Cristina Losada, LIBERTAD DIGITAL 21/12/12
Una miniserie sobre el asesinato de Carrero Blanco ha sido líder de audiencia con más de tres millones de telespectadores. Estos datos permiten aventurar la existencia de un interés por sucesos de nuestro pasado reciente que todavía no ha colmado el periodismo. Es muy posible que tengamos más ideas –incluidas las desacertadas y delirantes– acerca del asesinato de Kennedy, tratado hasta la extenuación por los medios americanos, que sobre el atentado contra el presidente de uno de los últimos Gobiernos de Franco. Pero hay una idea que ha logrado implantación y que regresa siempre con el asunto: el asesinato y, por tanto, sus autores lograron cambiar el curso de la historia. Eso mismo fue lo que creyeron los terroristas de ETA entonces, como señalan Alonso, Domínguez y García Rey en su imprescindibleVidas rotas.
Tanto fascina la especulación sobre la influencia de aquel asesinato en la Transición, que se atiende poco a otros efectos más comprobables. El atentado del 20 de diciembre de 1973, en el que también murieron el conductor y el escolta, supuso para ETA una proyección internacional sin precedentes y la consolidación de su imagen como fuerza de la lucha antifranquista. Ya el Consejo de Guerra de Burgos, tres años antes, había generado una oleada de simpatía hacia la banda entre los oponentes de la dictadura. Por su magnitud, el asesinato del almirante dio pie a profundizar en la mitificación en marcha y a enlodarse en una confusión sobre la naturaleza de ETA y el terrorismo. Ambas cosas tuvieron consecuencias perversas y duraderas.
La izquierda trató a ETA como si fuera de la familia, cuando la familia a la que pertenecía –y pertenece– es la nacionalista, un rasgo definitorio que no excluía adscribirse al código marxista-leninista. La alianza entre la izquierda y los nacionalismos fraguó entonces bajo el signo del enemigo común: la dictadura. Pero ETA mataba. El antifranquismo estuvo, así, ante el dilema de aceptar y hasta celebrar el terrorismo, o rechazarlo de modo terminante. Desde luego, no hizo lo segundo. No deslegitimó a ETA, y la perduración de la banda no puede entenderse sin ese bochornoso capítulo de la historia. Vuelve estos días la pregunta de si el asesinato de Carrero Blanco y ETA, por tanto, propiciaron el advenimiento de la democracia. Solo hay una respuesta cierta. Aquel asesinato benefició a ETA y, al fortalecerla, dañó a la democracia que estaba a punto de nacer: sesenta y ocho asesinatos el año en que se aprobó la Constitución.
Cristina Losada, LIBERTAD DIGITAL 21/12/12