Antonio Casado-El Confidencial
- El presidente no pretende salir en procesión por la ejemplaridad de su discurso, sino por la rentabilidad de sus decisiones
Si se trata de tumbar a Pedro Sánchez por mentiroso, personalista, autoritario y depredador de las reglas del juego, distingamos entre fuero y huevo. El motor del presidente no son los principios, sino la supervivencia en el poder. Ergo, no pretende que lo saquen en procesión por la ejemplaridad ética y estética de su discurso, sino por la rentabilidad de sus iniciativas.
Los resultados (el huevo) están por ver, aunque nos consta la confianza de la Moncloa en que el viernes negro se habrá perdido en la polvareda cuando, tras las vacaciones parlamentarias de enero, nos metamos en harina electoral. Y si la perspectiva del análisis es la de los principios, también está por ver si los votantes recordarán entonces que Sánchez estuvo acorralado. Y que las prisas devaluaron la calidad técnica de las iniciativas (sedición, malversación, renovación parcial del TC…) por calculada renuncia a contar con informes previos del Consejo de Estado, el CGPJ y el Consejo Fiscal.
Entendiendo todo eso, entenderemos también que, después de sus microgolpistas decisiones del puente de la Constitución-Inmaculada, el presidente del Gobierno no se sienta apabullado por el tsunami mediático que lo describe como un bandolero de la política (asalto a las instituciones con atajos y nocturnidad, furtivismo legislativo, personalismo, deriva autoritaria, etc.).
Sánchez se defendió ayer en Barcelona, donde calificó dichas decisiones de «políticas» (sustantivo) y «arriesgadas» (adjetivo). O sea, las asume como apuestas que puede perder o ganar. A saber: rescatar a Cataluña de la crispación sacando el debate político de los juzgados.
«Sánchez no se siente apabullado por el tsunami mediático que lo describe como un bandolero de la política»
Si apuramos la interpretación de esas palabras, hemos de entender que a los juzgados no se les ha perdido nada en las reclamaciones del independentismo. Llegado el caso, ¿también la desintegración territorial de España puede ser objeto de debate y negociación sin que los jueces tengan nada que decir? Según ese discurso, siempre podrán negociarse las enmiendas legislativas que faciliten el avance de los objetivos independentistas. Si se negocia el indulto de los condenados del procés y la cancelación del delito por el que fueron condenados, para no empreñarles tanto si lo vuelven a intentar, ¿por qué no podría negociarse también en una mesa política la celebración de un referéndum de autodeterminación sin atenerse a las vigentes previsiones constitucionales?
Esas temerarias hipótesis han entrado a título preventivo en el discurso del principal partido de la oposición. Ayer mismo, el líder del PP, Núñez Feijóo, claveteaba el estribillo más utilizado por la derecha: «Sánchez no tiene límites». Por la izquierda, claveteaban el suyo: endosar el origen del desbarajuste al incumplimiento de la Constitución por parte del PP en lo referido a la renovación del CGPJ, cuya agonía dura ya cuatro años.
El obstruccionismo del PP no blanquea el microgolpismo de ciertas decisiones
Y es verdad objetiva y verificable lo del obstruccionismo del PP. Pero eso no blanquea el microgolpismo de ciertas decisiones del Gobierno. Algunas de ellas (borrado de la sedición y rebajas de pena por malversación, por ejemplo) nada tienen que ver con el obstruccionismo del PP, sino con la complicidad de sus socios y aliados (Podemos y ERC), que son objetores declarados de la Constitución y del propio Estado español.
Sánchez llegó al poder abominando en sede parlamentaria de la misma modalidad de corrupción que ahora disculpa: malversación de fondos públicos, pero sin enriquecimiento personal. La víctima política de aquella rentable moción de censura (junio, 2018) fue Mariano Rajoy, porque tuvo en contra la matemática. Como la ha tenido otro Pedro en Perú a la hora de votar su «incapacidad moral permanente».
El caso de Castillo no es el de Sánchez, bien atornillado en el llamado bloque de investidura, que en realidad ha crecido hasta el punto de que saldría reforzado ante una eventual moción de censura como la que propone Vox. Y en cuanto a las elecciones anticipadas que reclama Feijóo, es hablar por hablar. No es no, al menos mientras Sánchez no haya desactivado el síndrome balcánico que reina a su izquierda.