ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Las investigaciones proseguirán (no hay asunto más candente), pero las esperanzas de que la situación cambie son escasas. El problema profundo no está en la palabra sino en la que presuntamente atenúa. Se dice que nacionalidad es el eufemismo de nación, al que obligaron las circunstancias de la transición a la democracia. Pero el problema no está en el eufemismo. Ningún eufemismo atenúa el significado: en esa región no opera. Para que la portavoz Lastra lo entienda: no por llamarle invidente mejora el ciego su visión. El problema de nacionalidad es nación. Tomemos el caso seminal de Cataluña. Seminal también porque Prat de la Riba, uno de los fundadores del catalanismo, escribió un libro llamado La Nacionalitat catalana. Pero Prat de la Riba no definió el ente nacionalidad sino las condiciones a partir de las cuales la nacionalidad catalana podía ser adquirida. Una condición era el amor a lo que eran: catalanes. La otra era el odio a lo que no eran: españoles. Para ser nación y dispensar nacionalidad el odio es preciso. Pero el proyecto xenófobo no cuajó porque la mitad de Cataluña no accedió nunca al odio. Ni siquiera hoy los haters procesistas son mayoría. Y si el odio no, la lengua tampoco. Hay una coincidencia general en que el rasgo nacional distintivo de Cataluña es la lengua, catalana por supuesto. Uno de los fraudes más impresionantes de nuestro melodrama. ¿Nación a causa de una lengua que no es la lengua materna de la mayoría de los catalanes y que los catalanes usan minoritariamente? ¿Alguien imagina que España chuleara de ser nación por la lengua y el castellano no fuera lengua materna ni de uso de la mayoría de la población? Y respecto a la última de las inexorables condiciones que caracterizan a la nación y sus nacionales, la voluntad de ser: ¿alguien puede tomársela en serio habiendo catalanes como yo?
Sí, nacionalidad fue ideado como eufemismo. Pero de región. Para que lo entienda Lastra: en la Constitución hay ciegos e invidentes.