JON JUARISTI-ABC

  • La generalización del carácter opcional de toda identidad ha desacralizado a la nación

La curiosa historia del preso transgénero y semental de Fontcalent (llaman así a una cárcel y luego se quejan de que pase lo que pasa) me impulsa a una reflexión más general sobre el carácter opcional de todas las identidades posmodernas, incluidas las nacionales. El propio término «nación» estaba íntimamente vinculado por vía semántica a «nacimiento» y por etimología profunda a «naturaleza». Uno pertenecía por nacimiento y naturaleza a un determinado sexo y a una determinada nación (aunque no siempre tuvo «nación» el significado de «nación-estado»: se era «gallego de nación» o «murciano de nación», por ejemplo).

En rigor, lo que hoy se entiende por origen –«británico de origen caribeño», por ejemplo– equivale a lo que antes de los estados nacionales modernos se entendía por nación. Las identidades opcionales, libremente elegidas, eran muy pocas. Se reducían, en la práctica a las profesionales, y no a todas. Ni siquiera las confesionales eran resultado de una libre elección. No se era cristiano por naturaleza, sino por la gracia de Dios («soy cristiano por la gracia de Dios», decía el catecismo), pero se era musulmán o judío por naturaleza o por nacimiento. Para el islam, todo ser humano es musulmán cuando viene al mundo. En la católica España, todavía se consideraba «morito» al niño no bautizado, y por eso las abuelas insistían en que se bautizara al neonato cuanto antes, no fuera por desgracia a compartir el destino que la Iglesia reservaba a infieles y paganos. En cuanto a los judíos, la identidad la confiere el hecho de nacer de una madre judía. Ni qué decir tiene que tanto el islam como el judaísmo contemplan también la posibilidad de adquirir la identidad por conversión, es decir, por la gracia, como en el cristianismo.

La generalización del carácter opcional a todas las identidades ha desacralizado las religiosas y las nacionales. Los intentos de resacralizarlas por vía política están llamados al fracaso. El «islam político», más extendido y aparatoso en el mundo actual que los fundamentalismos cristianos y judíos, supone la transformación de la religión en una ideología secular. Para la izquierda, toda religión es una ideología secular, y por eso ve con simpatía la difusión de las reducciones «culturales» o «políticas» de las religiones, como alternativas a la identidad que más le incomoda, es decir, la nacional, que supone la existencia de intereses comunes e interclasistas.

El hecho de que la izquierda sanchista jalee a los secesionismos no es incompatible, sino todo lo contrario, con su creciente simpatía por el islam malekita, toda vez que ambos contribuyen a minar los fundamentos tradicionales de la nación española y acelerar, en consecuencia, su transformación en una identidad puramente opcional, como la del lesbiano de Fontcalent.