Fernando Savater-El País

  • Tenemos que olvidar que Puigdemont es un delincuente reclamado por la justicia y considerarle un político cuerdo cuyas demandas deben ser escuchadas

Al final de Duelo en la alta sierra, obra maestra de Sam Peckinpah, el poco escrupuloso Randolph Scott vuelve junto a Joel McCrea, que lucha en defensa de sus principios contra los bandidos que le tienen rodeado. Scott trata de explicarle en el tiroteo por qué elige finalmente el campo de la ley y McCrea desdeña esas improvisadas excusas: “No, lo raro es que te olvidaste por un momento de que somos amigos, ahora todo está bien”. En España ahora se nos exigen importantes olvidos, tan envilecedores como el que obnubiló a Scott por codicia. Se nos pide olvidar que los atropellos que cometieron los separatistas catalanes sublevados fueron delitos muy graves, no exabruptos debidos al entusiasmo del momento como el “pico” de Rubiales. Tenemos que olvidar que Puigdemont es un delincuente reclamado por la justicia y considerarle un político cuerdo, cuyas demandas deben ser escuchadas por el bien de todos. Debemos cerrar los ojos y borrar de la memoria el viaje humillante a rendirle pleitesía de la vicepresidenta, así como sus zalemas y cucamonas, que parecían una parodia ridiculizadora de los peores estereotipos afeminados.

Pero la mayor exigencia de amnesia recae sobre los parlamentarios recién elegidos. Antes de la investidura tentativa de Feijóo deben fingir olvidar que todos saben castellano y ahormarse a una babel cuyo único objetivo es debilitar el vínculo de unión entre españoles, mucho más efectivo y afectivo que las fratrias ordenadas por los nuevos caciques locales. Hay que ser merluzo de piscifactoría para creer que el pluralismo consiste en diferenciarse a toda costa, aunque sea devaluando lo que da sentido a la diferencia, o sea la unidad. ¡Cuánto se esfuerzan en que olvidemos lo que somos para parecernos a lo que ellos quieren que seamos! Pero al final los viejos amigos se enfrentarán juntos a los forajidos…