Tonia Etxarri, EL CORREO, 9/4/12
Las fiestas nacionalistas se celebraron ayer sin la maldición de la violencia, pero condicionadas por ETA
No es riguroso conformarse con las verdades a medias cada vez que se sitúan los acontecimientos en una referencia histórica. Si ayer fue el primer día de conmemoración nacionalista del Aberri Eguna sin la amenaza de la actividad terrorista de ETA (una certeza indiscutible), habrá que redondear la frase. Quienes se asomaron al escenario parecían conformados con la mitad de la pelicula. Y ese es el riesgo que corre ahora la sociedad vasca: que sus representantes políticos bajen la guardia en tiempo electoral y no se muestren lo exigentes que deben ser con las secuelas de la propaganda terrorista después de tantos años de miedo y sometimiento al temor infligido por una banda que ha intentado torcer el destino de los ciudadanos durante más de cuarenta años.
La de ayer fue una conmemoración sin la maldición de la violencia, cierto, pero condicionada por la banda, que persiste en no disolverse. De ahí que este tiempo nuevo del fin de ETA, donde la banda espera obtener beneficios con la ayuda de casi todos aquellos partidos democráticos que parecen dispuestos a perdonarles antes de que ellos mismos lo soliciten, esté proyectando su sombra en los discursos políticos. Los nacionalistas, en su versión de gestores responsables y en la de manifestantes independentistas, que ayer celebraron el Día de la Patria Vasca, y los socialistas vascos que, bien a través del propio lehendakari o de su presidente honorario, Jesús Eguiguren, están decididos a hacer suya la agenda de la izquierda abertzale aun a riesgo de sufrir un coste electoral irreparable.
Del manifiesto del PNV, distribuido horas antes del festejo, hubo quien quiso ver una «ciaboga» hacia el nacionalismo moderado, en un intento de marcar la diferencia frente a su competidor natural, recién incorporado a la legalidad. Pero la realidad es otra. Y se explica en clave electoral. El de ayer no fue, lo que se dice, un acto de «masas» como los que convoca el PNV a finales de setiembre en las campas alavesas para conmemorar el ‘día del partido’. Pero sirvió como punto de partida de esa carrera electoral que, si de los jelkides dependiera, se adelantaría todo lo posible con tal de no alargar esta angustia nacionalista que no les deja vivir tranquilos.
Y es que lo ha pasado mal el PNV en este breve periodo de tiempo en el que Euskadi ha tenido un lehendakari constitucionalista. Casi cuatro años que se le están haciendo eternos al PNV. Tanto es así que ayer Iñigo Urkullu admitió en su discurso que su primer reto no es crear empleo en Euskadi o presionar a ETA para que se disuelva. No. Su primer objetivo es recuperar Ajuria Enea. Los jelkides querrán bailar entre dos aguas. Pero, como les dicen los socialistas, no se puede ser independentista radical los lunes y gestor responsable los miércoles. De momento, lo que pareció la jornada dominical fue un duelo entre dos rivales electorales que se midieron de reojo entre Bilbao y Pamplona.
La pugna por el espacio independentista, con el control del mando a distancia de la banda que no se disuelve, ayer subió sus decibelios electorales. El PNV no piensa dejar arrebatarse la bolsa de votos radicales. De ahí que haya empezado ya a utilizar el cese de la violencia para rescatar su plan de independencia mientras emplaza al presidente Rajoy para situarlo en el balcón del inmovilismo. Un capote para la izquierda abertzale que, en su particular conmemoración en Pamplona, se situó políticamente unos cuantos kilómetros mas allá de la frontera de España y Francia.
Al PP no le vendría mal que el PNV se instalara en la deriva del radicalismo para intentar atraer a los votantes nacionalistas que huyen de las estridencias independentistas y solo buscan en los representantes elegidos que sean unos gestores responsables. De ahí que Alfonso Alonso recriminara ayer al PNV que se pusiera a la altura de Amaiur para decir, de paso, que solo su partido aboga por la defensa de las instituciones y del marco de la convivencia democrática. En el último tramo de la legislatura todos manejan sus bazas. Unos, con las cartas conocidas. Otros, haciendo juegos de volatines. El lehendakari tuvo un primer año de legislatura impecable. Cumpliendo con sus compromisos con el pacto de gobierno. Deslegitimando la violencia y garantizando el respeto al marco constitucional. Pero el «tiempo nuevo» que predica la izquierda abertzale, con el decálogo de Aiete cual tablas del Sinaí bajo el brazo, y el ojo del Gran Hermano de ETA vigilando los pasos de sus presos en particular, y de la ciudadanía en general, han terminado por hacer mella en el Gobierno vasco.
Patxi López quiere erigirse en líder del llamado proceso de paz y, para tal fin, se pronuncia sobre la conveniencia de que Sortu sea legal antes de que los jueces lo hayan decidido y le parece obsceno que Rajoy se esté plegando a las exigencias de Europa. Si por obsceno se entiende una actitud que ofende al pudor, repasando la historia de todos aquellos que han dado cobertura y justificación a quienes han estado matando durante mas de cuarenta años y se presentan ahora convertidos en demócratas, al lehendakari se le podrían haber ocurrido otros ejemplos.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 9/4/12