ESTEBAN HERNÁNDEZ-EL CONFIDENCIAL

  • El éxito de la formación de Abascal en las elecciones catalanas, que somete a sus rivales de la derecha a un duro correctivo, ofrece varias conclusiones para la política nacional
La campaña de Vox en Cataluña ha insistido en varios asuntos que van más allá de la unidad de España, algo que daban por descontado. Ha señalado la importancia de la seguridad poniendo la inmigración en el foco mediante los ‘menas’ y las ayudas institucionales a los ‘exmenas’. Ha subrayado la necesidad de abrir los comercios y de reducir o eliminar las restricciones para impedir que los pequeños negocios quiebren, colocando el acento en lo absurdo que resulta que el Estado siga cobrando impuestos a quienes tienen el bar cerrado. Y ha regresado al recurrente despilfarro de recursos públicos, ahora ligándolos a los chiringuitos ‘indepes’. Pero, sobre todo, ha jugado la baza de ser la fuerza hostigada, aquella que nadie deseaba: eran los verdaderos resistentes.

Vox tenía en Cataluña un buen marco para desplegar su argumentario, pero su punto de partida era el más débil. Ocupaba el espacio menor de las tres derechas: Ciudadanos era todavía la primera formación en votos y en escaños en Cataluña, y el PP, el líder de la derecha española; los de Abascal carecían de implantación territorial, contaban con una estructura mínima y suscitaban animadversiones muy patentes. Su resultado, desde esa perspectiva, es buenísimo. Si vamos a los números, el éxito debe limitarse, porque no dejan de ser el cuarto partido y sin posibilidad de influencia real en la formación de Gobierno.

Una advertencia

Todo esto tendrá consecuencias en la política española, porque constituye una advertencia. Tengamos en cuenta cuál ha sido el eje central de las elecciones, tanto de las anteriores como de las actuales, y de qué manera esa idea encaja con la dominante en España.

Se han enfrentado dos posiciones, cada una de ellas con distintos grados, en que se identificaba claramente un enemigo. JxCAT, ERC o la CUP tenían al Estado español como objetivo, dibujado como retrógrado, atrasado, negador del diálogo y autoritario, cuando no fascista. Enfrente estaba el bloque de Ciudadanos, PP y Vox, que entendían que los ‘indepes’ habían quebrado la institucionalidad y destruido las normas comunes y que la situación exigía más mano dura que nunca. Y luego estaba Illa, que, desde el españolismo, tenía la propuesta de salir de esta situación, de ir hacia el cambio, de desatascar. Su perfil, moderado y sensato, era el adecuado para esta propuesta. No es extraño que ganase Illa y que lo tenga difícil para gobernar.

No es extraño el éxito de Vox. Fuerzas como las de Abascal florecen en la excepcionalidad, cuando la situación es percibida como límite

Tampoco es extraño el cambio que se ha producido en los bloques. En el independentista, ha ganado la opción que más ha mirado hacia la participación institucional, hacia moderar el deseo de separación, como es ERC; en el españolista, la opción más dura y más firme, Vox.

El camino abierto

Y tampoco es extraño que este efecto se haya producido. Fuerzas como Vox viven y florecen en la excepcionalidad, es decir, en la percepción de una situación límite, demasiado peligrosa, a la que hay que poner coto de manera urgente si no se desea que el bien común salga irremediablemente dañado. En la medida que esa percepción se instala, tienen el camino expedito: cuanto mayor se dibuje el peligro, más justificados quedarán su firmeza y su arrojo. En Cataluña, se daba el marco adecuado para que esa visión se impusiera en su espectro ideológico.

La cuestión de fondo no es esa, sin embargo, ya que su influencia en Cataluña es de momento poco relevante de cara al Gobierno; la cuestión es si ese es el camino que va a seguir la política española. Recordemos una idea que se ha estado repitiendo con insistencia en los últimos tiempos: el riesgo enorme para España que está suponiendo el PSOE de Sánchez, apoyado por Iglesias y sostenido por ERC y Bildu. La gran cantidad de advertencias sobre el deterioro de España, el peligro para la continuidad de nuestras instituciones y el riesgo de quiebra democrática que supone este Gobierno han llevado a buena parte de la derecha a dibujar el escenario español como enormemente arriesgado.

Ese es un suelo idóneo para Vox. Cuanto más peligroso se perciba al enemigo, mayor fuerza cobran, ya que aparecen como más necesarios para poner límites a una situación muy negativa. Si el escenario es tan malo, es necesario oponerse a él con mayor ahínco y decisión. Y en ese terreno, los de Abascal tienen muchas más papeletas que el resto de partidos. La única competencia se les aparece en forma de Díaz Ayuso, y ambas opciones suponen un giro hacia una derecha más dura.

El papel del PSOE en todo esto

Ese movimiento, al tiempo, es el suelo idóneo para el PSOE, porque aparece ante su posible electorado como la única opción que puede frenar la deriva de la derecha hacia posiciones más autoritarias. Es lo que hemos visto en Cataluña: en el lado constitucionalista, Illa ha arrasado; el resto de los partidos, PP y Cs, se han hundido, y Vox ha salido reforzado. Y quizá, si seguimos por el mismo camino, es la tendencia que vaya desarrollándose en España.

Es cierto que esta opción no parece muy probable, dada la gran implantación territorial del PP y el poder local del que goza, pero cabe recordar que tampoco parecía plausible que Trump se convirtiera en el líder del partido republicano (y menos en el presidente de EEUU), que el partido conservador británico asumiera plenamente las tesis del UKIP, que la derecha italiana fuera fagocitada por Salvini (con el añadido actual de Fratelli d’Italia) o que Le Pen fuera la referencia de la derecha francesa por encima de los Republicanos. Y ocurrió. Esta es la situación en la que se encuentra la derecha española, la de ir hacia el centro o hacia la derecha, y cuanto mayor sea el éxito de Vox, más tentaciones habrá de seguir su camino. Eso es lo que ha sucedido en buena parte de Occidente, y quizá sea el camino de la política nacional, ya sea mediante el crecimiento de los de Abascal o mediante la tendencia a la imitación de los de Casado.