ABC 20/03/15
EDITORIAL
· El atentado de Túnez es el mensaje de unos integristas islámicos que no toleran la democracia en los países musulmanes y que están dispuestos a atacar cualquier símbolo que signifique libertad e igualdad
PASADO el horror inicial de los atentados de Túnez, las sociedades occidentales han vuelto a repetir sus tradicionales rituales de condena y consternación. Y las comunidades islámicas, los suyos, reiterando que los asesinos no les representan, y tampoco a la religión que dicen defender. Una vez más, da la impresión de que poco más se puede hacer frente a una amenaza que, al contrario, en los últimos años no ha cesado de evolucionar y se va convirtiendo a ojos vista en un espectro amenazante. Los atentados en Europa se hacen cada vez más frecuentes e incluso previsibles, y lo que podría considerarse como el frente de batalla de esta guerra se ha desplazado desde las lejanas montañas de Afganistán hasta las playas de Libia, donde los asesinos se dedican a degollar a cristianos en masa, a apenas un centenar de kilómetros de territorio europeo. El atentado de Túnez ha sido exactamente eso, un mensaje de que los integristas islámicos no tolerarán la democracia en los países musulmanes y que están dispuestos a atacar cualquier símbolo que signifique libertad e igualdad. Sería un error no interpretarlo como un ataque directo a las ideas en las que se basan nuestras sociedades y que ellos se proponen destruir. Precisamente porque la amenaza es real y está tan cerca, resulta necesario, si no urgente, vencer la inercia de la inacción. Hay muchas cosas que se pueden y que se deben hacer, y la primera de ellas es prepararse para nuestra defensa. De forma convencional, reforzando nuestras debilitadas capacidades militares, porque es evidente que tarde o temprano estaremos obligados a utilizarlas en Libia, un país petrolero que corre el riesgo de caer en manos de los terroristas. Y en el campo no convencional, aumentando también los medios –legales y técnicos– para una acción preventiva lo más eficaz posible de las Fuerzas de Seguridad. Es probable que la sociedad deba aceptar la pérdida de cierto grado de intimidad en sus relaciones sociales para impedir que los asesinos se aprovechen de nuestras libertades para destruirlas.
Pero si las sociedades occidentales libres deben mantener sus principios de tolerancia, política de integración y respeto a la libertad religiosa, las comunidades musulmanas –empezando por las que viven en Europa– deben dar cuanto antes pasos en la misma dirección, incluyendo mecanismos para aislar y repudiar desde dentro a los intolerantes y los violentos. De la misma manera que una sociedad democrática se caracteriza por haber construido mecanismos para protegerse de quienes pretenden destruirla, los musulmanes deben desarrollar los suyos. Les va en ello su propia libertad, porque, de lo contrario, serán las primeras víctimas de esta guerra.