Jon Juaristi-ABC
En la lengua de madera de la izquierda, «resiliencia» equivale a sectarismo
Cuando uno empieza a hablar de «sociedad civil», resulta difícil evitar que le salgan palabros como «gobernanza» o «resiliencia», y esto es lo que le pasó el jueves varias veces a Felipe González en conversación con José María Aznar, moderada por el presidente del Real Instituto Elcano, Emilio Lamo de Espinosa, en el acto inaugural del Congreso sobre la Sociedad Civil celebrado en el Casino de Madrid. Aznar no insistió tanto en los neologismos, aunque se le escapó algún «think-tank» que otro. Pero, en general, se les entendió. González aludió a la resiliencia atávica de la sociedad española y Aznar a las crecientes amenazas que gravitan sobre la democracia liberal. González, que se resistió a usar esta última expresión y
recurrió a la de «democracia representativa», acusó implícitamente a Aznar de mirarse el ombligo, si bien admitió que esta es una costumbre españolísima. Es de agradecer, con todo, que no emplease el término «onfaloscopia», que significa precisamente eso: la costumbre de mirarse el ombligo (que, por cierto, no es española castiza, sino una técnica budista de meditación que llegó a Europa a través de los monjes hesicastas del monte Athos).
En lo que no parecieron discordar González y Aznar fue en una afirmación de Lamo de Espinosa que ambos dieron por buena. Basándose en una reciente encuesta del CIS, el moderador sostuvo que una mayoría de los españoles se considera moderada, de centro izquierda y centro derecha, mientras que los partidos que dicen representarlos se han deslizado hacia el radicalismo. González quitó importancia a lo de la radicalización, argumentando que eso pasa en todas partes, y que España es mucho más «resiliente» que otros países. Lo que pasa, añadió, es que hemos vuelto a la normalidad. O sea, a lo que ha sido normal en nuestra historia. Lo que no fue normal, a su juicio, fue el periodo de consenso, entendimiento y armonía comprendido entre 1981 y 2015.
Ahí Aznar discrepó. Para él, lo «normal» fue el consenso (supongo que pensaba en lo que es normal en las democracias liberales, no en esa «normalidad española» a la que se refería González en una perspectiva antropológica). Y la ruptura de la normalidad democrática la situó Aznar en 2004, cuando quebraron los consensos básicos, y no en 2015. Recordó que ya durante su primera legislatura, al ser preguntado en público sobre cuál era, en su opinión, el mayor riesgo que corría la España de entonces, había respondido: «Que nos cansemos de ser normales».
Sobra decir que estoy más de acuerdo con Aznar que con González, pero lo que no acabo de ver es la incontestada caracterización de los españoles -o sea, de la «sociedad civil» española- como una mayoría centrista mal representada por partidos extremistas. Me parece evidente que es la mayoría de los españoles la que se ha ido a los extremos, y no ahora ni hace un año. La izquierda en su conjunto se radicalizó en 2004, como bien observó Aznar. Se radicalizaron sus partidos y sus dirigentes, pero también sus votantes. La de estos últimos fue probablemente una radicalización inducida por sus sedicentes representantes políticos, pero, desde entonces, la radicalización de la España de izquierda no ha hecho más que profundizar en su deriva sectaria y crecer en número. También la derecha se ha radicalizado, es cierto, pero más lentamente y por reacción al extremismo generalizado de la izquierda. Como temía Aznar en el cambio de siglo (y de milenio), los españoles se cansaron o se aburrieron de ser normales, pero los primeros en aburrirse fueron los españoles de izquierdas, aunque, según parece creer Felipe González, se habrían cansado de ser anormales. Así está el patio.