Odiosa censura

Juan Carlos Girauta-ABC

  • ¿Modelo Arias Navarro, o estrechamos un poco más la libertad aprovechando, qué sé yo… la pandemia?

Amedio camino entre la neolengua orwelliana y el desahogo tabernario, el Gobierno hace saber que el odio será lo que ellos digan. Para su persecución han decidido prescindir de la Justicia, siempre engorrosa, y en lo sucesivo procederá el Ejecutivo por sí y ante sí a censurar, de momento, las redes sociales, «la plataforma más grotesca y brutal para atentar contra la integridad del pueblo» según definición de Delcy Rodríguez, estadista, filántropa y cliente muy principal de Samsonite. En efecto, la Maletas se adelantó tres años a la iniciativa de sus patrocinados.

Quien no comprenda esta necesidad de censura tiene un problema. Puede callarse. Pero, si no lo hace, cualquier cosa que diga será sometida a la prueba podemita del odio. Y será odio decir que no es odio lo que ellos digan que es odio. ¿Me siguen? Ni bromas ni leches. Odio es llamar, qué sé yo, Marqueses de Galapagar a los líderes de un partido en el poder. El comunismo es incompatible con el humor.

Curiosamente, en el tardofranquismo no faltaron coñones que, primero desde La Codorniz y luego desde Hermano Lobo o Por Favor, consiguieron chotearse impunemente del régimen. Aunque La Codorniz fue un fenómeno tal que alumbró auténticas leyendas urbanas, y muchas de las portadas por las que se la recuerda nunca existieron. Pero vivía aún Franco cuando en la portada de Hermano Lobo apareció un representante del poder (su tribuna engalanada, su frac) intercambiando estas palabras con el pueblo (su apelotonamiento, sus boinas):

-¡O nosotros o el caos!

-¡El caos, el caos!

-Es igual, también somos nosotros.

Hace cuarenta y seis años y estábamos en una dictadura. No era tan asfixiante como las de tipo comunista -esto se encargó de subrayarlo Aleksandr Solzhenitsyn en el programa de José María Íñigo unos meses más tarde, en época de Arias Navarro-, pero era una dictadura. Y bajo Arias Navarro se permitió Hermano Lobo llevar a portada al hombre del «espíritu del 12 de febrero», aquella farsa, y poner a otro representante oficioso del pueblo a decir, mirando al presidente en una pantalla de televisión: «Los mismos perros con distintos collares».

¿Ponemos donde Arias Navarro el límite, o esa libertad de expresión es excesiva? Se lo pregunto a los nuevos censores y también a los diputados que no apretaron el botón rojo ante esta penúltima vuelta de tuerca dictatorial. ¿Modelo Arias Navarro, o estrechamos un poco más la libertad aprovechando, qué sé yo… la pandemia?

Que la estrechen, venga. Al fin y al cabo, a cuenta de la pandemia se han cercenado libertades sin cuento y se van a cercenar muchas más en un estado de alarma inconstitucional. Se suponía que era necesario para poder imponer un nunca legislado toque de queda que en realidad no se impone. Átame esa mosca por el rabo. A lo mejor con la censura se desata aquella imaginación para burlarla propia del espléndido columnismo de nuestros mayores.