitido por esos más de 11.000 docentes que no han votado. Los votos recogidos por las tres centrales abertzales totalizan poco más que un tercio del total del censo. ¿Es esta la mayoría que pretende erigirse con el santo y la seña de escuela vasca, o son más bien los dos otros tercios los que con su actitud interpelan al conjunto de la sociedad? Lo que se trata de hacer valer como una mayoría aplastante no deja de ser una minoría cualificada, pero minoría al fin. La mayoría del cuerpo docente se abstiene de reducir los problemas educativos del sistema escolar a la mera reyerta identitaria. El nacionalismo lleva mal el hecho de verse apeado de las instituciones que ha dominado a su antojo durante tres décadas y trata de socavar las políticas más audaces del nuevo gobierno. Isabel Celaá, con su eficaz proyecto de modernizar y optimizar la escuela vasca, se ha convertido en uno de los objetivos a batir.
Afortunadamente, la escuela vasca es mucho más que la ‘escuela de Celaá’ que algunos quisieran ver reducida a un laboratorio identitario o una madrasa doctrinaria. La escuela vasca es una formidable realidad que apuntala nuestro porvenir. Se ha logrado sacar a la escuela vasca de su ensimismamiento y nuevos brotes adornan al viejo árbol que E. Chillida o X. Lete contemplaron. La apuesta por una escuela vasca moderna, democrática e implicada en el futuro de nuestra sociedad es un hecho irreversible. En apenas dos años se ha corregido el rumbo de la escuela vasca poniéndola al servicio de una Euskadi abierta al mundo y al futuro. Se ha sintonizado con la demanda de la mayoría de los padres de los alumnos y la escuela vasca está adquiriendo un nuevo perfil donde el inglés se erige como nuevo símbolo a la vera del euskera y el castellano. El euskara integrado en el proyecto trilingüe está al servicio de una formación integral de los alumnos y ha dejado de ser un motivo de reyerta.
Podemos situarnos a la cabeza de las sociedades más avanzadas de Europa y para ello, la escuela vasca ha de dotar a las futuras generaciones de la competencia lingüística y científica que corresponde a semejante empeño. Ello requiere de la inversión a plazos más dilatados que los de una legislatura; convendrá invertir en términos generacionales y ello no será posible sin situar la tarea educativa fuera de la política con minúsculas.
Es obvio que algunos le tienen ganas a la consejera de Educación y no se privan de recurrir a la obscenidad interesada, intentando extrapolar a la política de índole estrictamente sindical argumentando políticamente con datos de índole sindical, pero el nuevo rumbo que la escuela vasca ha emprendido no tiene reversión. El inglés, la nueva axiología de valores y las tecnologías digitales son otras tantas señas de su renovada identidad. La modernidad no tiene vuelta de hoja.
Luis Haramburu Altuna, EL DIARIO VASCO, 21/2/2011