Dijeron que los ‘Ongi etorris’ se habían acabado y las almas piadosas entonaron su más sentida melodía: es un paso adelante aunque necesitamos más. Ayer, la izquierda abertzale demostró que en realidad ellos no se habían movido. Comparecía el terrorista Mikel Albisu, también llamado ‘Antza’, ante el juez Alejandro Abascal, titular del Juzgado Central de Instrucción º 1 para declarar por su presunta implicación en el asesinato de Gregorio Ordóñez el 23 de enero de 1995.
Mikel Antza había ascendido a la cúpula de ETA el 29 de marzo de 1992 al caer en Bidart la troika que dirigía la banda: Pakito, Txelis y Fiti. Antza pasó a ejercer el liderazgo político que hasta entonces había desempeñado José Luis Álvarez Santacristina, ‘Txelis’. Y estuvo al frente de la banda terrorista durante 12 años, seis meses y cuatro días, hasta que fue detenido en Salies de Béarn junto a Sol Iparraguirre, ‘Anboto’, su compañera escasamente sentimental y madre de su hijo Peru. Antza no concibe esa razón, pero a uno le parece muy razonable la imputación del juez Abascal.
Nadie discutiría al presidente o a cualquiera de los miembros del Consejo de Administración de una empresa su participación en el cumplimiento del programa y la consecución de los fines corporativos. Y ETA es una empresa, una razón social que ha tenido como objetivo prioritario la práctica del terrorismo contra España. Sería, pues, racional, adjudicarle responsabilidad por los 115 asesinatos perpetrados por ETA durante el tiempo que estuvo bajo su mando.
El caso es que Antza fue citado a declarar, no en la Audiencia Nacional, sino en los juzgados de San Sebastián, donde declaró por videoconferencia ante el juez. Fue un detalle que otros dos jueces de la Audiencia Nacional, José Ricardo e Prada y Julio de Diego, entre la banalidad y la venalidad, no tuvieron con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a quien obligaron a declarar presencialmente en la Audiencia el 26 de julio de 2017, eso que iba como testigo. Claro que si quería declarar como imputado y hacerlo de manera telemática, que se hubiera hecho terrorista en vez de gobernante.
Allí, a los juzgados, fue a recibirle una representación, no diré multitudinaria, pero sí nutrida, de Sortu, en la que figuraban viejas glorias batasunas, como Rufi Etxeberria, Iñaki Alegría y José Mª Olarra. Un ongi etorri. Comentaba el otro día que a l último dirigente de ETA, David Pla, del que hace hoy un retrato impecable en estas páginas Ángeles Escrivá, se le iba a hacer un ongi etorri a la dirección de Sortu. A Troitiño, en cambio, han tenido que hacerle un antónimo del ongi etorri, un ‘adiorik ez’ por razones obvias.
A Mikel Antza le debemos, aparte de asesinatos, algún hallazgo literario. Él siempre tuvo pujos y en el 92, al asumir la jefatura política empezó a meter mano a los comunicados y a sustituir en los mismos ‘Euskadi’ por ‘Euskal Herria’ con tanta fortuna que entre la familia nacionalista, incluyendo EiTB empezó a imponerse de manera apabullante el segundo término. En contra de la tradición de la que procedía ETA. Euzkadi era un neologismo inventado por Arana y la banda lo incorporó a su nombre (Euskadi Ta Askatasuna). Cuenta Manuel de Lekuona, segundo presidente de Euskaltzaindia, que su antecesor, Resurrección Mª de Azkue fue invitado a impartir una conferencia en el Euskeldun Batzokija, primer centro nacionalista en Bilbao y que cada vez que decía ‘Euskal Herria’ los asistentes se ponían tarascas y le corregían a gritos. “Euzkadi”. Ayer compareció y se limitó a leer un papel. No admitió preguntas. Eso es todo y así está el tema.