Ignacio Camacho-ABC
- El prestigio del TC sale malparado del Parlamento. Un impúdico reparto de cuotas bajo el honorable nombre de consenso
Ninguno de los cuatro candidatos al Tribunal Constitucional habría obtenido el nombramiento si todos los diputados del PSOE, PP y Podemos hubiesen votado en conciencia. Los once que lo hicieron se retrataron en su doblez sectaria al rechazar sólo a uno de los aspirantes nominados por la derecha -el único especialista en Derecho Constitucional, por cierto- a cambio de incluir en el lote a un juez de extrema izquierda que no se corta a la hora de dejar su impronta ideológica en las sentencias. Repudiaron a la persona sin cuestionar el procedimiento, que es la verdadera indignidad refrendada por una amplia mayoría del Congreso. Un impúdico reparto de cuotas disfrazado con el honorable término de consenso: yo trago con los tuyos sin poner pegas y tú haces lo mismo con los míos y así convertimos la corte de garantías en un correlato lineal de nuestro `statu quo´ político. Luego se lamentan con provocativo cinismo de la creciente desafección ciudadana ante este sistema pervertido.
Podían haberlo dejado ahí; han hecho lo de siempre, al fin y al cabo, el enjuague que vienen repitiendo desde hace décadas bajo la cobertura respetable de un pacto democrático. Pero los partidos del Gobierno encontraban demasiado sugestiva la tentación de adulterar aún más el amaño con la siembra de sospechas sobre uno de los magistrados propuestos por el adversario. La filtración de una posible irregularidad administrativa del catedrático Arnaldo permitía montar un cierto escándalo que pueda ser convenientemente desempolvado para recusarlo cuando tenga que pronunciarse sobre algún asunto delicado. Los jugadores de ventaja siempre guardan algún comodín bajo mano, y el PP lo ha permitido cuando podía haber sacudido el tapete de un manotazo aunque fuese a costa de deshacer a última hora el acuerdo al que nunca debió prestar su respaldo. Va aviado si espera que le agradezcan su lealtad al trato.
Quizá lo peor de la componenda sean las alusiones de los parlamentarios gubernamentales a la disciplina de la nariz tapada, la vieja consigna -‘tapiate il naso e vota’- de la envilecida ‘porcata’ política italiana. Porque significa el reconocimiento expreso del pasteleo a sabiendas de que se trata de una deshonrosa conchabanza, un compromiso forzado por pura conveniencia partidaria que convierte en una farsa la teórica idoneidad de los aspirantes sometida a la apreciación de la Cámara. Ese ejercicio de desfachatez sin tapujos deja al TC malparado en su ya controvertido prestigio y lo presenta ante la opinión pública como un organismo sometido al manoseo banderizo, susceptible por tanto de razonable desconfianza sobre sus veredictos. El espectáculo de ayer constituye una falta de respeto al criterio jurídico perpetrada para mayor bochorno por el poder legislativo. Es la opinión pública la que debería taparse la nariz en señal de repugnancia ante este intenso olor a podrido.