José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 25/3/12
Si difícil es para el PNV designar candidato a lehendakari, no menos complicado le resultaría abrir un nuevo proceso para elegir a otro presidente del partido
El PNV ha concluido este fin de semana el largo proceso electoral interno que viene arrastrando –el verbo pretende ser sólo descriptivo– desde que, hace seis meses, comenzaron en las asambleas municipales los comicios para elegir, entre otros cargos, al presidente de su máximo órgano de gobierno. Ahora, con la elección de las ejecutivas regionales, han quedado ya conformadas éstas y completada, por fin, la nacional. No puede dejar de señalarse, en contraste con lo que ocurre en otros partidos, la escasa atención mediática que el proceso en su conjunto ha concitado. No es ajena a esta falta de curiosidad, aparte de otras características circunstanciales como su excesiva duración o la casi total previsibilidad de sus resultados, la discreción, rayana en el ocultismo, con que el nacionalismo protege lo que considera perteneciente a su más recóndita intimidad. Un dato que ayuda a entender la naturaleza, llamémosla benévolamente cuasi-familiar, del partido jeltzale.
Terminado este proceso interno, el PNV dará mañana mismo comienzo a otro que, por su mayor relevancia pública y la excepcionalidad de sus circunstancias, no podrá sustraerse tan celosamente a la curiosidad de los medios. Y es que, desde que aprobado el Estatuto los nacionalistas eligieran como candidato a lehendakari a quien a la sazón era presidente del partido, nunca habían vuelto a verse en la eventualidad de repetir la misma operación. A partir de aquel momento cuasi-fundacional –se trataba del candidato en las elecciones para el primer Parlamento de la democracia–, el PNV había podido distinguir con nitidez los procesos electorales internos y externos, sin mezclar lo que su tradicional bicefalia aconsejaba mantener separado. El candidato a lehendakari salía siempre de la militancia no comprometida en los órganos internos de dirección. Ahora, sin embargo, perdida la Lehendakaritza y retirado de la política el candidato que parecía llamado a sucederse a sí mismo, la rutina electoral se ha roto, sin que se haya previsto, al menos de puertas afuera, cómo recomponerla.
En amplios ambientes, tanto internos como ajenos al PNV, se da por seguro que el candidato será, como lo fue en las primeras elecciones autonómicas, quien ahora es presidente del partido. La esquivez con que el propio Iñigo Urkullu ha eludido responder a las insistentes preguntas que se le han formulado al respecto no ha hecho sino confirmar la sospecha generalizada. Por lo demás, nada cabría objetársele a esta hipótesis desde el punto de vista formal de la bicefalia propia del partido jeltzale, toda vez que ésta sólo impide el ejercicio simultáneo de ambas presidencias –la del partido y la del Gobierno– y no la elegibilidad para la segunda de quien ostenta la primera. Tampoco parece que habría serias resistencias internas de fondo ante un candidato que ha logrado crearse, en momentos de máxima zozobra –renuncia de Josu Jon Imaz, graves disensiones en el partido y pérdida de la Lehendakaritza– una imagen de seriedad, honradez y consistencia política que le es reconocida por su militancia y que le habilita para el puesto. Diríase, por ello, que lo sorprendente a estas alturas sería que fuera otro, y no él, el candidato.
Con todo, y aunque sólo sea por lo que tiene de ajeno a lo que se había hecho una rutina en el partido, la operación no deja de tener sus riesgos. Algunos han visto uno en el plus de ascendencia que al candidato le daría sobre el partido la presidencia del Gobierno, habiendo ostentado justo antes la de aquél. Así lo expresó el presidente de la ejecutiva guipuzcoana, evocando la crisis que se le creó al PNV cuando Garaikoetxea pasó, sin solución de continuidad, de una presidencia a la otra. La evocación no me parece, sin embargo, pertinente.
En mi opinión, el riesgo de la operación no reside en el plus de ascendencia y autoridad que sobre el partido otorgaría la Lehendakaritza, sino en la incertidumbre y el vacío que se crearían en aquél. Porque, si difícil le puede resultar al PNV elegir un candidato a lehendakari, más quebraderos de cabeza le va a dar encontrarse en la necesidad de repetir, al cabo de sólo un año, el proceso de elección de otro presidente del partido. Los equilibrios internos que Urkullu ha logrado consolidar podrían verse puestos patas arriba a poco que quienes han perdido todo –o buena parte de–- su poder en el proceso que ayer concluyó comenzaran a enredar por recuperarlo en el nuevo que en esa hipótesis se abriría.
Conviene tener en cuenta a este respecto que la militancia jeltzale, al menos la que está más comprometida en la vida del partido y participa activamente en sus órganos de deliberación y decisión, tiene en más alta estima a su partido que al Gobierno. Es una de las peculiaridades del PNV. El partido es lo que permanece; el Gobierno, en cambio, lo contingente. Más aún, aquél es el depósito en que se guardan las esencias patrias. Por eso, combinando esta concepción con la otra cuasi-familiar del partido, lo mejor, como en el baserri, hay que guardarlo para casa. «Zu etxerako», «tú, para casa», se dice en el ambiente rural de quien se elige para que se haga cargo del patrimonio familiar. Por eso, una vez que la militancia ha encontrado en Urkullu al fiel guardián de la heredad, se tentará la ropa antes de permitir que se lo lleven fuera. «¿En manos de quién dejaríamos la hacienda?» Es la pregunta que alimenta la duda.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 25/3/12