Jon Juaristi-ABC
- En tiempos de (des)memoria impuesta, conviene revisitar la obra de un gran historiador vasco que se nos ha ido, silenciosamente, esta semana
El miércoles pasado falleció el historiador bilbaíno Ignacio Olábarri Gortázar. Nacido en 1950, en una familia con profundas raíces en el empresariado minero e industrial de Vizcaya, fue el primero de su estirpe en emprender estudios universitarios en el campo de las humanidades –lo que entonces se llamaba Filosofía y Letras–, una verdadera rareza entre sus coetáneos del colegio en que ambos, él y yo, estudiamos el bachillerato. Algunos de los cursos posteriores seguimos su ejemplo, porque fue él quien nos abrió camino.
Ignacio se doctoró en la Universidad de Navarra con una tesis acerca de las relaciones laborales en la industria vizcaína entre la primera huelga general dirigida por los socialistas, en 1890, y el estallido de la guerra civil. Como Juan Pablo Fusi observó en la reseña del libro surgido de dicha investigación (‘Relaciones laborales en Vizcaya, 1890-1936’), fue mérito de Olábarri deshacer el mito de una Vizcaya inmersa durante todo ese período en una violenta lucha de clases. Ignacio demostraba con rigor que, si bien esta se dio entre 1890 y 1910 (las dos décadas que Unamuno llamó de «las grandes huelgas»), algo más de las dos posteriores, por lo menos hasta el octubre revolucionario de 1934, se habían caracterizado por una «política de equilibrio social» y cooperación entre la patronal vizcaína y los sindicatos (que en Vizcaya se reducían a la UGT, mayoritaria en la siderurgia y en las minas, y la Solidaridad de Obreros Vascos, de tendencia nacionalista). El propio Fusi se había doctorado en Oxford bajo la dirección de Raymond Carr, con una tesis que vería la luz en 1975 (‘Política obrera en el País Vasco, 1890-1923’). Como observara otro gran historiador vasco recientemente desaparecido –Ricardo Miralles–, Fusi y Olábarri no solo fueron pioneros en el campo de la historia obrera en el País Vasco, sino debeladores implacables de los apriorismos de una repetitiva historiografía de izquierda.
Ignacio, que empezó desde muy arriba, vio trágicamente frenado su impulso inicial por una terrible dolencia que se hizo crónica y le impidió abordar obras de gran extensión, pero nunca dejó de publicar artículos y reseñas, con admirable constancia y lucidez. Tras obtener una plaza de agregado en la Universidad de Murcia, logró una cátedra de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco, que dejó pronto para dirigir del departamento de dicha materia en su ‘alma mater’, la Universidad de Navarra. En 2013, la Universidad de Salamanca recogió una buena parte de sus brillantes ensayos historiográficos en un libro, ‘Las vicisitudes de Clío, siglos XVIII-XXI’, que tuve el honor de prologar.
Fuimos amigos desde nuestra niñez y mocedad, que diría Unamuno. Lo hemos sido hasta el final, y espero que algún día reanudemos esta larga amistad inquebrantable.