Ignacio Camacho-ABC

  • El Gobierno no hace. Está y eso es suficiente para él y para sus socios. Porque mientras esté no están los otros

EL Gobierno calla sobre el pacto de soberanía fiscal catalana. El Gobierno calla sobre el pucherazo de Venezuela. El Gobierno calla sobre la actividad profesional de la esposa del presidente. El Gobierno calla sobre los enchufes del hermano del presidente. El Gobierno calla sobre la fuga de Puigdemont. El Gobierno no aprueba leyes ni decretos porque no tiene asegurada la mayoría para hacerlo. El Gobierno no comparece salvo por obligación legal en el Parlamento. El Gobierno no ha presentado siquiera los Presupuestos. El Gobierno no toma decisiones sobre la crisis migratoria en Ceuta y Canarias. El Gobierno no soluciona el caos ferroviario. El Gobierno lleva medio año largo sin adoptar –menos mal– una medida económica relevante. El Gobierno tiene veintidós ministros, a la mayoría de los cuales no se le conoce actividad reseñable. En lo que va de legislatura se han aprobado cinco normas. La reforma constitucional del Artículo 49 –el de los «disminuidos»–; la amnistía; la ley de paridad, con un grave defecto de técnica jurídica; la de creación de una autoridad para investigar accidentes y la de regulación de enseñanzas artísticas. Es decir, en términos prácticos, la de amnistía y otras cuatro de rutina.

Entonces ¿qué diablos hace el Gobierno? El Gobierno no hace. Está. Y le basta. Suficiente. Para eso lo votaron sus partidarios y lo eligieron sus socios. Para que esté. Porque mientras esté no están los otros. La otredad, el famoso infierno de Sartre, ha sido siempre importante en política, pero en esta época es clave. Las emociones negativas, las fobias, se han vuelto fundamentales y además resulta mucho más fácil agitarlas que levantar proyectos estimulantes. Muchos millones de americanos van a votar a Kamala Harris sin apenas conocerla, sólo para que Trump no gane. En Francia, Le Pen perdió las legislativas porque los adversarios de todas las ideologías se unieron para evitar que gobernase. Feijóo, el año pasado, iba lanzado hacia la victoria sin hacer otra que prometer la derogación del legado de Sánchez. Pero cometió un error: hizo algo antes. Pactó con Vox y su triunfo cantado se volatilizó en el aire. Si se hubiese quedado quieto, como Rajoy, hoy tendría el poder y podría limitarse a no hacer nada susceptible de acarrearle desgaste.

La base del sanchismo consiste en una coalición inversa, como la francesa: un montón de fuerzas heterogéneas consorciadas para cerrar el paso a la derecha. El presidente sólo ha de cuidar que las lógicas tensiones internas no alcancen a romper la cuerda. Si hay que callar se calla, si hay que entregar algo –trozos de soberanía nacional, por ejemplo– lo entrega. Pero está, y estar es ser, seguir estando, instalado en un gerundio eterno. Estar en el Estado (misma raíz etimológica: ‘stare’) durante mucho tiempo. Puede hacerlo. Del resto se encarga la eficaz, implacable maquinaria de los impuestos.