EL MUNDO 29/01/14
SANTIAGO GONZÁLEZ
Oír al portavoz de la Generalidad de Cataluña es uno de esos placeres que uno debería afrontar sintiéndose noruego, o mejor aún sueco, es decir, como quien oye llover. Es impresionante su manera de acodarse en escorzo, como Horatio Caine cuando mira a la cámara en CSI Miami. A lo largo de su comparecencia, las palabras clave eran: castigar, represalias, censura; declaraciones más que odiosas, junto a la expresión «insultan la inteligencia del pueblo de Cataluña», que a mí, debo confesarlo, es la que más me gusta. El colofón de sus palabras fue la predisposición permanente al diálogo de la Generalidad.
Esa idea de que el pueblo de Cataluña tiene una inteligencia, una sola, en lugar de tantas como individuos, es tan extraordinaria como improbable. «Me gustaría que el pueblo de Roma tuviera una sola cabeza para cortarla de un solo tajo», decía Calígula en sus días de migraña. Por otra parte, la inmensa mayoría de los catalanes que conozco –y son muchos– se negarían a hacer la media de sus coeficientes intelectuales con el del señor Homs y considerarían vejatoria una propuesta de semejante naturaleza.
Algo parecido viene a pasar con las balanzas fiscales. Los nacionalistas, los catalanes y los otros creen en el territorio como sujeto impositivo y esa superstición les lleva a considerar que Cataluña paga más impuestos que otros territorios, que paga más de lo que recibe, etcétera. Y resulta que Montoro tiene razón, aunque sólo sea en esto: los impuestos los pagan los individuos, no los catalanes. Los catalanes también los pagan, por supuesto, pero no es por su catalanidad, sino porque tienen rentas más altas, porque consumen más o por destacar en el concepto que sea objeto de gravamen.
Los impuestos no los pagan las entidades geográficas donde se recaudan, sino los individuos que los soportan, ese castellano-manchego que descorcha una botella de cava (espero que Freixenet) porque le ha tocado la lotería y algo hay que hacer que vienen los de la tele. Mas ha llevado su personaje más lejos de lo que conviene a un líder de su estatura y ha confundido las balanzas fiscales con las tablas de la ley.
La obligación de pagar impuestos es personal. Los ingresos que reciben las administraciones retornan a los ciudadanos en forma de bienes y servicios, aunque algunos de ellos no computan en las balanzas fiscales o son de interpretación más que dudosa. Un suponer, la Seguridad Social; otro suponer, Asuntos Exteriores, que digo yo que será esa la causa de que el ministro García-Margallo dedique una parte tan grande de su tiempo a un asunto que a uno siempre le ha parecido interno: para poder imputarles gastos de Ministerio. Habrá que hacer las cuentas de todo, pero individualizadas: cuánto paga cada individuo y cuánto recibe. Y ahí vamos a tener otro motivo de desencuentro en las balanzas fiscales individualizadas. Hay gente que paga más en impuestos de lo que recibe en prestaciones. La vida moderna ha resultado ser un fenómeno complejo.