Florencio Domínguez, EL CORREO, 25/9/12
La agitación nacionalista, en general, se extiende en ondas concéntricas a lo largo del mundo haciendo realidad aquello del efecto mariposa. La emulación es al nacionalismo lo que la ley de la gravedad a la naturaleza, un factor de atracción inevitable. Basta que alguien enarbole una bandera independentista en cualquier rincón del globo para que el resto de los secesionistas se emocionen. Lo de menos es si el nuevo país nace de forma civilizada con mutuo acuerdo entre las partes, como en la antigua Checoslovaquia, o si lo hace de forma sangrienta gracias a los bombardeos de la OTAN, como en Kosovo. Lo que cuenta es el resultado, no el precio que haya que pagar ni las consecuencias.
La caída del muro de Berlín y la aparición de nuevos Estados en la Europa del Este llevó al Parlamento catalán a aprobar una moción en favor de la autodeterminación en 1990 y la emulación llevó a los nacionalistas vascos a aprobar otro texto parecido. Los cambios de fronteras en Europa registrados tras la desaparición del comunismo fueron también claves para que figuras relevantes del PNV como Xabier Arzalluz pasaran a considerar que la independencia no era una utopía lejana, sino un objetivo al alcance de la mano. Aquel fenómeno representó el inicio de la radicalización de una parte de los jelkides.
La radicalización del nacionalismo en Cataluña que estamos viviendo ahora tiene como detonante próximo las dificultades económicas provocadas por la crisis, pero que son atribuidas por una parte importante de la población a un modelo fiscal que consideran perjudicial. Los ecos de la agitación política catalana llegan también a la precampaña vasca, a pesar de que en esta ocasión las ondas originales van de Bilbao a Barcelona y no a la inversa. Es la comparación de su situación con el modelo fiscal vasco del Concierto y el Cupo lo que ha agitado las aguas del nacionalismo catalán que reclaman para ellos un trato similar al de las haciendas forales.
Aunque todo es posible en ese juego de espejos, sería una paradoja que el nacionalismo vasco tratara de imitar ahora los movimientos políticos de Cataluña cuando éstos lo que buscan es, precisamente, tener lo que tiene el País Vasco. Si Rajoy accediera a dar un Concierto fiscal para Cataluña, apaciguaría de inmediato, aunque solo fuera por algún tiempo, la agitación catalanista. En la transición se ofreció a Cataluña el modelo de Concierto, que fue rechazado por los interesados. En este momento, sin embargo, no puede repetirse la oferta. Entonces se partía de cero y el modelo era teóricamente neutral, pero ahora, en cambio, se tiene delante la experiencia del funcionamiento efectivo del Concierto vasco y se sabe que ha resultado tremendamente beneficioso para Euskadi, pero no para el resto de España. Eso hace inviable extender el modelo a cualquier otro territorio y menos si éste representa casi una quinta parte del PIB español.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 25/9/12