- No existe retrato más fidedigno de la situción política actual que observar el acusado deterioro de la faz de Sánchez y su destemplanza emocional
Sin llegar a los extremos cuasi folclóricos de Pasarela Díaz, entregada ya al kitsch, el notorio narcisismo de Mi Persona incluye desde el comienzo un cuidado detallista de su apariencia. Una de sus primeras medidas políticas consistió en acudir a un centro de estética para que le taponasen unos agujeritos en los carillos, vestigios del acné juvenil que mancillaban la augusta efigie del líder «progresista». Luego vinieron los trajecitos entallados, las corbatitas estrechas y la torera de los mítines en Falcón del fin de semana.
Mi Persona camina gustándose, como si se estuviese contemplando en un espejo invisible. Se desplaza con un leve balanceo de «aquí llega el más chulo de la clase». Corte de pelo perfecto, buen tono físico y un rostro levemente bronceado (o maquillado). Por supuesto, siempre enchufada en público la sonrisa postiza y perdonavidas, que encubre un carácter más bien borde, que en privado tiende al rapapolvo colérico.
Por todo lo anterior, no existe retrato más fidedigno de la situación política española que el acusado deterioro de la faz del personaje. Desde hace un mes luce ojeroso, herido e híper cabreado. La nerviosa carcajada Joker tras el relativo revés del 23-J ha dejado paso ahora a un rostro descompuesto y unos nervios destemplados. Es como un fakir bailando sobre una cama de clavos, que intenta hacer malabares con tres antorchas al tiempo que suelta ristras de trolas ante las cámaras.
Sánchez acaba de aprobar su ley de amnistía inconstitucional, la gran rendición ante los golpistas catalanes. En teoría era la llave para tres años de relativa tranquilidad. Pero ya no es así, porque se han cruzado varios cisnes negros imprevistos:
Ha aflorado la mugre del PSOE durante la pandemia (y por cierto, también los acrisolados gustos putañeros de los cuadros del presunto gran partido feminista, el de la suelta de violadores).
Está también el extraño papel de su mujer, su punto débil, el asunto que más lo crispa y razón principal de que sus ataques a la oposición se hayan vuelto casi histéricos.
Están los insufribles separatistas catalanes, que ahora le han plantado unas elecciones anticipadas que lo dejan sin el cuento de la lechera de «amnistía, presupuestos y a descansar en la hamaca hasta 2027».
Está la temblorosa pata de la extrema izquierda. El globo de gas Díaz se está desinflando: Yoli ha sido incapaz de poner orden a los Comunes para evitar el adelanto electoral en Cataluña, que no venía bien a la coalición de Gobierno. Está por ahí Ábalos, como una espada de Damocles, porque si la cosa se le pone muy chunga puede elegir aquello de morir matando. Están los jueces valientes y honestos, que van a impedir esa quimera de que Pachi llegará en junio en una calesa por La Junquera bajo un cielo de guirnaldas. Está el retorno de Bruselas a las reglas fiscales, que forzarán ajustes y complicarán los aguinaldos peronistas. Está la inminente toña del PSOE en las elecciones europeas. Y está que este tipo no puede pisar una acera o un bar en ningún lugar de España sin recibir un abucheo o un insulto (y por eso deambula tras un muro de escoltas de volúmenes putinianos).
Es un púgil sonado que deambula un poco ido por el cuadrilátero. Pero no tirará la toalla jamás, porque sabe que tiene amañada la competición a su favor. Ha comprado al árbitro, al jurado y a buena parte del público, y con eso le basta para aguantar los asaltos que quedan hasta 2027. Pierdan toda esperanza: venderá la cama de su abuela antes que dejar la Moncloa. ¿Qué me he quedado sin Presupuestos? Da igual, prorrogo. ¿Qué la corrupción me sale por las orejas? Da igual, preparadme una campaña contra Ayuso. ¿Qué los catalanes se ponen tontos y exigen un referéndum? Da igual: Cándido, vete mirándome como podemos colar una consultita.
España está gobernada por un presidente de cartón piedra que flota en la balsa de los locos, cuando lo tendría todo para ir extraordinariamente bien tan solo con un poco de orden, talento y sentido común. Qué pena.