Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 28/9/11
Quienes insisten en defender la gestión de Zapatero al frente del Gobierno durante las dos legislaturas que ayer finalizaron utilizan con frecuencia un argumento que cabe tildar de peregrino: que en estos ocho años «se han hecho muchas cosas».
Que el Gobierno que hemos padecido ha hecho cosas es obvio, pues lo contrario hubiera exigido un esfuerzo sobrehumano que ni siquiera Zapatero, con su inutilidad ya proverbial, hubiera podido culminar. Y es que quien dispone durante ocho años de unos recursos del Estado que se miden por cientos de miles de millones de euros (¡imaginen de pesetas!), saldría, no ya en el Libro Guinness de los Récords, sino en el de los milagros, si no hubiera construido puertos o autopistas y aprobado algunas leyes acertadas.
Zapatero ha hecho cosas, desde luego, pero esa no es la cuestión a la hora de intentar un balance de sus dos legislaturas. La clave está en saber si en las esferas esenciales que vertebran un país deja el presidente uno mejor o uno peor que el que en el 2004 le entregaron. Y mi modesta opinión es que, desde ese punto de vista, su balance resulta simplemente desastroso.
Zapatero deja un país en una situación de crisis económica sin parangón posible en las tres últimas décadas: con cinco millones de parados, un crecimiento ridículo que no tiene perspectivas de mejora a corto plazo y una deuda muy considerable que supondrá una losa inmensa hacia el futuro. Es cierto que la crisis es global, pero también que ninguno de los países con los que debemos compararnos está ni de lejos tan mal como nosotros, ni en ninguno el Gobierno ha actuado con tanta frivolidad, improvisación y desacierto.
Zapatero, que pretendía resolver el problema territorial para tres décadas al menos, impulsó una segunda descentralización que ha roto la cohesión estatal hasta extremos increíbles y ha emponzoñado un conflicto al que nadie sensato le ve hoy posible solución. Su política de confluencia estratégica con los nacionalismos no ha tenido otro resultado que endurecer más sus demandas, que hoy son ya secesionistas sin miramientos ni tapujos.
Zapatero ha practicado una política sectaria e irresponsable que ha generado un deterioro institucional y constitucional de grandes proporciones y se ha empeñado en una recuperación del pasado que no tenía más finalidad que ser utilizado como arma electoral.
Sí, es cierto, la lucha contra ETA ha ido bien, pero ahí el Gobierno se ha beneficiado del trabajo de todos sus antecesores y de la creciente debilidad de una banda terrorista con medio siglo de golpes a su espalda. El balance sería mejor, en todo caso, si los representantes legales de ETA no tuvieran hoy más poder institucional que nunca antes en su historia. Mucho más del que tenían -ninguno- cuando llegó Zapatero a la Moncloa.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 28/9/11