El Correo-FABIÁN LAESPADA
Vemos el material. La sensación final es más agria que dulce: deja demasiados espacios vacíos que mi memoria reclama como necesarios
Cualquier plan encaminado a contar a nuestros estudiantes lo que nos ha sucedido en esta tierra durante los últimos cincuenta años ha de tener un objetivo pedagógico claro y directo: aquí se ha matado, mucho, y bajo diferentes banderas. Todas esas muertes nos han de llevar a la misma idea: fue un error grandísimo y solo ha servido para que haya más de mil víctimas. Nunca más puede suceder algo así. No hay razón alguna para matar a otra persona en esta sociedad ni en esos tiempos, por oscuros que fuesen. Muchos creemos que esta idea de partida es vital. Deslegitimar de raíz la violencia que nos ha sacudido y escuchar a las víctimas, sus vivencias, su soledad y la falta de empatía social; esas sí son razones suficientes como para afrontar un plan muy especial que aborde en las aulas esta historia tan reciente, llamada memoria. Memoria como acervo histórico.
Vemos y leemos el material. La impresión general no es mala, se tocan muchos vértices y las imágenes hablan por sí mismas; qué necesario resulta recordar, no para el regodeo, sino para el recuerdo que no debe morir. No obstante, la sensación final es más agria que dulce, no me convence ya que me deja con espacios vacíos que mi memoria reclama como necesarios. Veamos.
Echo en falta muchos testimonios del colectivo más castigado por el terror de ETA. Asesinó a medio millar de policías, militares, guardias civiles, ertzainas, municpales… y nadie habla por ellos. Nadie, ningún hijo o hija, huérfanos a una edad intempestiva e inadmisible. Ninguna viuda a la que le partieron el alma en añicos asoma a un programa educativo que se verá en nuestras aulas. Déficit solidario y déficit documental. ¿No lo ven ustedes necesario?
ETA secuestró a 79 personas, empresarios casi todos, y mató a doce de ellos. Este asunto no se puede ventilar a beneficio de inventario, como si ese sufrimiento no hubiera importado apenas. El impacto del efecto dominó entre todos ellos: matan a uno, aterrorizan a todos. Por otra parte, no se menciona que la movilización social en contra de los secuestros, especialmente los de la década de los 90, los más largos, tuvo una amplia contestación social, con una respuesta muy activa y constante, sobre todo por parte de Gesto por la Paz. Ni una sola palabra sobre los ataques directos, contundentes y continuados que tuvimos que sufrir por parte de la izquierda abertzale: ETA mátalos. De ahí para arriba. Pues de esto no se dice nada. ¿Olvido? Parece que no, porque la movilización social contra el cierre de los astilleros Euskalduna ocupa bastante espacio y, que yo sepa, no tuvo ese carácter tan nuestro como para meterlo en el conflicto.
¿Por qué no se menciona apenas a la Iglesia católica? ¿Tienen alguna bula por ahí sin estrenar? Más que por acción, recogiendo su propio lenguaje, se diría que por omisión de auxilio ha pecado la Iglesia, ya que no ha habido una unánime postura de condena a la violencia ni una unánime y contundente postura de solidaridad hacia las víctimas de ella.
Hay una mención meliflua y equidistante ante dos pactos antagónicos: Ajuria Enea y Lizarra-Garazi. El primero fue en la década de los 80, firmado por todos los partidos democráticos y que permitía una salida dialogada a la violencia. La sociedad, mayoritariamente, se sentía amparada con un acuerdo político que ponía a ETA y sus cómplices contra las cuerdas del sentido común. El otro, el de Lizarra de 1998, fue un acuerdo partidista, político, y que pretendió imponer una idea de país que arrinconase a quienes no pensaban como ellos. Fue un acuerdo por el maltrato de la mitad de la sociedad vasca. Me pregunto si esa mitad de la sociedad incluida en el pacto estaba de acuerdo con esa exclusión.
En el documental no se aclara nada de esto, no se matiza; ambos eran acuerdos, sin duda, pero uno de ellos, con el objetivo de conseguir la paz, se firmó entre todas las fuerzas democráticas excepto una, la que aceptaba la violencia como arma política; el otro fue un acuerdo entre las fuerzas abertzales, con un pacto previo firmado con ETA, para excluir al resto de la sociedad. La diferencia es notable. Mi opinión es que en materiales con fines educativos se ha de ser neutral en cuanto a la riqueza de opiniones, equidistante en asuntos menores, defensor insobornable de los derechos humanos y nítidamente ecuánime en el reparto de hechos y responsabilidades históricas. Quien la hizo, la hizo.
Por último, de todo el material facilitado se puede extraer la conclusión de que el objetivo de este plan queda un tanto difuminado entre tantas imágenes y tantos hechos. La idea es que nuestra juventud sepa que aquí pasamos de un régimen dictatorial que castigaba a toda la ciudadanía a vivir temerosa y sin libertades a otro en el que fue complicado construir un edificio democrático común y que tuvo numerosos adversarios y enemigos: los franquistas recalcitrantes, una parte considerable de los cuerpos de seguridad del Estado, ETA y sus diferentes escisiones, GAL y algunos espacios opacos de la trastienda gubernamental… y una parte de la sociedad vasca que coadyuvó con esa ‘lucha armada’ a generar miedo, mucho miedo, merced al cual una cantidad importante de conciudadanos decidió irse con la música fúnebre a otra parte. La idea principal de una iniciativa como Herenegun es que se deje bien claro que la violencia irracional nos partió la existencia, nos dañó a todos y a unas mil personas les arrebató lo más preciado: la vida. Pues que se diga bien claro para que no se les ocurra a nuestros hijos e hijas imponer, amenazar ni matar a nadie. Nunca más. Ez bihar, ez etzi, ez etzidamu.