Jon Juaristi, ABC, 26/8/12
Los vascos aguardan las elecciones autonómicas en un contexto de fracaso de las opciones democráticas
LAS elecciones autonómicas vascas de octubre marcarán el final de un ciclo, el de la metamorfosis de ETA, que se salda con un derrumbe de los partidos constitucionalistas y del PNV. Lo que equivale a un fracaso de la democracia. El ciclo se inició en el verano de 1997, hace quince años. Ortega (y Gasset: hay que aclararlo estos días en que otro Ortega ha vuelto a ser pasto de los medios, supongo que a su pesar) sostenía que cada quince años la estructura de la vida cambia y una nueva generación irrumpe en la historia. La generación que se repliega fue quizá la más prometedora de la historia del país vasco desde la Transición: la generación del movimiento de Ermua.
La generación de Ermua es la que expresó masivamente su rechazo a ETA y a Herri Batasuna en las grandes manifestaciones de aquel verano. La que llega ahora ha repuesto a la izquierda abertzale en la mayoría de los ayuntamientos vascos y en la Diputación de Guipúzcoa. No es descartable que la lleve en octubre al Gobierno autónomo. Deberíamos esforzarnos en comprender por qué ha ocurrido esto, en explicar qué es lo que ha fallado y cómo se ha producido un deslizamiento del blanco al negro, de la esperanza a la frustración, en el curso del truncado cuatrienio de gobierno socialista de Patxi Lopez.
Que dicho gobierno ha fallado es tan evidente que no necesitaría comentario alguno. En realidad, no podía haber salido de otro modo. López —no cabe duda— es un tipo honesto, pero también un resultado típico del zapaterismo, o sea, de la fronda juvenil que devastó el PSOE felipista en el cambio de siglo, y así como el oxímoro Zapatero Presidente fue el resultado de la laminación de Bono, la incongruencia Patxi Lehendakari deriva del linchamiento político de Redondo Terreros. Pero, como decía, no ha sido suya la mayor responsabilidad en el derrumbe democrático.
Ha fallado, en primer lugar, el Estado, que empezó a ausentarse del escenario vasco al día siguiente de la aprobación del Estatuto de Autonomía (cuyo desarrollo se abandonó por entero en manos del PNV). El Estado ha sido incapaz de cumplir allí la más importante y básica de sus funciones: proteger las vidas de los ciudadanos. Descontando la ilegalización de Batasuna, que el gobierno de Aznar promovió apoyándose en el efímero pacto antiterrorista con los socialistas, las iniciativas de las distintas instituciones del Estado se han caracterizado en estos quince años por la búsqueda del apaciguamiento, culminando hace unos meses con la legalización de Sortu por el Tribunal Constitucional.
Han fallado los partidos políticos democráticos: el PNV, por sus contubernios frentistas con ETA y la izquierda abertzale, iniciados desde el primer reflujo del movimiento de Ermua (es decir, desde el mismo momento en que éste se retiró de la calle). El PSE-EE, primero, por su empeño paranoico en impedir que el PP rentabilizara dicho movimiento y sobrepasara el voto socialista en la comunidad autónoma; después, por su subordinación a los pactos entre la izquierda y los nacionalismos para marginar definitivamente a los populares. El PP vasco, en fin, por engolfarse en su cainismo doméstico, que lo debilitó hasta el punto de reducirlo al deslucido papel de Pepito Grillo del gobierno de López. Tras la asimilación de Izquierda UnidaEzker Batua por el nacionalismo, sólo el microscópico UPyD, con un miembro en el parlamento de Vitoria, ha intentado aferrarse al fenecido espíritu de Ermua. Fenecido, sí, porque el fracaso más catastrófico ha sido el de la mayoría social vasca, que, en quince años, pasó de exigir libertad y democracia a resignarse a la hegemonía abertzale a cambio de que ETA deje de matar.
Jon Juaristi, ABC, 26/8/12